Chicas malas. Parte 2: La salvación

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Desde mi encontronazo con Levi estuve algunos días sin salir de casa, me encontraba mal por alguna razón física, mental o ambas cosas. Tal vez ese maldito capullo estuviese en lo cierto y me hubiese contagiado algún virus. Mi tía Sally insistía en que era un simple resfriado, que se me pasaría en unos días; así que le hice caso, me tomé su sopa especial de zanahorias y me quedé en la cama durmiendo durante horas día sí y día también hasta que una buena mañana me levanté sin esos molestos dolores de cabeza y moqueo constante. Era domingo así que mi tía insistió en que me vistiese y fuese a la Iglesia a darle gracias al Señor por curar mi resfriado. Nunca he sido demasiado religiosa, no soy de las que piensan que amontonar a un grupo de paletos en un edificio claustrofóbico para que griten estupideces me vaya a proporcionar ningún tipo de satisfacción personal y, mucho menos, la salvación. Pero mi tía Sally sí creía y se había portado muy bien conmigo y con mi madre así que ¿quién era yo para negarme a cumplir uno de sus pocos deseos? Además me encargó saludar a los Strauss de su parte y, de paso, que me disculpase ante el Todopoderoso por ella ya que faltaría aquel día debido a «problemas de mujeres que Dios comprendería». Por supuesto, si su sabio Señor en su sádica sabiduría quiso que las mujeres sangrasen de vez en cuando y se muriesen de dolor, sería comprensivo en eso de que una de sus fieles siervas faltase un día a felicitarlo por su grandiosa creación. Para mí, al menos, era todo un misterio el funcionamiento de las sectas de esa categoría. Pero no podía quejarme; al fin y al cabo, ahí estaba yo vestida como una oveja más de camino a la casa del pastor para agradecerle que se hubiese fijado en mí entre sus miles de fans y me hubiese curado el resfriado.

La casa de mi tía Sally no estaba muy lejos de la pequeña parroquia del pueblo. Al fin y al cabo no tenía demasiados habitantes y tampoco era demasiado difícil encontrar el edificio. Se veía desde cualquier punto ya que el pueblo estaba situado en una gran colina y la parroquia fue construida justo en la cima. Era algo cansado llegar ya que tenías que ir cuesta arriba pero al menos hacías ejercicio, una buena recompensa por ir a ver un rato al Creador.

Antes de entrar me encontré con Donna, fumando en la puerta de la parroquia. Era una mujer muy atractiva pese a su edad; no muy alta pero con curvas, las preferidas de la zona. Tenía una hermosa y larga cabellera poblada de bucles rubios y unos inmensos ojos azules que no dejaban indiferente a ningún hombre. Me dedicó una bonita sonrisa y me pellizcó ambas mejillas.

—Así estarás más guapa, Sammy. Mi madre siempre me decía que hay que lucir bien esas mejillas para atraer a un buen hombre que se case contigo. Además, harán juego con tu pelo.

Me acaricié el pelo con cierta preocupación. No quería que se me acercase ningún hombre a pedirme matrimonio... En otras circunstancias no le habría prestado demasiada atención a Donna pero en el poco tiempo que llevaba viviendo en aquel pueblo había aprendido a no tomarme nada de lo que dijese nadie en broma. Al parecer todas esas estupideces medievales iban muy en serio. Donna me miró frunciendo el ceño, parecía comprender lo que estaba pensando, lo que era un alivio ya que me sentía un poco excluida en aquel lugar. Pero entonces soltó otro comentario que me hizo replantearme muy en serio mi futura supervivencia en aquel sitio.

—Oh, no te preocupes cariño. Aquí nadie tiene nada en contra de los pelirrojos... creo—dijo aquello último casi en un susurro, escondido por una siniestra sonrisa que no pude comprender. Sin duda alguna, madre e hijo eran tal para cual.

—Mi tía Sally me ha dicho que os mande saludos a ti y a Levi—le dije intentando encaminar la conversación por otro sitio para que dejase de darme aquellos espeluznantes consejos. Luego, miré de reojo alrededor de Donna buscando a ese pequeño diablillo que tenía por hijo, sin éxito—. Por cierto, ¿dónde está?

