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4. MENTIRA

De pronto, algo me desconcertó. Reconocí unos rizos naranjas. ¿Es ella? no, no puede ser ¿ella sin su grupo? ¿ella en un teatro? A priori, rechacé la idea de que fuese la chica que siempre observaba en calle 12 que, de hecho, había visto llega al irme, y continué escuchando el discurso, pero fue imposible que me concentrase. Miraba cada tres o cuatro segundos hacia la mata de cabello naranja, con ansiedad, esperando a que se diese la vuelta y me confirmase si era o no quien yo creía.

Antes de que esto ocurriese, si es que hubiese ocurrido, un guardia de seguridad se le acercó con mala cara. Intenté leerle los labios, pero fue en vano. Acto seguido, la sacó a empujones. Ella devolvió unos cuantos. Apreté los puños y no aparté la vista del camino que seguían. Ni pestañeé. Fuese quien fuese no merecía ser tratada como un perro. Quería correr hacia allí y pelear por la injusticia, pero ¿pelear yo? ¿qué me creía?

— Bueno. — interrumpí al chico de mi lado, sin mirarle, a modo de despedida.

— ¿Nos veremos otro día?

— Cruzaré los dedos. — respondí casi por correspondencia y empecé a hacerme hueco entre la gente. Tenía prisa, esta vez de verdad.

Salí por una puerta diferente a la que había pasado al entrar. Por fin algo de oxígeno y silencio pensé. Caminé con el paso acelerado, buscando otra puerta que diese con el pasillo por el cual habían sacado a aquella chica.

— ¡Pandora! — Apreté los ojos y me di la vuelta. No tenía tiempo para andar fingiendo que no había oído la voz de Ana como había hecho esa mañana en clase.

— ¿Qué?

— Gracias por venir.

Se acercó y me dio un abrazo. Yo quedé estática, se oyó un ruido raro y ella rió porque se le había enganchado la pulsera en mi chaqueta. En aquel momento lo creí, de verdad, te creí, Ana. Tenía demasiada niebla en la mente como para pulular entre otras hipótesis.

— ¿Lo hice bien?

— De maravilla, tengo prisa, lo siento.

Dejé a Ana en medio del pasillo y sentí el peso de la culpa. Me había invitado, se había portado como alguien que realmente quería mi amistad y yo a cambio ¿qué había hecho? dejarle con la palabra en la boca no una sino dos veces, pero egoistamente tenía otra prioridad y si tardaba más, la pelirroja desaparecería.

El sentimiento de culpa no duró demasiado. Se desvaneció cuando salí a la calle y conforme daba pasos, las personas que dejaba atrás se empezaban a reír. A señalarme.

— ¡Bicho raro! — gritó uno, que ni conocía.

— ¡Todos sabemos que eres virgen, nadie te follaría ni aunque pagases!

— ¡Basura! — decían las voces femeninas.

Aquellas palabras me sacudieron y quise levantar la bandera blanca, para rendirme o clavármela en el pecho y desvanecerme.

Entre la confusión, el dolor y la vergüenza, alguien me cogió del brazo con fuerza, en un tirón seguro, y me sacó del círculo que se había formado a mi alrededor para insultarme, quizá hasta pegarme. Un círculo que sola no me veía capaz de atravesar.

Cuando levanté la cara y me atreví a mirar, a respirar, me topé con ella, la chica de cabello naranja del teatro que, a su vez, sí que había resultado ser la misma que la pelirroja de Calle 12. ¿Estaba ahora en deuda?

Me despegó algo de la espalda, era un post it. Lo leyó en silencio, dejó los ojos en blanco y después se refirió a mí. Era la primera vez que escuchaba su voz.

— Tienen demasiado tiempo libre y no se deben de querer una mierda. Cuántas carencias huelo.

— ¿Qué... pone? — Le quité el papel de las manos y lo leí. Sentí como mis ojos se aguaban, pero logré secarlos y mantener la compostura, antes de que cayese una primera lágima—. Joder.

"Gritame lo que piensas de mí

Firmado; una guarra virgen."

— Vete a casa y no le des vueltas, anda. Chiquilladas de gilipollas, que no son otra cosa.

Me acarició el cabello una sola vez, como si fuese a explotar por excederse, y desapareció por otros callejones. Parecía que conocía como la palma de su mano cada rincón de Rätsel.

Diré que sobrevivíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora