Sam no puede creerlo, ¡es que simplemente no puede creerlo!
No, de hecho si puede porque él término por evaporar hasta su última neurona para llegar a ese día, pero simplemente era inimaginable.
Parado sobre el estrado después de escuchar su nombre, privilegiado con el cuadro de honor y el mejor de su generación, estrechando una mano con su director y asesor vocacional, recibió su diploma con certificado y titulación que lo identificaba ante la sociedad como graduado en la carrera de derecho y varías especialidades del área.
Con una toga negra horrible que le hacía lucir como dementor y un gorro ridículo del cual colgaba un cordón dorado, él puso su mirada en el público que aplaudía aun y con los gritos de sus amigos y compañeros. Pero no fue eso lo que buscó ni la mirada con la que se encontró, sino que ahí de pie frente a una de las incomodas sillas para los familiares de los egresados, estaba la única persona que necesitaba tener ese día a su lado.
Un sujeto rubio cobrizo mayor que él de ojos verdes, cuyo único parentesco eran las orejas y forma del mentón, usaba un traje posiblemente rentado y una corbata mal puesta, aplaudiendo todavía y con un orgullo enorme cargado en su mirada mientras le sonreía con una mueca pequeña, pero sincera; Sam sintió un calorcito en su pecho y sonrió aún más cohibido pero le dolían los pómulos por el acto de sonreír.
Su hermano estaba en su graduación, pese a todas las discusiones que tuvieron antes de que él se fuera a la universidad, y que durante los últimos cuatro años no lo había visto con pocas llamadas contadas con una sola mano. Aun así se vio en la necesidad moral y sentimental de enviarle una invitación con Bobby de intermediario para ese gran día, después de todo lo logró con su ayuda desde un principio; no importaron las peleas, los reclamos e incluso las ofensas graves, Dean nunca dejó de pagar la matrícula de la universidad, siempre puntual, y siempre con un bono extra para los gastos.
Un pequeño recuerdo llego a él mientras bajaba del estrado:
- Dean, ¿qué vamos a hacer? - preguntó mientras miraba a su hermano con sus pequeños ojos, sentado en una de las camas sucias de aquel motel.
Él tenía apenas ocho años, su hermano estaba con doce y ya lucia muy estrado para su edad, caminando de un lado a otro por la pequeña habitación.
- No te preocupes enano, papá nos mandara dinero en cualquier momento.
- ¿Y si no lo hace? - insistió y su hermano detuvo su caminata y bufó con fastidio
- Qué sí lo hará Samantha, sólo que posiblemente no le han pagado aún.
Dean se tumbó en su coma boca-abajo con el rostro al lado contrario de Sam, y suspiró. Mañana iniciaban las clases y no tenían suficiente dinero para ambos, sin contar que no contaban con transporte e irían caminando de aquí al pueblo, con el fin de ahorrar para los alimentos, y no tenían muchas libretas o bolígrafos que usar.
- Puedo dejar de ir a la escuela. No te pediré las verduras que me gustan, y así tú podrías...
- Alto ahí Sammy, tu no dejaras la escuela en ningún momento, ¿me escuchaste? - Dean se sentó de sopetón en su cama, mirando con severidad a su hermanito. Después dirigió su mirada a la mesa de la habitación donde había amontonado todas las libretas, mochilas, viejos colores y algunas plumas y lapiceros.
Sam aprovechó ese lapso de silencio para volver a hablar.
- Dean, no tenemos dinero para mis útiles. - con su vocecita, toda seriedad desaparecía. Aun así, su hermano no lo escuchó, al contrario, asintió con su cabeza a alguna de sus propias ideas y se acercó a él.
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Un toque dulce...
RomantizmSam Winchester es un abogado exitoso y de buena fama. Pero tiene un secreto sobre su familia, uno que nadie debe saber. Es en un momento común de su vida, donde se encuentra con Gabriel Novak, un peculiar reportero y escritor del New York Times que...