Capítulo 6

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Lo peor que había en Hogwarts hasta ahora era el celador, Argus Filch. Harry, Ron y yo chocamos con él, en la primera mañana. Filch nos encontró tratando de pasar por una puerta que, desgraciadamente, resultó ser la entrada al pasillo prohibido del tercer piso. No nos creyó cuando dijimos que estábamos perdidos, estaba convencido de que queríamos entrar a propósito y nos amenazó con encerrarnos en los calabozos, hasta que el profesor Quirrell, que pasaba por allí, nos rescató.

Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch. Patrullaba sola por los pasillos. Si uno infringía una regla delante de ella, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde. Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez los gemelos Weasley).

Cuando por fin habíamos encontrado las aulas, estaban las clases. Había mucho más que magia, mucho más que agitar la varita y decir unas palabras graciosas.

Teníamos que estudiar los cielos nocturnos con nuestros telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana íbamos a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendíamos a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debíamos utilizarlas.

Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo.

El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio.

La profesora McGonagall era siempre diferente. Había tenido razón al pensar que no era una profesora con quien se pudiera tener problemas. Estricta e inteligente, nos habló en el primer momento en que nos sentamos, el día de nuestra primera clase.

-Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderán en Hogwarts -dijo-. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrán volver. Ya están prevenidos.

Entonces transformó un escritorio en un cerdo y luego le devolvió su forma original. Todos estábamos muy impresionados y no aguantábamos las ganas de empezar, pero muy pronto nos dimos cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudiéramos transformar muebles en animales. Después de hacer una cantidad de fáciles anotaciones (tal vez para mí, y estoy muy impresionada), nos dio a cada uno una cerilla para que intentáramos convertirla en una aguja. Al final de la clase, sólo Hermione Granger y yo habíamos cambiado la cerilla. La profesora McGonagall les mostró a todos nuestro trabajo, y nos dedicó a una excepcional sonrisa. Luego Hermione me lanzó una mirada asesina y enseguida supe que ella quería ser la única niña que pudiese lograr el hechizo. No es mi culpa, ni siquiera sé como lo hice tan fácilmente, si ni siquiera he leído los libros.

La clase que todos esperábamos era Defensa Contra las Artes Oscuras, pero las lecciones de Quirrell resultaron ser casi una broma. Nuestra aula tenía un fuerte olor a ajo, y todos decíamos que era para protegerse de un vampiro que había conocido en Rumania y del que tenía miedo de que volviera a buscarlo.

El viernes es un día importante para mí, ya que iría donde la profesora Hooch y le pediría unirme al equipo de Quidditch de Gryffindor. Además, por fin Harry, Ron y yo encontramos el camino hacia el Gran Comedor a la hora del desayuno, sin perdernos ni una vez.

-¿Qué tenemos hoy? -preguntó Harry.

-Pociones Dobles con los de Slytherin -respondimos Ron y yo al unísono.

Alanna Diggory, comienza la magia [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora