Danza Ancestral

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Puedo sentirlo, corriendo como fuego en mis venas, profundizando mi respiración, acelerando sin reparos mi ritmo cardíaco. Es la furia, el torrente incesante de adrenalina invadiéndome, la euforia alimentada por un instinto asesino, uno que estos malditos se han encargado de crear en mi.

Mi deseo de matar toma el control total de mi ser, y la satisfacción de tener sus vidas en mis manos dibuja una expresión sádica en mi rostro, digna del mismísimo Lucifer. Sin importar de cuántos demonios se trate, yo misma enviaré a cada uno de ellos de vuelta al infierno.

El tiempo corre, y mi mente comienza a marcarlo de nuevo, lentamente. Las rocas desnudas y diáfanas me devuelven la mirada y consigo rasgar una de ellas. Nadie sabe que me encuentro aquí, paso lentamente y sus miradas no me captan. El pelaje aun les llena el cuerpo, la ropa, que es poca, es hecha con pieles de una víctima de la caza de ellos. Tomo el cuchillo que llevo y rasgo la piel de uno de los hombres, un arma cae a sus pies y su vida se pierde. Siento el movimiento lento de un alma perdida en el mar de otras. Tomo el arma que el hombre soltó tiempo atrás. Una hoja reluciente se reflecta y un mango de madera lo sostiene. Hago un movimiento rápido y rasgo otra vida.
Es fácil. Aquel primitivo instinto que me llena es más del que cualquier mortal puede manejar. Río lentamente, soy la muerte y ni Lucifer puede devolverme la mirada que tengo ahora mismo.
Horas más tarde, aquel hombre que se creía la muerte fue juzgado por si tribu. Alardeaba cosas inentendibles. Balbuceos escapaban de los labios rotos que llevaba calados a la boca.
Uno a uno, los integrantes de la tribu fueron clavando un cuchillo de piedra tallada hasta que el hombre, que se creía la muerte personificada, murió rasgado y su alma varada en medio de danzas ancestrales y vidas arrebatadas.

Pablo V.

Corazones Desesperados ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora