El Hombre Lobo

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Los milagros suceden de maneras inesperadas y Henry era la prueba de ello

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Los milagros suceden de maneras inesperadas y Henry era la prueba de ello.

Sumamente delgado y con apenas cincuenta años, Henry tenía el aspecto de un anciano decrepito de más de setenta. Además, desde joven había quedado completamente ciego a causa de un accidente laboral. Él cual, además, le costó su empleo y único sustento económico. Su condición y carencia de familia rápidamente le orillaron a vivir en las calles.

Recientemente, halló refugio bajo un puente vehicular cerca del viejo parque de la alcaldía. Era una pequeña área verde que décadas atrás, durante los 70's y 80's, sirvió como punto de encuentro y recreación para los niños del barrio. Sin embargo, tras la recesión económica, una de las mafias de la ciudad, presidida por un narcotraficante conocido simplemente como "Pequeño", tomó control de los edificios aledaños y con ello ahuyento a cualquier curioso que pudiese frecuentar la zona. Aunado a esto, una previa remodelación de las avenidas terminó por ocultar el parque de la vista de los transeúntes. La calle que en principio le rodeaba fue parcialmente demolida y los automóviles fueron desviados a través de un paso superior de alta velocidad. Vialidad que, además de ahorrarles varios minutos de viaje, les permitían evadir aquella zona roja. La única gente que se reunía en aquel parque hoy en día eran vendedores de drogas y vagabundos sin hogar como Henry.

Aquel día llovió durante horas y para cuando la tormenta cesó ya era de noche. La luna permanecía oculta tras las nubes que plagaban el cielo y la única luz visible provenía de un viejo farol cuya bombilla parpadeaba intermitentemente. Henry se refugió debajo de un trozo de cartón que encontró en el basurero. Intentaba, sin mucho éxito, cubrirse del agua que se filtraba en el puente y que iba a caer justo sobre su cabeza.

Se encontraba sentado ahí con su ropa vieja y harapienta. Vestía una chamarra de piel con el cierre descompuesto, única prenda que le cubría el pecho. Unos viejos y desteñidos pantalones color café, además de zapatos negros de escasa suela y que le dejaban prácticamente expuesto a los charcos en el suelo. A su lado derecho, recargado sobre la pared, había un viejo bastón extensible de aluminio que utilizaba para guiarse por las calles y al izquierdo una vieja lata que utilizaba para pedir limosna.

Era verano, por lo que tras la lluvia se levantó la humedad. El olor del musgo bajo el puente iba a entremezclarse con el de orina y basura en la calle. A Henry esto poco le importaba, pues ya estaba acostumbrado a este modo de vida.

Parecía que aquella noche seria como cualquier otra, sin embargo el sonido de pasos en la lejanía vino a interrumpir la aparente calma. Se trataba de un andar errático y pesado. Henry supo de inmediato que alguien se acercaba, levantó la cabeza en un intento de captar mejor el sonido. Dejó ver entonces su rostro de rasgos toscos y piel morena; el cual estaba plagado de arrugas, manchas y cicatrices. Pero lo que más destacaba en él eran sus ojos ausentes de pupilas.

El ruido cesó bruscamente y fue remplazado por un grito déspota y balbuceante.

- ¡Eh anciano, quítate del camino!

La niña de porcelana y otros cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora