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I. EL FRÍO CORRUPTO

Paseaba cabizbaja por las calles frías de Rätsel, el pueblo más pequeño, lúgubre y, por sus costumbres ajenas al resto y sus continuas masacres, menos habitado de Alemania. Caminar solo por la calle una vez pasadas las doce de la noche convertía al más fuerte en un cordero herido que entra a la boca del lobo por instinto suicida, por suerte para Pandora, aún eran las 18:00.

El timbre que daba por terminada la clase sonó estridente y, como siempre, Pandora había salido escopeteada. Era costumbre. Dos minutos antes de que las clases se dieran por zanjadas, guardaba todo en su descomunal mochila para después no perder tiempo. Parece una exageración, pero al lado de sus tiernos 1.58cm de altura, este accesorio resultaba gigante.

A la chica no le gustaba quedarse a charlar después de clase. Aborrecía tener a nadie a su derecha, como "acompañándola", mientras dejaba la escuela. Tampoco a su izquierda, claro. Prefería estar sola, disfrutar de su paseo sin que el prejuicio de nadie le cayese encima.

Cuando algún compañero se acercaba a ella, aunque fuese con las mejores intenciones, siempre... acababa metiendo la pata de alguna forma u otra. "¿Por qué eres tan callada?" decía y, por algunos segundos, Pandora sentía que, quizá, en esa precisa ocasión podía ir bien de una puta vez. "Ey, no es difícil hacer amigos, intenta ser menos rara". Volvía a la realidad.

La concepción de rareza-normalidad que tenía su clase resultaba repugnante. Así que, definitivamente, era mejor que huyese dos minutos antes de que sonase el timbre o de que Margaret, la profesora más happy flower del Instituto Frosts Wort Gottes, empezase a cerrar los libros.

Y mira que, en el fondo, Pandora deseaba que alguien se le acercase sabiendo cómo tratarla para no ocasionar un huracán emocional en ella.

Margaret era encantadora en el fondo, pero muy muy pesada. Siempre quería meterse en la vida de sus alumnos. A Lena, por ejemplo, le preguntaba constantemente sobre qué tal le iba con el novio. Pandora se preguntaba cuán violenta sería la situación el día que metiese las narices y la relación, ops, hubiese acabado.

Lo único digno de ser rescatado aquel día en clase fue que Harry, el profesor de literatura, se sorprendió al ver el trabajo de Pandora. Este le felicitó y vitoreó su esfuerzo. Fue a la salida de clase, si hubiese sido en mitad de la misma, Pandora habría repudiado los elogios, deseando que se la tragase la tierra. "Me dejas a cuadros Pandora, tienes un diez muy merecido". En los trabajos escritos podía lucirse, en cambio, faltaba siempre a los orales.

Se trataba de una exposición con datos de interés sobre la Época Victoriana, su época favorita sin duda. Llenó casi todas las diapositivas con fotos de vestidos y sus respectivas descripciones y características. Le encantaban, muy a pesar de que en ella jamás lucirían como en su anhelo, desde su propia perspectiva.

— ¡Pandora! — gritaron a sus espaldas. Esta fingió no oír nada y continuó caminando con el paso veloz y nervioso de siempre.

Volvieron a gritar su nombre. Esta vez bastante fuerte, como para que la escusa de no haber escuchado nada resultase creíble. Tomó cuánto aire pudo y se giró lo más serena posible, sin dar más pasos en vano. Se trataba de Ana, la chica rubia que hablaba por los codos y que se sentaba dos mesas detrás de ella. Esta se acercó corriendo y cuando llegó se metió los cabellos revoltosos por detrás de las orejas, dispuesta hablar con cierta fatiga:

— Esto es tuyo, se te ha caído al salir de clase.

Vaya, si no fuese una bala y fuese máaaas normal, pensó con burla sobre sí. Su mente se la jugaba en múltiples ocasiones y tenía que luchar por callar esa voz.

—¿Te veo luego en la obra?

— ¿Qué obra? — musitó guardando lo que le había dejado en las manos. Era un autorretrato.

Pandora detestaba su cara, de hecho, pero por alguna razón le gustaba dibujarse. Le relajaba. Claro que lo hacía perfeccionando todos aquellos rasgos que veía mal y, al final, dejaba de ser ella aparentemente, pero lo era en esencia y, al menos, ella lo sabía. Eso era lo único que le importaba.

— ¿William Shakespeare? — Algo había oído por ahí, pero Pandora Neisser puso cara de desorientada. No porque desconociera al escritor cuyas obras se había leído en menos de un mes, años atrás, si no porque no estaba enterada de ninguna obra teatral. Ana pareció darse cuenta y, gracias a Dios, la rescató del mar de dudas en el que se había sumergido, tensa y paulatinamente—. No me digas que no has leído el cartel que hay colgado en el corcho del pasillo...

— ¿Qué cartel? — Preguntas y más preguntas, suyas, que era aún peor. Comenzaba a incomodarle la conversación, se sentía ignorante. ¿Podrías dejar de volver violento algo tan banal como una conversación tonta al salir de clase entre dos compañeras, Pandora? Gracias discutió consigo, mentalmente, provocando silencios.

— ¿Hola? Tierra llamando a Pandora, el cartel amarillo... — Arrugó la nariz—. Joder, no pasa desapercibido... ¡es amarillo! — Rió.

— No lo había visto. Lo siento.

Pero, joder, que era amarillo.

— Si no huyeses de clase... — dijo Ana con una sonrisa, pero parecía más bien un ataque.

— Bueno, tengo algo de prisa. — buscó despedirse.

— ¿Entonces no te veré?

— Lo dudo bastante, lo siento.

— Deja de decir que lo sientes, pensé que te gustaba el teatro. Voy a interpretar a Julieta, soy la prota. Sería genial si vinieses a verme. — ¿Sería genial? cuánta hipocresía. Ni siquiera se llevaban bien. Tampoco mal. Simplemente no existía entre ellas ningún tipo de relación. Ni siquiera hablaban, joder. Aquella sería la segunda conversación que tenían en el transcurso de los dos años que llevaban compartiendo clase.

— Me encanta, pero... — aguardo un momento de silencio, analizando sus otras opciones. Si no iba a lo de la obra de teatro, se quedaría a pasar la tarde con la señora Morgan, ayudándole a vender más revistas, cupones y boletos de lotería que los que solía vender por sí misma. Observaría también a la chica de la acera de enfrente y a su grupo, por horas, sin necesidad de pestañear. Eran un grupo de callejeros y le llamaban mucho la atención.

¿El del pelo rojo desteñido se metería coca para huir de algo? ¿no sería capaz de afrontar que su novia lo hubiese abandonado? tal vez se sentía solo. ¿Y si era homosexual y se sentía encerrado en sí mismo? ¿y si sabría que tiene una enfermedad mortal y por eso no le importaba consumirse de aquella forma?

La chica, que tenía el cabello tan largo como enredado y naranja natural, siempre sonreía, podía verlo, pero era una mentirosa brutal. Cuando los de la pandilla dejaban de mirarla su expresión perdía vida, era lo segundo más triste que había visto nunca, lo primero eran los 0 en rojo de su boletín de notas de exposiciones orales.

Todos y cada uno de ellos parecían tan abatidos, en realidad, tan rotos y dejados... aunque siempre estuviesen con la energía por las nubes. Se habían encontrado y les visualizaba como piezas rotas que encajaban entre sí, aunque no conociese la historia de ninguno. Adoraba analizarles y el tiempo pasaba volando cuando lo hacía, como si estuviese viendo una especie de documental. Sin embargo, disfrutaba solo de aquello, con distancia de por medio y, si estos llegaban a notar su mira, apartaba la cara veloz.

Podría decirse que era un tipo de acosadora o stalker inofensiva.

— Tengo cosas que hacer, gracias por invitarme... de todos modos.

Agradeció que Ana hubiese dejado de insistir, pues aunque siempre tuviese un "no" en la boca, se daba mucha rabia cuando rechazaba planes en los que igual hasta podía pasarselo bien. Era algo que no podía evitar, no podía arrancarlo por mucho que a veces lo intentase. Sus negativas permanentes eran un conflicto que tendría que resolver en algún momento, pero esa acción, junto a la de pedir ayuda psicologica, la aplazaba igual que a alarma de estudiar por la mañana antes de ir al FWG.

Diré que sobrevivíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora