CAPÍTULO II - TRABAJANDO LA TIERRA

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Capítulo II - Trabajando la tierra

Tomasa manejaba la pala como un caballero la espada. Por detrás, cualquiera diría que era un hombre fortachón, con esa ancha espalda y los pliegues de grasa que le colgaban a los lados. Su piel dorada de nativa de las tierras salvajes de Devnóngaron brillaba bajo el sol. En cuanto empezó a trabajar en la finca, se ganó su apodo: el Oso. Era una de las pocas personas que logró conocer a Eromes, el finquero famoso. Si no fuera por eso, seguramente ya habría dejado de trabajar en la finca.

Cuando Manchego se presentó para comenzar sus tareas en las labores del campo, la mujer lo recibió con su colección de regañinas, cargadas con el pesado acento de Devnóngaron.

—¿Por qué es'q ha venide tarde po! ¡Ash, hombre! ¡Que no mire, que disciplin'e es lo que necesite este munde, hombre! ¡Ash! ¡A trabajar, po que la tarde camin'e y usted no, hombre!

Manchego estaba paralizado.

—¡A trabajar po! — volvió a gritar Tomasa, su rostro redondo lleno de furia, la piel dorada enrojeciéndose. Manchego nunca encontraba ganas de trabajar en el campo, pues significaba renunciar a la escuela, algo que detestaba. Por eso, ya no frecuentaba a Luchy tan a menudo como antes. Además, nunca se prodigó en amigos, así que el simple hecho de acudir a la escuela lo hacía sentirse como parte de algo. Pero ahora, lejos de los demás muchachos de su edad, se sentía aislado y olvidado.

Al mediodía habían abarcado bastante terreno, sobre todo gracias a Tomasa. La mucama se empleaba con velocidad, a costa de la calidad. No era difícil notar que a la tierra le faltaban las manos de un agricultor experimentado. El pastor resopló cuando se levantó la vista y se percató de lo que aún le faltaba por hacer.

—¡Siga trabajando! —gritó Tomasa.

El muchacho deseó tener quince años y alistarse como soldado en la exigua milicia del pueblo. Lo malo era que dejaría de ver a Luchy, a Lulita y a Rufus. Eso lo puso triste. Pero debía hacerse a la idea, porque ese momento llegaría y tendría que enrolarse para luchar contra los desertores y otras pandillas de bandidos y malhechores. Manchego se detuvo. Se llevó las manos a la lumbar con una mueca de dolor. Inspiró profundo. Le parecía que llevaba horas deslomado sobre la tierra y ni siquiera era la hora del almuerzo.

—¡Hola!

Manchego se irguió. Parpadeó, incrédulo ante lo que veía. Estaba tan cansado que ni la había visto venir. Se restregó los ojos para apreciar mejor a esa princesa vestida de tules morados... No, era Luchy con sus prendas de algodón, como cualquier otro habitante del pueblo, pero por un momento soñó, ante esa cara lindísima; los ojos, grandes y almendrados, dos esmeraldas; el cabello castaño, largo y liso.

—Tontito, soy yo. Tu abuela te manda esto —dijo la chica con una sonrisa que derritió al pastor. Era limonada con miel y champurradas con arequipe. Manchego ya se deleitaba con esas delicias y con las palpitaciones que le causaba contemplar a su mejor amiga relucir bajo el sol. Luchy se rio del rostro sucio y decaído de su mejor amigo.

Tomasa interrumpió el encuentro.

—¿Qué diables pase aquí? Falta mucho trabaj' por hacer.

—¡Hola, Tomasa! —dijo Luchy con su voz cristalina. Tenía la cualidad de ablandar a cualquiera con su voz y su carisma. Le ofreció una limonada con gesto amable—. Pensé que usted también tendría sed. Tomasa se dejó seducir.

—Ay... Pero ay... —empezó a tartamudear. La mujerona no estaba acostumbrada a las cortesías. Quizá por su aspecto animal pocas veces la trataban como a una persona, con sus necesidades y debilidades—. Gracies, mamita. ¡Que los dioses le bendiguen! —dijo y no tardó en beberse su parte. Manchego hizo lo mismo. Al final, eructó. —¡Puerco! —le recriminó Luchy entre risotadas.

La mucama tampoco contuvo las risas.

Manchego se sonrojó.

—Uy, disculpas —balbuceó. Tomasa no pudo evitar sentir ternura por los chicos. Era consciente de la injusticia de que Manchego tuviera que trabajar.

—Has terminado por hoy, Mancheguito. Eso sí le digue', cuidadito viene tarde. Lo necesito para seguir trabajando las tierras, que mire mi chulito la cantidad de cosas que quedan por hacer. ¡Adiós, po!

Manchego se asombró. Era raro ver a Tomasa tan amable. Supuso que hasta ella tenía un corazón blando por debajo de esos pliegues de músculo y grasa. Luchy y Manchego salieron disparados entre risas, Rufus ladrando detrás de ellos.

***

—¿Cuántas veces hemos hablado de la importancia de ser puntual, mijito? — empezó Lulita en cuanto el muchacho entró por la puerta—. No quiero prohibirte ver a Luchy, es algo que lamentaría mucho, pero será necesario si le sigues fallando a la finca. Siento mucho que a tu edad tu cometido sea pesado y lleno de responsabilidades, pero es algo que también hemos discutido. Ahora siéntate y come tu cena. Son tamalitos de doña Paca. Manchego se acongojó.

—Lo siento, abuelita. Voy a hacer todo lo posible para evitar que esto vuelva a suceder.

Mentía. Estaba convencido de que merecía un receso y la única manera de obtenerlo era engañando a su abuela. Además, su mejor amiga valía que le dedicara tiempo, que le escuchara todos sus chismes, que atendiera a sus palabras llenas de carisma. Su mente divagó y se perdió en los ojos verdes de la joven.

—Más te vale, mijito —repuso la anciana—. Hay mucho trabajo por hacer y nadie más para hacerlo. Recuerda que se trata también de tu futuro.

Por toda respuesta, el joven suspiró, sintiendo la carga de trabajo sobre los hombros.

Manchego cortó la pita que envolvía el tamal en una hoja de banano. Una nube de vapor emergió de la masa e invadió su olfato con aromas de aceitunas, chile, pimiento y carne de cerdo. La masa era típica del Sur, muy diferente a las carnes curadas y quesos, más propios del Norte.Manchego devoró la cena como un cachorro hambriento bajo la mirada orgullosa de Lulita. Cuando acabó, la abuela recogió los platos y envolvió a su adorado heredero entre las sábanas. Mientras el chico dormía, la anciana observó que, de nuevo, aparecía el ceño fruncido en el joven, el esfuerzo, la rigidez de los músculos y luego la distensión, pero siempre con el ceño fruncido.

EL SACRIFICIO (La Guerra de los Dioses nº 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora