El día de la cita en el café había llegado.
Para Sam haber tenido que levantar el teléfono y marcar a línea directa a la oficina de Gabriel fue toda una odisea, duro toda una tarde completa en decidirse si marcar o no. ¿Sería muy pronto? No hace ni un día que lo había visto y la necesidad de confirmar su cita era sorprendentemente alta.
Incluso Ruby se había burlado.
— ¿Lo llamarás? — pregunto su secretaria
— ¿A quién?
— Al bombón tamaño compacto que salió de tu oficina moviendo el trasero como todo hombre debe hacerlo con esos pantalones. — Sam agradecía que se había tomado el último sorbo de café segundos antes. Pestañeó confundido y sacudió los hombros, pero para la morena que lo conocía de sobra, esta simplemente rodó los ojos — Lo haces tú o lo hago yo Sam.
El castaño apenas le prestó atención en esto último, su cabeza se quedó trabada en el recuerdo de aquel movimiento de caderas prodigio. Para comprobar méritos laborales, claro. Ajá.
No fue hasta que Ruby entro a su oficina avisando que se marchaba a casa porque ya eran las siete de la noche, advirtiéndole que sí no llamaba ahora ella misma lo haría y después le contaría con lujo y detalle lo que había debajo de esos pantalones. Sam espero a que la morena cerrará la puerta y no lo pensó en realidad: marcó ese número esperando que el horario de oficina fuese el mismo entre el de un abogado y un reportero.
¡Bingo! Gabriel no se encontraba. Golpe bajo. Pero un tipo le contestó alegando que era su compañero de piso y le dio permiso para dejarle un recado, a Sam no le quedo más de otra que utilizar su tono profesional dejando dicho que su reunión sería dentro de la siguiente semana a medio día.
Y ahora helo ahí, una semana después justamente el martes al medio día estaba llegando a una cafetería en el centro de New York que no quedaba muy lejos de su oficina, así que su vestimenta de traje sobrio y caro estaba preparada para una reunión más tarde aunque viniese saliendo de otra.
Entró a la cafetería minutos antes de la hora acordada, recibiéndolo con olor de cafeína caliente y postres de los que prefería muy poco y era muy selectivo, pero con una temperatura adecuada para ese verano, los colores junto a los muebles le daban un toque rustico fuera de la órbita en la gran ciudad.
Estaba acercándose a la recepcionista del lugar para pedir su mesa cuando al voltear en el camino se dio cuenta que detrás de la mujer y sentado de lado con el ventanal hasta el final y más solitario lugar ya estaban esos cabellos rubios ondulados esperando por él mientras garabateaba en una libreta diferente.
Cuando la mujer quiso atenderlo la despacho con una sonrisa caminando directo al tipo de cabellos dorados que muy apenas se dio cuenta de su presencia cuando estuvo a su lado, viéndose obligado a carraspear.
Gabriel levantó la cabeza y sus ojos mieles se posaron en sus jade, y ahí fue a parar un segundo de cordura cuando volvió a admirar esos pequeños ojos tan brillantes.
— Señor Winchester, que placer verlo de nuevo. — saludo sincero y sonriente mientras con una maño le señalaba que tomara asiento
— Sin apellidos, Gabriel. — su tono fue afable y con sus dedos desabotonaba el saco al sentarse
— Sólo porque mi nombre se oye bien saliendo de ti. — tras decir eso seguía sonriendo pero la libreta en sus manos fue puesta debajo de la mesa con prisa.
¿Qué habrá dibujado esta vez? ¿Un deforme Flash? Aparte del coqueteo, ¿qué siempre tenía que hacerlo? Por su oficio debía de saber que existen las conversaciones normales, aunque para sincerarse a sí mismo debía admitir que él tampoco recordaba muy bien como socializar sin intentar ganar un caso o terminar en la cama. Aunque ese beso seguía rondando su mente, ese beso para nada amigable pero de un dulce sabor, literal, perdurando toda la semana en su lengua.
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Un toque dulce...
RomanceSam Winchester es un abogado exitoso y de buena fama. Pero tiene un secreto sobre su familia, uno que nadie debe saber. Es en un momento común de su vida, donde se encuentra con Gabriel Novak, un peculiar reportero y escritor del New York Times que...