La nieve de Asfalto

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Debido a que mi salud empeoró tuve que quedarme en casa durante unos meses. Estar todo el día en casa me aburría así que solía buscar cosas con las que entretenerme. Una mañana, rondando las 8, me despertó la cháchara de mi madre y la vecina debajo de mi ventana. Como ya me había desvelado, no me creía capaz de dormirme de nuevo, por lo que abrí la ventana y dejé que la fría brisa me enfriara la cara antes de que mi madre me mandara de inmediato cerrarla. A través de cristal vi pasar personas, era temprano así que todos iba a trabajar. Pasaron más personas paseando perros también.

A la mañana siguiente me desperté temprano y a la siguiente también. Y observaba la calle desde mi habitación, para ver a las personas pasar, viviendo sus vidas. Pero lo que me hizo hacer rutina el mirar por la ventana fue por una chica que paseaba a dos pequeños perros. Todos los días, sobre esa misma hora, ella pasaba por la acera frente de mi calle. No la hubiera distinguido de los demás transeúntes, sino fuera por su chaqueta blanca.

Todos los días esperaba verla pasar, como si ella fuera la nieve de este invierno seco. Parecía querer invocar la nieve, aunque aquí no suele nevar. Eran pocos los minutos que tardaba en pasar la calle, aunque nunca reparó en mi presencia. Yo la esperaba y observaba como un niño mira la nieve caer.

Un día estuve esperando hasta bien entradas las 11 de la mañana y no la veía llegar, pero cuando ya perdía la ilusión, aparecía girando la esquina. Blanca como ella sola. Suspiré aliviado alegando que su retraso era porque se habría quedado dormida. Pero poco después paso una semana sin aparecer, pasaban personas con perros. Pero yo no recordaba cómo eran los perros de ella o como era ella en sí, sin su blancura. Eso me hizo estremeces pues, como la nieve, en llegar la primavera el blanco se funde y desaparece. Ella florecerá y ya no la reconoceré más. Para mi tranquilidad, pasada la semana la volví a ver siguiendo su horario de paseo rutinario. Ver aquel blanco me recordaba este invierno en casa, pero al mismo tiempo la agradable sensación de madrugar para verla. Sentimientos contradictorios se apilaban en mí.

Al pasar de las semanas el clima se iba haciendo más cálido y agradable. Y yo de cada vez me sentía mejor y listo para retomar mi rutina. Aunque quería seguir pudiendo ver aquel blanco que buscaba nieve por las mañanas, pero la gente ya empezaba a vestir ropas más finas. Y llegó el día que temía, la nieve que con tanta esperanza esperaba que llegara desapareció con las primeras brisas de primavera. Esa chica podría ser ella, al igual que sus perros. Pero ya no era lo mismo. Su chaqueta blanca, pura nieve, se derritió a una larga y fina chaqueta azul cual plumaje de azulejo. La primavera llegó y ella floreció ante mi vista. Tras aquello no la volví a ver, no sé si porque ya no la reconozco entre los transeúntes o si ya se ha marchado de mi ventana. Aún así creo que esperaré al invierno para que esa rutinaria nevada vuelva a destacar en mi monótona vida con su deseoso y puro blanco sobre el gris asfalto. 


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Historias de un Observador (Publicada y finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora