CAPÍTULO X - MIASMA

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Capítulo X - Miasma

Balthazar abrió la puerta de una patada y entró en la Estancia con Manchego en brazos. Luchy corría tras ellos, deseando prestar su ayuda. El mozuelo no tenía su mejor aspecto; estaba pálido y la respiración era superficial.

El hombre lo recostó en su cama, lo acomodó con almohadas y edredones, para que mantuviera el calor. Luchy se sentó al borde de la cama y le acarició el cabello oscuro mientras lloraba.

Balthazar echó mano a su morral y extrajo diferentes hierbas. Tomó un mortero y un pistilo de madera, y empezó a juntar y machacar, hasta que resultó una sustancia espesa pero homogénea, que metió en la boca del chico. Susurró unas palabras ininteligibles, como invocando la fuerza de la naturaleza.

—Necesito que traigas agua, Luchy —le urgió el Hombre Salvaje. La niña no lo pensó dos veces. Haría cualquier cosa por ayudar a su amigo. Salió disparada hacia la cocina.

Balthazar tenía grandes esperanzas en la acción de sus hierbas. Solo faltaba que el agua regara esos efectos en las venas del mozuelo.

Empezó a desesperarse a medida que pasaba el tiempo y Luchy no regresaba. Se puso en pie, con intención de ir a buscarla, pero al pasar por la cocina se topó con algo que no esperaba, que ni siquiera podía creerse, a sabiendas de que aquella presencia maligna era tan real como la que se llevó a Eromes.

Las maderas del techo empezaron a ceder, empujadas por un peso descomunal. Balthazar y Lula se miraron, y se comprendieron.

Con un cuchillo de cocina en la mano, la abuela empezó a moverse en la cocina, con cautela, los ojos abiertos al máximo. Con la mano que tenía libre palpaba el aire, en busca de la presencia maligna.

Luchy sintió el mismo terror que en casa de la bruja y regresó junto a Manchego.

Escucharon pasos que se acercaban al chico y el corazón de Balthazar se aceleró. El pequeño pastor empezaba a despertarse y aún mostraba el rostro desorientado de quien acaba de salir del sueño. Movía la boca con extrañeza, notando un sabor acre. Su confusión dio paso al miedo en cuanto vio a su abuelo con un cuchillo en la mano y... el peso de la misma entidad que percibió en la casa de Ramancia.

Con un gesto, la anciana indicó a Manchego que guardara silencio. El chico se abrazó a Luchy, que temblaba sobre la cama. Aumentó la presión en el ambiente, la abuela perdía la paciencia. Lanzó estocadas al aire, pero no hacía blanco. Como un perro rabioso, empezó a perder el control. Se tiraba del pelo, se mordía los dedos, su respiración agitada era lo único que se oía. —¡Ya no más! —gritó enloquecida—. ¡Muérete de una vez por todas y déjanos en paz! ¡Ya no más! ¡Ya noooo! ¿Por qué has regresado? ¿Qué quieres? ¡Aaah, aaah...! ¡Nooo!

El cuchillo cayó al suelo y la abuela se desplomó. El Hombre Salvaje, que se había sumido en una especie de trance, recobró la conciencia y, ágil como un leopardo, se agachó junto a la abuela. Tenía que traerla de vuelta del mundo depresivo al que otra vez se había lanzado. —¿Abuelita? —dijo Manchego con un hilo de voz. Se hincó al lado de esa mujer que era su abuela, su madre, su padre, su amiga. La abrazó, le mojó la cara con sus lágrimas, la acarició con sus manos. No encontraba sosiego.

—¡Abuela! —exclamó.

El joven apretaba con fuerza la nuez de Teitú. Sin pretenderlo, volvió a expulsar una onda de energía protectora que expulsó a la presencia oscura. Solo lo notó Balthazar.

—No es primera vez que le sucede —dijo el Hombre Salvaje sobre el colapso de Lula—, pero debo atenderla de inmediato. Manchego, por favor, escucha, mírame a los ojos. Debes irte de aquí, ahora. ¡Luchy! ¡Llévatelo, no importa a dónde! Créeme, Manchego, por tus dioses debes creerme: es la segunda vez que esto le sucede a tu abuela, solo puedo ayudarla con métodos místicos y... vosotros no podéis estar presentes.

EL SACRIFICIO (La Guerra de los Dioses nº 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora