Desde el momento en el que vio al militar uniformado entrando por la puerta de la cafetería con su cara larga y oscura, supo que estaría destinado a este momento en el mismo día, de hecho ni se molestó en descubrir la hora, las malas noticias llegan rápido después de todo.
El mediodía del martes veinte de abril debió ser tranquilo, relajado, posiblemente reflexivo o llenó de inspiración para alguna nueva noticia bomba de la cual dependiera de sus habilidades o concentración absoluta para una buena toma del día y en la noche estar listo para darle un fuerte abrazo de oso a Gadreel y tirarle el pastel agrio en su fea y grande cara, después posiblemente arrinconar a su novio en alguna esquina para acciones más íntimas.
Gabriel no tenía por qué sospechar que un mensajero de la milicia llegaba desde Washington con prisas y sin advertencia; justo antes de pedir otra malteada de chocolate para su disfrute, una pisada fuerte y una pose agriamente familiar de un hombre calvo detuvo su acción, pasando su vista del sujeto ojos hundidos al sobre amarillo que extendía en su mano.
Desde ahí todos sus planes para obtener la paz interior se fueron al caño.
Una hora después estaba llegó a su hogar de forma automática con la intención de ponerse algo más cómodo según su subconsciente, pero no se dio cuenta que se quedó ahí otra hora parado frente al closet hasta que el timbre de su apartamento lo sacó del modo estupefacto.
Da la casualidad que el sobre amarillento, ahora abierto y arrugando su contenido, seguía en sus manos fuertemente aprisionado.
Ahora ya eran las tres de la tarde, cuatro tazas de café en la mesa vacías después de la segunda ronda, un aura misteriosa acaparando el ambiente. Kali sentada elegantemente con su vestido azul marino en el sofá más largo, Cole recargado en la pared de los ventanales polarizados y él, Gabriel, desparramado en su sofá reclinable porque era su casa y tenía ganas de estar echado como perro y brazos cruzados en su pecho. Todos poniendo atención a las palabras serias que comenzó a soltar Baldur después de la segunda taza y que se acabaran las galletas.
Gabriel miró con interés a su amigo, a quien por cierto en la guerra tuvo que salvarlo más veces de las que tuvo sexo con alguna de las chicas que el pobre hombre aún cree que lo amaban. Pero sabía cubrirle la espalda y nunca hubo cobardía de su parte cuando la misión se pintaba suicida, o cuando Gabriel las hacía suicidas según sus análisis de combate. Da igual, el punto es que el hombre cuando se ponía los pantalones, sabía lo que decía y hablaba.
— La paz nunca existió — comenzó a decir su amigo cuando las bromas, el café y las galletas terminaron —; Kabul tendrá un momento de conflicto con alguna bomba que proclamará mártires, a su vez venganza, trataran de apaciguarlos pero no se podrá y aclamaran venganza. Los talibanes harán un movimiento o dos, pero nuestro país no hará nada hasta después del mes de las elecciones, eso seguro.
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Un toque dulce...
RomanceSam Winchester es un abogado exitoso y de buena fama. Pero tiene un secreto sobre su familia, uno que nadie debe saber. Es en un momento común de su vida, donde se encuentra con Gabriel Novak, un peculiar reportero y escritor del New York Times que...