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3. ROMEO, ROMEO

Salí de calle 12 y me adentré en la plaza principal de Rätsel, la Offene Blüte. Siempre estaba abarrotada de gente. En el pueblo eramos pocos, pero los cuatro gatos siempre se juntaban allí, pues era la zona más comercial.

Aquellas personas no paraban de caminar de un lado a otro, empujando, eliminando cualquier adarme de salida. Di una bocanada de aire y empecé a correr atravesando todos los pequeños huecos, entre cuerpos, que se abriesen ante mí. Empujé, sí, pero ellos también lo hicieron y eso no les quitaba el sueño mientra a mí me sumaban ansiedad.

Por fin, después de una larga caminata, llegué al teatro.

Antes de entrar y preguntar por la sala en la que se estaría interpretando Romeo y Julieta, esperé a que mi corazón se relajase. Para, para ya, lento, ey. No es buen momento para morir delante de toda esta gente.

Después entré, encontrándome con la mítica escena del balcón entre los enamorados. Busqué un asiento libre y al no encontrarlo asumí que me quedaría en pie lo que quedaba de obra.

— Chsss, oye. — me susurró con fuerza un chico, a unos metros, y se desplazó un asiento—. Aquí hay hueco.

— Ay, gracias. — Traté de sonreír como parte del agradecimiento, pero los nervios afearon mi expresión.

Segundos antes había pensado que presenciaría la obra apoyada en una pared y, cuando las cosas pasaban inesperadamente, me sentía aturdida, me quedaba en blanco y actuaba "de forma peculiar".

— Te has perdido parte de la obra. — me susurró el chico acercándose a mi oreja. Amablemente.

— Ya... pero no importa. — me miró extrañado—. O sea, sí ¿no? sí, pero me la sé de memoria. La historia, los versos y hasta las prendas que llevan en cada escena, así que no importa demasiado, no... — solté con tal velocidad y conocimiento que el semblante ajeno se tornó sorprendido.

Por suerte para mí, cuando el rubor amenazaba con aparecer por la vergüenza, él rió y lo que más me gustó fue que no había sido una de esas risas sarcásticas o de mofa. Se rió como cuando un bebé se cae de culo dando sus primeros pasos, te descojonas y después piensas"qué adorable".

Espera ¿le había parecido adorable como un bebé?

— Vengo por una amiga. — Amiga, ja, sonaba hasta gracioso.

— Eso está muy bien, aunque es un poco... — se refirió a todas aquellas palabras inconexas que, por los nervios, había vomitado de la peor manera.

— "Raro" es el adjetivo que buscas.

— Es guay, curioso. — Sonrió de nuevo y sus ojos desaparecieron. Eran pequeños y con aquel gesto se cerraban casi totalmente.

No le respondí, solo intenté volver a sonreír y esta vez no salió tan mal. Sería un gesto adquirido, mejorado a la larga. Me deslicé por el asiento como tratando de esconderme de todas esas personas que, aunque mirasen a Ana y a los otros actores cuyos nombres no recordaba, sentía observándome. Y no en el buen sentido. Nunca en el buen sentido.

Qué ególatra.

Durante toda la obra corregí detalles en mi cabeza- Algunos no se sabían bien su guión y cambiaban palabras, improvisaban coloquialmente. Incluso Romeo, él cambió una cita completa, la maquilló con sus santos cojones. Era de mis favoritas y lo noté, lo noté con mucha fuerza.

"Los placeres violentos terminan en la violencia y tienen en su triunfo su propia muerte, del mismo modo que se consumen el fuego y la pólvora en un beso voraz."

Ana lo hizo bastante bien, por suerte, ya que si me hubiese llegado a preguntar después si me había gustado, no me habría sentido bien al decirle que sí. Odiaba mentir.

"¿De dónde vienes?" me preguntó una vez Karma, mi madre. Yo le respondí que había estado con unas nuevas amigas, en la Offene Blüte, cuando en realidad no tenía amigas y había pasado la tarde entera haciendo compañía a la señora Morgan.

Ocurría esto al principio, cuando tenía que ocultar que quedaba con ella, pues nos habíamos mudado hacía nada y, en Berlín, apenas pisaba la calle. Salir a diario de repente, ponía a Karma alerta y de los nervios.

Mentía a diario y, cuando lo hacía me empezaba a temblar de una manera alucinante el labio inferior, casi podría haber ido a un concurso de talentos extraños. Como era de esperar, aquella estúpida reacción biológica siempre me delataba y la mentira derivaba en castigos y broncas.

Cuando me quise dar cuenta la obra ya había acabado y me percaté de ello porque todo el mundo se había levantado para aplaudir. Yo intenté disipar algo de puntillas, pero me rendí al no obtener resultados precoces.

— Súbete a la silla. — me dijo el chico. Había ignorado que seguía ahí.

— Pero...

— Te quitas los zapatos y te subes a la silla ¿sabes cómo funciona eso de mover las articulaciones?

Asentí. No era mala idea, aunque... pensándolo bien, al otro lado tampoco habría nada demasiado interesante. Vacilé en si merecía o no la pena descalzarme, pero finalmente, alejé perezas y lo hice. Me puse de pie en el asiento y contemplé el escenario. El chico de mi lado ahora me llegaba por la clavícula. Es una torre pensé, pero para ser tan alto nunca le había visto antes. ¿Será del Frost Wort Gottes?

Los actores hablaron y agradecieron la presencia de algunas personas en la sala. Nadie me nombró, pero no me sorprendía lo más mínimo.

O sí.

Puede que esperase algo. 

Diré que sobrevivíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora