Noah murió dos meses después.
La incógnita de sus destinos estaba resuelta, Noah sobrevivió más.
Lloré en el funeral del niño. Lloré por él, lloré por sus padres y lloré de nuevo por Elliot.
Cada noche me atormentaba su sonrisa. Me perseguía en sueños y no me dejaba dormir.
Helena estaba triste. Dan tampoco dormía.
La casa estaba tan vacía sin él.
Mi tiempo libre me deprimía, si no tenía nada que hacer me tiraba en el suelo y lloraba. Por ello decidí escribir un libro.
Me aconsejaron hablar sobre tener esperanza, sobre alegrar la vida del enfermo de cáncer y sobre cosas que pueden ayudar, sobre cómo superar la muerte de un ser querido.
Pero yo no había superado la muerte de Elliot, y no quería escribir sobre cosas bonitas.
Escribí sobre el terrible dolor de perder una madre, de perder un hijo, de perder un amigo. Escribí sobre la opresión en el pecho, sobre la sensación de vacío. Escribí sobre el estrés de levantarse cada mañana con el miedo de que se haya ido ya esa persona. Escribí sobre mi madre, sobre Elliot y sobre Noah.
Escribí sobre la angustia, sobre la tristeza.
Y a la gente le gustó. No entiendo por qué. No pretendía gustar, solo quería expresarme. Pero a la gente le gustó la realidad sobre la que hablaba.
Y me publicaron el libro.

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Elliot tenía cáncer
Short StoryHistoria muy corta. Estamos casi muertos Elliot, tanto, que me parece oler cuerpos en descomposición. Aviso: No quiero herir a nadie, yo no estoy famirializada justo con esta enfermedad, pero si que sé lo que es perder a alguien, así que no pretendo...