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8. ROBO

La señora Morgan siempre estaba en calle 12, excepto a la hora de comer. Era una mujer solitaria, me lo había contado entre hipidos. Sus dos hijas dejaron Alemania para mudarse con sus respectivos maridos. Me comentó que una tenía hasta hijos, pero ella jamás los había podido conocer.

En el fondo odiaba a esas dos mujeres por haber abandonado a quien yo siempre había deseado como madre incluso antes de conocerla. Morgan era una mujer comprensiva, divertida, inteligente y jovial. Era el prototipo materno que todo huérfano tiene en mente cuando le avisan de que será adoptado.

Morgan, desde luego, no era la típica señora que quieres meter a toda costa en una residencia porque no poder seguir cuidándola. Ella, a pesar del triste detalle que suponía su ceguera total, tenía una vitalidad sobrenatural y era muy suya, muy independiente y hábil. Radiante como el sol.

— ¿Cómo viene vestido mi precioso Panda hoy ? — Con la dulzura de un caramelo de anís, alargando los brazos para palpar mi atuendo.

—  Mejor que ni me imagines hoy. — Retiré sus manos temblorosas y reí—. Estoy horrible.

—  Anda, dime. Para mí siempre eres una flor.

—  Una camisa granate... — Abrí la boca para continuar.

— ¿De corte masculino?

—  Sí. — Asentí también con la cabeza—. Unos pantalones verdes... Sí, lo sé, no hagas ningún comentario—. Morgan sonrió—. Y las zapatillas negras de siempre.

— ¿Sabes lo que no me gusta?

— ¿Todo? peff.

—  Que vienes muy fresca otra vez ¿de verdad no tienes frío?

—  Lo juro.

—  Eres un vampiro de esos... — Rió.

Me quedé hablando con ella hasta que mi feroz estómago interrumpió opacando nuestras voces. Entonces Morgan sacó un par de monedas de su riñonera, me juntó las manos y dejó caer el dinero en el hueco que había creado. "Cómprate un bollo" me dijo. Sabía que me encantaba ese tipo de comida basura. Yo no era de pizzas y hamburguesas. Yo era de dulce, de chocolate y bollería industrial.

La tienda estaba en la acera de enfrente, a unos metros del callejón donde la pelirroja, el desteñido y su grupo, solían pulular. Fui lo más veloz posible y, casi sin mirar, cogí un bollo, él bollo. Sabía cuál era porque siempre me compraba el mismo. El de pepitas de chocolate y relleno de caramelo, con un envoltorio trasparente y una pegatina azul que solía pegarle a Morgan en la frente.

Con el andar ágil, veloz y hacia la cola que por suerte para mí no era nada larga, me choqué con alguien. Levanté la cara y maldecí. Después, también me subió la sangre a las mejillas.

—  Eu, mira por dónde vas. — Su inigualable tono de voz hizo que la reconociese, aunque llevase los rizos en una coleta escondida bajo un gorro de lana negro y haraposo.

—  Lo siento... — Musité. A estas alturas me había dado cuenta de que vivía disculpándome por todo.

—  Es broma ¿mucha prisa? — Preguntó con naturalidad, como si fuésemos amigas de infancia, mientras pasaba por caja tres cartones de vino barato.

—  No.

— ¿No? ahm... — Sonrió de lado y dejó de mirarme cuando pagó su última compra. Joder, he sido muy cortante.

— ¿Y tú tienes prisa? — Pregunté tarde, cuando ya casi atravesaba el umbral de la puerta. — No soy tú. — Dijo a buenas, saliendo y, nuevamente, desapareciendo de mi vista.

Pandora, definitivamente tu madre tiene razón, eres una inútil me dije y, tras odiarme unos segundos, salí con el bollo en la mano.

A lo lejos, la señora Morgan cargaba una expresión preocupada así que dejé el hambre de lado puntualmente.

— ¿Qué ocurre? ¿estás bien?

—  Sí, cielito ¿puedes recoger las monedas del suelo? se me acaban de ca...

—  No hay nada en el suelo. — Dije tan temerosa como si aquella declaración fuese un símil de decirle a un paciente que le quedan pocos días. Casi igual de dura.

—  No puede ser... Se me acaban de caer, hace menos de un minuto.

Intenté localizar algún movimiento extraño y delator por la zona, pero ni rastro.

Los rizos pelirrojos y la voz grave no se iban de mi cabeza. Tenía una lucha interna entre la parte de mí que acusaba y la que defendía. Había un juicio en mi pecho y mi corazón no estaba preparado para la sentencia.

— ¿Cayó mucho? — Murmuré.

—  Todo... —

Joder.

—  No te preocupes, de aquí a que caiga la noche habré conseguido más. Era todo, pero no era mucho, hoy ha sido un día de poca colaboración...

La señora Morgan quiso calmarme, pero algo, dentro de mí, se sentía culpable a pesar de no haber visto realmente nada. Como si estuviese cubriendo una verdad que ni siquiera estaba segura de que fuese cierta.

Diré que sobrevivíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora