La confesión. Parte 1: Un poco tarde, capullo

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Nota de la autora: A veces escribo groserías y chistes malos. Mis personajes son tan terriblemente patéticos que por muchas penalidades que pasen jamás me atrevería a decir que esto es un drama. Nada de lo que narro podría asimilarse ni lo más mínimo a ninguna realidad y si así es, enhorabuena, tu vida podría protagonizar alguna de esas películas malas de Hollywood. El primer capítulo es el peor de todos. Está narrado por un idiota que a su misma vez está creado por otra idiota. Si lloras en el resto, deberías leer alguna novela de verdad.

Ahora, algunos spoilers:

Levi Strauss es un capullo.

Hugo Blight piensa que es muy duro, pero narra como una preadolescente.

Samantha Watson es una zorra. No le cojas cariño, es una zorra.

Ro Alexander la chupa.

En esta novela nadie deja el tabaco.

Ahora disfruta de la lectura.

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Levi:

Me llamo Levi, Levi Strauss.

No voy a perder el tiempo contándoos quién soy y ese tipo de gilipolleces que suelen ir en cualquier introducción porque en este momento me conciernen asuntos más importantes. Hace apenas unos días Rex, mi mejor amigo de toda la vida, me confesó que «cree que yo le gusto o algo así». ¿Cómo cojones reacciona uno ante eso? Osea, es algo así como incesto, ¿no? Porque Rex es como mi puto hermano o incluso como mi segunda madre. Y lo siento mucho pero no me follaría a mi hermano (si lo tuviese) y mucho menos a mi madre. ¡Es una santa por el amor de Dios! ¡Jamás le haría eso! Aunque por otro lado... si Rex fuese una madre seguro que sería una de estas «mother I would like to fuck» pero con más pelo en el pecho y muchísima más mala leche. Pero eso no viene al caso. Lo importante es que el puto Rex, ese amigo heterosexual y machote con el que todo gay (o bisexual en mi caso) ha fantaseado alguna vez, me ha dejado las puertas de su culo de macho alfa abiertas de par en par. Y yo, idiota de mí, en vez de follármelo como quince veces (una por cada año en la que me ha estado ocultando lo de que puede que sea gay) salí corriendo y me encerré en la habitación de invitados de su casa. Tal vez el putón verbenero que creía que había en mí no es tan putón como pensaba. Ha sido la primera vez en mi vida después de que me dejara mi ex en la que me he sentido tan avergonzado porque alguien me haya dicho que yo le gusto. Tal vez fuese el impacto del momento, el hecho del que muy cabrón se lo hubiese estado guardando durante tanto tiempo o simplemente que la cogorza que llevaba encima no me dejase reaccionar, pero la única verdad es que en ese momento estaba a punto de tener un ataque al corazón.

Me llevé un rato ahí escondido, encendiéndome un cigarrillo con el pulso de una gallina convulsionada. No escuchaba nada detrás de la puerta pero sabía que estaba allí, sentía su presencia. Mi sexto sentido heredado de los roedores sabía que un lince como Rex estaría acechando en silencio. Y lo peor es que no sabía si aquello me gustaba o me asustaba. Estaba confuso y borracho. Rex parecía estar sólo borracho. Nunca antes le había oído decir algo como aquello con tanta naturalidad; pensaba que era un huraño antisocial que odiaba a las personas y a mí un poco menos que al resto, pero ese día sentí que a Rex le pasaba algo extraño. Primero pensé que era la crisis de los treinta porque era su cumpleaños y uno no cumple treinta primaveras todos los días. Hay gente que se vuelve medio tarumba y le da por hacer cosas raras porque siente que su juventud ha quedado atrás, ya nadie los volverá a mirar con deseo, su fecha de caducidad para tener hijos se acerca y un largo etcétera. Pero no pensaba que Rex fuese ese tipo de persona, a él no le importa eso de tener hijos y con todo el ejercicio que hace seguirá de toma pan y moja hasta el fin de sus días. Luego pensé que tal vez lo que le pasaba era que había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.

Ciertamente no es que yo sea el mejor amigo del mundo, la verdad. Mi relación con Rex suele estar más enfocada a los negocios que a otra cosa. Nuestras conversaciones son cortas y concisas: me dice el sitio, la hora, qué tengo que hacer y cuánto me van a pagar. Pero yo fui un puto egoísta y traspasé esa barrera desde el primer día en el que lo conocí. Admito que forcé nuestra extraña relación para que él fuese mi hombro sobre el que llorar. Pero también pienso que eso es algo que uno no elige. Hay veces en la que la persona adecuada aparece en tu vida y tienes con ella una conexión única, no necesariamente tiene por qué ser amor. Rex y yo hemos sido mejores amigos desde que éramos unos adolescentes de mierda con sus problemas de mierda y esas cosas que a uno le ocurren antes de los veinte. Supongo que os preguntaréis por qué he dicho antes que nuestra relación es más bien profesional. La respuesta es la de siempre: quince años son muchos años. Como he mencionado Rex no es que sea la persona más sociable y habladora del mundo. Nos terminamos distanciando poco a poco y al final nuestras visitas personales se volvieron cada vez más esporádicas; siempre reservadas para alguna fecha especial o días en los que simplemente queríamos estar un rato juntos. Es extraño y maravilloso tener a una persona que siempre se acuerde de tu cumpleaños y que te envíe una postal en navidad pese a no hablar demasiado con ella. Supongo que simplemente somos dos desconocidos que se conocen muy bien. Por eso los dos nos llevamos una hora en silencio a cada lado de aquella puerta; no necesitábamos hablar para mantener una conversación.

Amor y otras excusas para no dejar de fumarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora