No queda más que desesperanza para los amores invisibles. Nunca existieron, nunca van a existir.
Toda una ilusion, creemos que nos salvaron, pero no son otra cosa que mariposas de plástico arañándonos el estómago.
Cuando nos damos cuenta ya es muy tarde, y los kilómetros corridos no se devuelven sólo porque el sueño frustrado estaba en medio de la arboleda.
El tiempo no para; una y otra vez mi mente y yo. Mi cerebro me dice que intente, pero yo grito que no, ya estoy cansada.