—Dentro—me dijo seria—. Levi tiene muchas cosas que explicarle a Dios esta semana.

No comprendía muy bien lo que quería decir Donna. ¿Estaría hablando del incidente con Tommy Bryant? No podía creer que Levi estuviese teniendo tantos problemas por aquello. Sabía que había sido un poco estúpido y maleducado comentárselo en nuestra primera conversación, pero ahora entendía un poco mejor la exagerada reacción que tuvo Levi cuando seguí insistiendo en el tema.

Cuando entré al interior de la parroquia lo vi. Estaba en el fondo vestido con una larga túnica blanca, esperando al final del altar junto a otros niños en estricto silencio. Tenía la mirada gacha y podía notar en él ese aura impregnada de tristeza que tantas veces le vería en otras ocasiones. Entonces el reverendo se acercó al atril y la gente comenzó a tomar asiento. Donna soltó el cigarrillo y entró, sentándose en la última fila. Yo no sabía exactamente ni qué estaba haciendo allí por lo que me senté a su lado y guardé silencio como los demás cuando el párroco comenzó la misa.

—Hoy, hermanos, el joven Levi Strauss iniciará la ceremonia con algunas citas de nuestras sagradas escrituras—el reverendo agarró suavemente a Levi de la mano y lo condujo al atril.

Levi intentó resistirse un poco pero finalmente caminó de forma obediente y se acercó un tanto tembloroso al micrófono.

—Levítico, capítulo dieciocho, versículo veintidós—tomó una gran bocanada de aire y siguió hablando—«Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre»—tenía la cara muy roja y la voz le comenzó a temblar—. Libro primero de Reyes, capítulo catorce, versículo veinticuatro: «Hubo también sodomitas en la tierra, e hicieron conforme a todas las abominaciones de las naciones que el Señor había echado delante de los hijos de Israel»—se giró al párroco. En ese momento no logré saber qué estaba diciéndole pero Levi me confesó más tarde que fue un simple «por favor». El reverendo le giró bruscamente la cabeza con la mano y lo obligó a seguir mirando a aquel estúpido libro lleno de estupideces. Levi comenzó a llorar—. Romanos... capítulo uno... versículo veintiséis... «Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío».

No podía ver aquel vergonzoso espectáculo más tiempo. ¿Cómo podía estar todo el mundo aprobando aquella humillación pública? Cuanto más miraba a mi alrededor más sentía que aquel no era mi lugar, ni el de Levi. Los niños no paraban de reírse de él, podía ver cómo susurraban entre ellos; hasta hubo uno que le escupió de forma descarada.

No sé en qué instante del transcurso de aquel lamentable espectáculo ocurrió, pero de repente me encontré a mí misma llorando también. Nunca me había pasado antes algo parecido. A las pequeñas modelos nos enseñaban a mentir y herir pero eso de la empatía era algo que eliminaban de nuestro vocabulario y nuestras mentes desde el primer momento en el que pisábamos un escenario. Así que fue algo inexplicable para mí sentir algo tan fuerte por una persona que apenas conocía. Había algo muy dentro de mí que me decía que mi deber era plantarme ahí delante de todos y defender a aquel pobre diablo. Así que me levanté, recorrí el pasillo que llevaba hasta el altar y le planté un beso en los morros a Levi delante de todo el mundo. La gente se quedó boquiabierta, pero antes de que nadie pudiese reaccionar, me acerqué al micrófono y comencé a hablar.

—Levi Strauss no es gay—afirmé—. Es mi novio, y si alguna vez tuvo algún extraño virus homosexual yo se lo he curado. Las palabras hirientes no son nada frente a los hechos que están viendo ahora mismo. ¡Yo soy la elegida para traer a esta oveja descarrilada por el camino del bien! ¡Yo traigo SU SALVACIÓN!—grité y por algún motivo, todos empezaron a aplaudirme y a cubrirme de vítores. Incluso llegué a escuchar algún «¡es la elegida!». En aquel momento me sentí mejor que el propio Jesucristo. Ahora entendía lo fácil que era llegar a ser un gran líder de masas: sólo hay que buscar a un montón de idiotas que no solo se crean tus mentiras, sino que además te adoren.
















Amor y otras excusas para no dejar de fumarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora