IV CAPITULO

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UNA ALACENA CON ENLATADOS Y AGUA



Cuando estaba investigando para mi libro La importancia de morir a tiempo me tropecé, sin querer con unas ciudades subterráneas en la Capadocia turcas. Dos ciudades increíbles, inverosímiles: Derinkuyu, y, aún mas profunda, perdida en las inmensidades del planeta, Kaimakli. ¿Qué diablos era eso? ¿Seres viviendo en las profundidades durante un tiempo prolongado, durante décadas enteras, comiendo, orando, copulando, teniendo sus hijos entre cata tumbas y cavernas oscuras? ¿por qué? ¿Quienes eran? ¿ Salieron en algún momento a la superficie? ¿De qué se estaban escondiendo?

Poco después empecé mi saga juvenil y ahondé en algunas de esas investigaciones. Me tropecé con refugios subterráneos a lo largo de los cinco continentes: búnkeres, esferas de seguridad para sobrevivir a tsunamis, pequeños sótanos resistentes a radiaciones atómicas y bien aprovisionados de comida, agua y medicinas. ¿Qué estaba sucediendo, todo el mundo se estaba volviendo loco? incluso estudié bien los planos y el diseño de una ciudad en Kansas enterrada a varios metros de profundidad que ya está terminada y es posible vivir durante diez años sin salir de allí: Futurópolis. Es una ciudad autosustentable, con teatros, cines, bibliotecas, cultivos propios y un pequeño hospital. Los multimillonarios que pagaron siete millones de dolares por cada uno de sus apartamentos.

Me di cuenta enseguida de que este tipo de proyectos no pertenecían a colonias de hippies fumando marihuana y esperando el fin del mundo en medio del humo de sus porros. ni a loquitos cansados del sistema que habían decidido retirarse a conformar comunas de desadaptados, ni a místicos ingenuos siguiendo a algún gurú embaucador de turno. No. Se trataba de gente con acceso a una buena educación, bien informada y que llevaban vidas normales e incluso muy exitosas. Y la misma pregunta volvía una y otra vez: ¿por qué?

Como si esto fuera poco, varios gobiernos decidieron construir un búnker en el hielo noruego y guardar allí toda la memoria genética del mundo vegetal. Hasta la planta más remota de la isla más escondida ya esta allí. Son millones de dolares reunidos por gobiernos europeos y por los Estados Unidos, empeñados en preservar la vida vegetal en caso de una gran hecatombe. Se le llamaba la Bóveda del Fin del Mundo o la Nueva Arca de Noé. Y ya empezaron con la memoria animal también, están recogiendo muestras de insectos, de cada bicho que se mueve en las profundidades de los océanos. ¿Por qué la mayoría de los mortales caminamos por las calles tan tranquilos, seguimos asistiendo a nuestros trabajos y a nuestros estudios como si nada estuviera pasando, mientras otra gente se está preparando para una catástrofe? ¿Por qué continuamos haciendo planes y ahorrando, mientras gobiernos del primer mundo, en lugar de invertir en educación publica o en presupuesto para los inmigrantes, gastan del erario para construir arcas de Noé? Nada coincide con un mundo razonable, el principio de realidad ha desaparecido por completo.

Por esos meses el canal NatGeo estrenó una serie , justamente de personas que están entrenándose en cómo sobrevivir a crisis mundiales futuras: terremotos, colapsos del sistema financiero, pandemias y demás. En ingles se titulaba el programa peppers, lo que traduce como supervivencialistas. Había incluso ejemplos de familias enteras con sus mochilas al hombro que hacían ejercicios de cómo escapar de sus respectivas ciudades en caso de un terremoto o de una crisis alimentaria. Niños cargando morrales, botiquines, con sus linternas en la mano y con mascaras antiguas cruzando bosques y cañadas para encerrarse en ese búnker que papá había construido para que ellos pudieran sobrevivir. ¿Todo el mundo se estaba volviendo loco y nadie quería aceptarlo?

Viaje a Cuzco en busca de Machu Pichu, a Andahuay lillas en busca de unas extrañas mimias, a Tikal en Guatemala, a Benjamin Constant en el Amazonas brasileño, siempre en busca del misterio. Las ciudades subterráneas de Derinkuyu y de Kaimakli no eran excepciones extrañas de la antigüedad, sino una constante, un procedimiento, un método que encontraron los antiguos para sobrevivir a grandes catástrofes. Civilizaciones avanzadas han desaparecido en el pasado, y solo algunos, muy pocos, lograron esconderse en refugios muy bien resguardados y salvar sus vidas. Quedaron constancias de ello. La ciudad de Ubar, que logró descubrirse gracias a la colaboración de los satélites de la Nasa, es una prueba de ese pasado remoto que desconocemos por completo. La ciudad de Gobekli Tepe sigue siendo un signo de interrogación para historiadores y arqueólogos. Y continuaban apareciendo más: Tel Qaramel, Varna y Tel Hamoukar. Incluso las extraordinarias pinturas de las cuevas de Chauvet, en el valle de Ardéche, en Francia, de unos treinta mil años de antigüedad, nos hablan de seres humanos capaces de pensamiento abstracto. El gran cineasta Werner Herzog rodó al respecto un documental inolvidable: La cueva de los sueños olvidaos.

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