Sólo amigos. Parte 2: The Rouge

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A las doce en punto llegamos a The Rouge. No fue fácil, ese despistado de Levi no conocía bien New York; lo que nos costó varias vueltas por calles que ninguno había visto nunca, preguntas a desconocidos bordes que fingían no habernos escuchado y llantinas llenas de ansiedad por parte del rubio que no paraba de repetir que deberíamos huir a México para que Carmine no acabase con nuestras vidas. México, según decía, era el lugar de huida por antonomasia para personas en nuestra situación. Para mí era otra sarta de tonterías de la calaña de «vamos a atracar un banco». ¿Cómo podía estar tantísimo tiempo viviendo en esa película que se había montado? Resultaba muy cansino aguantar tantas gilipolleces juntas durante un intervalo tan grande de tiempo. Por lo que al final, terminé explotando.

—¡Cállate de una puta vez!—le grité, cuando al fin colmó mi escasa paciencia—. No vamos a ir a México. No vamos a ir a ningún puto sitio que no sea el que nos ha dicho tu amiguito Carmine. ¿Acaso no eres consciente de que te acaban de amenazar de muerte? Deja ya ese rollo victimista y peliculero y asume de una maldita vez que estamos jodidos.

Después de gritarle aquello, Levi se echó a llorar... otra vez. No era posible que estuviese de verdad con un adulto hecho y derecho. Tampoco podía creer que yo volviese a caer en aquellos trucos cutres de manipulación y lo terminase consolando.

—¿Por qué me estás acompañando, Rex?—me preguntó aprovechando que había conseguido tocarme la fibra sensible y ya me había desahogado antes.

—No lo sé. Supongo que somos amigos, los amigos hacen estas cosas—respondí de forma seca. No tenía ganas de seguir indagando mucho más en el tema.

—¿Cómo puedes estar arriesgando tu vida por mí sin ni siquiera preguntar por qué?—insistió. Joder, odiaba cuando hacía eso. Los putos porqués de todo. «Por qué no me cuentas nada de ti». «Por qué estás tan callado». «Por qué gritas». Por qué, por qué y más por qué.

—No lo sé, déjame en paz. Estoy cansado de tus putas preguntas. A ver cuándo te va a entrar en la cabeza que me importa una mierda tu vida. Me dan igual tus dramas, me da igual que te dejase la tal Samantha, me da igual que fueses un travesti, me da igual todo; joder.

—Borde de mierda—respondió cabreado—. No seas hipócrita. Bien que preguntaste lo de Lilith cuando se fue Carmine. Eres un egoísta que sólo vela por su propia vida. Quieres enterarte de qué va todo esto para ver si te afecta en algo a ti, puto mentiroso. Te haces el duro pero en el fondo estás tan cagado de miedo como yo.

Jodido bocazas, tenía bien merecidos los cinco segundos que se pasó ahogándose entre una pared y mi mano.

—Yo no tengo miedo—respondí, rechinando los dientes, apretando con fuerza a Levi contra aquel muro. Como he mencionado varias veces, no tengo demasiada paciencia y cuando me tocan mucho los cojones me vuelvo alguien de lo más irascible. Llamadme sádico, llamadme maltratador, pero para mí la violencia siempre ha sido la solución a todos mis problemas.

Levi me apartó de un empujón. Ese pequeñajo tiene la increíble capacidad de aguantar todos mis abusos cuando me pongo de mal humor pero no si pueden costarle la vida, como era el caso. Esa es otra de las grandes razones por las que me preguntaba y me pregunto cómo seguimos siendo amigos. La única respuesta que se me ha ocurrido hasta ahora es que Levi sea un masoquista (algo que no me sorprendería en vista de sus gustos extravagantes) aunque prefiero pensar que lo hace porque ve en mí otro tipo de virtudes de las que ni siquiera soy consciente.

—Pues entonces responde, joder. Aunque sea por el hecho de que dentro de poco si a Carmine se le cruza un cable acabemos muertos. ¿Por qué sigues aquí conmigo?—dijo clavándome aquellos grandes ojos castaños directamente en el corazón. Era puro chantaje emocional: me sentía atrapado y desnudo frente a aquella mirada inquisidora. No podía enfadarme más de lo que ya estaba, empecé a rechinar aún más los dientes y a apretar los puños. No me gustaba hablar de mi vida, ni de mis sentimientos, ni de su vida, ni de sus sentimientos. ¿Era tan difícil leer entre líneas? ¿Por qué me estaba obligando a hacer aquello?

Amor y otras excusas para no dejar de fumarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora