El hijo ingrato

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Todo comenzó dos años atrás, la anciana había pasado tres meses enferma de gravedad y el último de ellos, internada en el hospital

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Todo comenzó dos años atrás, la anciana había pasado tres meses enferma de gravedad y el último de ellos, internada en el hospital. Durante todo ese tiempo, tuve que aplazar la mayoría de mis actividades y encargarme de su cuidado, después de todo se trataba de mi madre, la mujer a la que le debo la vida.

La anciana tenia mas de ochenta años, era de baja estatura y tenia la espalda encorvada, haciéndola lucir aun mas pequeña de lo que era. Presentaba una complexión sumamente delgada y su escasa musculatura ocasionaba que le colgará la piel. Su rostro, de piel morena y rasgos toscos, estaba plagado de arrugas y pequeñas manchas oscuras. Su cabello era gris y rizado. Usaba falda o vestidos largos de colores opacos y por encima de ellos suéteres tejidos, de lana o algodón.

Siempre llevaba consigo un bastón para apoyarse, le llamo bastón pero en realidad se trataba de un palo de escoba partido por la mitad con un trozo de tela amarrado en la parte superior con hilo de cáñamo y acomodado de tal modo que fuera posible sostenerse de manera remotamente estable.

A pesar de su condición, la anciana estaba convencida de mantener el mismo aspecto que durante su juventud, por lo que siempre completaba su «elegante» atuendo con una penetrante fragancia a lavanda. Un perfume barato y sumamente diluido en alcohol que consiguió en el mercadillo a cambio de un par de monedas y cuyo olor era más cercano al de un limpia pisos que al de un verdadero perfume.

Un lunes por la mañana, los médicos finalmente autorizaron su alta del hospital. Su condición era estable pero la verdadera razón por la que enviaron a mi madre de vuelta a casa era completamente distinta.

Ellos repiten este patrón una y otra vez, la aglomeración de pacientes obliga a los hospitales a deshacerse de aquellas personas por los que ya nada se puede hacer.

Mantener internado a quien inevitablemente morirá resulta un gasto innecesario de recursos. Yo entendia muy bien esto, ocurrió lo mismo con mi padre años atrás. A pesar de las palabras de aliento del doctor, yo sabía que la suerte de mi madre ya estaba echada.

Su único riñón sano había cedido ante las consecuencias de una vida trabajo, privaciones y mala alimentación. Por lo que no resulto una sorpresa que pasado un par de días, el viernes por la noche, su condición se agravara nuevamente.

Cuando escuche los gemidos de dolor proveniente del cuarto contiguo, supe que era el momento, mi madre estaba a punto de morir.

- ¡Hijo, levántate! - Gimió la anciana de manera entre cortada - No lo soporto más, duele mucho. Lleva me al hospital

Entonces me levante y fui a su habitación pues debía ratificar sus palabras. El juicio de la anciana se había deteriorado con los años, por lo que aquellos gritos a mitad de la noche eran relativamente comunes. Me senté en a su lado y le hable mientras sostenía su mano.

- ¿Que te ocurre mamita? - Le dije, tratando de tranquilizarla

- Por favor lleva me al hospital... - Repitió torpemente mientras intentaba levantarse de la cama.

La niña de porcelana y otros cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora