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6. PRISA

Me despertó el silbido del viento azotando las ventanas de mi habitación, por suerte. Me había quedado dormida y, teniendo en cuenta que nadie me había despertado y yo era la alarma humana de la casa, Karma también estaría sopa.

Teníamos cita con el oculista, me harían una revisión porque cada vez veía menos por el ojo derecho. Miré la hora del móvil. Ocho y veintinueve. Teníamos que reunirnos con el doctor a las nueve en punto. Contábamos con nada más y nada menos que treinta y un minutos. Me mordí el labio inferior al pensar en la avalancha que se me venía encima y corrí a la habitación de mi madre y, ahora también, de ese señor "majo" que tanto insistía siempre en que le llamase "papá". Empuñé la mano, la levanté aspirando la mayor cantidad de aire que mis pulmones podían soportar y toqué. Tres veces. Karma salió despeinada y con cara de mal humor. Me miró asqueada de arriba a abajo y después me preguntó que qué quería.

— Son y treinta y cuatro. — dije asfixiándome con el hedor a cerrado y a sudor proveniente del interior del dormitorio. No era tan inocente, aquellos dos habían follado hasta irritarse.

— ¿Las qué y treinta y cuatro? — preguntó. Chs, no me grites.

— Las ocho.

— ¡¿Y por qué no me has despertado antes?! — gritó. Así era ella, mi madre, podía pasar del cosmos al caos en menos de un segundo. Como una granada, pareciendo inofensiva y estática antes de reventar en tu cara.

— Me he dormido... — murmuré y la sangre se le subió a la cabeza llenando el tono pálido amarillento de su piel con salpicones carmín. Su mala circulación era notoria, su piel la decoraban mil venitas y... sus piernas contaban con número infinito de varices—. Igual que tú. — me defendí, anticipada.

— ¿Igual que yo? Mira, encima que te tengo que acompañar no me eches nada en cara, no me eches nada en cara, Pandora. — espetó revolviendo los cajones para ver con qué podía vestirse. Calló unos segundos, pero no me permití suspirar aliviada porque sabía que no tardaría en retomar la discusión—. Porque claro, si la niña supiese dónde vive siquiera o supiese preguntarle direcciones a la gente, pero no... tiene diecisiete años y es una inútil de primera. Le dices que te vaya a comprar el pan y se pierde. Agh. Llevamos más de dos años que Rästsel. — maldijo, hablando sola, porque yo preferí, por mi propio bien, hacer oídos sordos. Aunque era cierto que me perdía con facilidad y mi sentido de la orientación resultaba patético.

— Sigo aquí. Podrías dejar de tratarme como el culo. — no pude evitar soltar porque, claramente, con mi madre no era igual de tímida que con la gente de fuera.

— Ya veo, ya. — Dejó de rebuscar y me fulminó con la mirada. Habría jurado que en aquel instante sus ojos eran los del mismísimo satanás, juzgándome, asignándole a mi mortal cuerpo una penitencia eterna en la caldera de fuego—. Y no sé por qué coño sigues ahí. — Caminó hacia mí, inundada de malas energías, y me dio un pequeño empujón para ponerme en marcha—. Tendrías que estar vistiéndote ¡vamos! ¡Llevamos esperando esa cita más de un mes, que no te la dan así por la cara!

— ¿Qué pasa, gatita? — sonó una voz grave y perezosa desde la cama. Grave y asquerosa, más bien.

— ¿Que qué pasa? que nos hemos dormido, Stefan. — le respondió con seriedad.

— Que mala suerte ¿no? — respondió coqueto y la agarró del brazo volviendo a tumbarla a su lado—, pero no te quiero ver enfadada, y menos con la niña. — Karma suspiró y su semblante demoníaco se serenó en un pestañeo. Cojonudo, estoy alucinando.

— Es que, de verdad, no quiero perder los estribos, pero tenemos una hija inútil...

Tenemos una hija inútil.

Tenemos una hija.

Tenemos. Que Stefan no es mi padre.

Odiaba que mi madre hubiese olvidado a mi padre tan radicalmente como para convertirlo en tabú familiar. No se le podía mencionar, nunca, jamás. Y yo le quería, aunque, tristemente, estuviese olvidando su cara. A veces, bastantes, le dibujaba para, cuando no podía imaginar sus rasgos, revisar aquellos trazos y volver a recuperarlos en mi cabeza, pues no tenía ninguna foto suya.

Algunos lo llamarían masoquismo, no ser capaz de superar el trauma y avanzar, pero no me dolía... así que no podía serlo. Simplemente, no quería matarle también en mis recuerdos, como hizo Karma.

¿Qué ocurrió? las malas compañías, el dinero sobrando y clamando ser derrochado con demencia y sin control, la depresión... Eso ocurrió. No le mataron las drogas, no, lo hizo aquella enfermedad mental de mierda. Esa cosa te anula como una neblina negra que sume tu mente en una umbra implacable y no sabes qué hacer, cómo seguir. Yo era demasiado pequeña entonces como para intentar darle mi apoyo, mi hombro era el de una renacuaja de cinco años y no podía cederselo porque de hacerlo... se habría roto.

Ni siquiera sabía, en aquél entonces, que mi padre no dejaba de agonizar emocionalmente. Y mi madre, joder, mi madre era uno de los detonantes.

— ¡Vamos!

Yo también iba con prisa. De hecho, yo me daba prisa, mi madre no, pero le encantaba pegar gritos. Mientras corría de un lado al otro por el pasillo, escuchaba a la perfección todas y cada una de las mierdas que esa contaba sobre mí.

Después di zancadas de gigante hacia la cocina. Miré el reloj. Ocho y cuarenta y dos. Maldición pensé nada de desayuno entonces. Metí la mano en un tarro lleno de caramelos y cogí todos los que me cabían en la palma. Karma no me dejaba sentarme a respirar, menos aún habría permitido que gastase el poco tiempo con el que contábamos en desayunar.

Las dos estábamos listas a menos trece.

Diré que sobrevivíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora