No recuerdo cuantos años habían pasado desde la última vez en que nos juntamos los cinco chicos de la calle ébano. Ya no éramos críos, el trabajo y la familia, consumían todo nuestro tiempo. Inclusive tres de mis compañeros se habían mudado a otra ciudad, dificultando aun mas cualquier pretensión de reunir al grupo entero.
Esta noche se nos había presentado la inusual oportunidad de reunirnos en el Golden Fénix, aquel viejo restaurante del barrio chino, al que acudíamos cuando jóvenes.
Ya estando sentados a la mesa, dimos rienda suelta al cotilleo. Entre bromas y anécdotas se consumieron varios minutos.
Yo me encontraba hambriento, por lo que decidí tomar la iniciativa y solicitar la carta, le eche un vistazo y me di cuenta que era incapaz de leer su contenido. El Golden Fénix era un restaurante extranjero sí, pero nunca había tenido esta clase de problemas. Siempre se nos había facilitado un menú en nuestro idioma.
Aquel ni siquiera parecía estar escrito chino. Su contenido no era mas que una suerte de garabatos distribuidos al azar por todo el papel.
Finalmente me cansé de intentar descifrar aquellos jeroglíficos y ordené lo mismo que mis compañeros.
«¿Lo mismo que mis compañeros? ¿Cuando es que ordenaron? ¿Que ordenaron? ¿Realmente quería yo, comer lo mismo que ellos?»
Normalmente me habría hecho esas preguntas, pero en aquella ocasión no lo hice.
La comida llegó a la mesa y en apenas un parpadeo fue consumida en su totalidad. Le siguió un desfile interminable de tarros de cerveza, que no hizo más que avivar el entusiasmo del grupo.
Sin embargo aquel ambiente festivo se vería interrumpido abruptamente por el arribo de un visitante inesperado.
Un desconocido se acercó a nuestra mesa y sin invitación alguna se unió al grupo.
Se traba de un hombre sumamente esbelto, media casi dos metros y parecía carecer de musculatura, como si llevara la piel pegada a los huesos.
Su rostro era angosto y su mandíbula cuadrada, como el fondo de una caja.
Su frente y pómulos eran prominentes, en contraste con sus diminutos ojos.
Su piel lucia seca, sucia, completamente artificial, más propia de un animal disecado que de algo vivo. Además estaba plagada de pequeñas y redondas manchas de color café.
Tenia la nariz corta y respingada semejante a la de un un títere de madera.
Y finalmente, aquello que quedaría profundamente grabado en mi memoria: Unas extensas y oscuras ojeras. Aquellas que solo podían pertenecer a una criatura que llevase en vela desde el origen de los tiempos y las cuales matizaban a la perfección su lúgubre aspecto.
Vestía traje negro, camisa blanca, corbata y zapatos. Un atuendo demasiado formal para el lugar en que nos encontrábamos.
Ninguno de los presentes lo conocía y sin embargo su presencia resultaba tan natural, que daba la impresión de que hubiésemos estado esperándolo desde el principio. Después de todo, a la mesa siempre hubo seis sillas disponibles.
ESTÁS LEYENDO
La niña de porcelana y otros cuentos
ParanormalAdemás del cuento «La niña de porcelana» en este libro podrás encontrar diversas historias de fantasmas, monstruos, creepypastas y otras leyendas urbanas.