Prefacio.

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Los nefilims lo habían conseguido.

Las puertas del Palacio Celeste se abrieron y Noah se abrió paso entre los demás invitados mientras era escoltada por su guardián.

—¿Crees que Emeraude llegará a tiempo? —Le preguntó en un susurro.

—¿Alguna vez lo hizo? —respondió Sacha con disimulo mientras mantenía la mirada fija al frente.

Los cotilleos de los invitados invadieron la estancia, había temido que la tensión fuera abrumadora y que ángeles y nefilims se mantuvieran en lados separados del gran salón, pero para su alivio todo parecía marchar de maravilla. Tras años de lucha, dolor y redención, al fin los nefilims podían pararse a la par de los ángeles. Al fin la matanza había cesado de una vez por todas y la paz se encargaba de envolver a cada uno de los presentes. Los tronos de los arcángeles se encontraban al final del lugar, con Miguel en el centro, su semblante serio desencajaba un poco con el ánimo de la fiesta. No era algo nuevo, tanto Miguel como Rafael tenían la fortaleza de la guerra fluyendo por sus almas.

Noah desvió la mirada hacia el pequeño trono junto al de Gabriel, su padre, quien levantó el mentón en su dirección, lucía orgulloso o eso quiso creer ella.

—Miguel se enojará —musitó mirando a su alrededor en busca de su prima—, tan solo tenía que llegar a tiempo...

—Tranquila, debe estar por llegar. —Sacha le dió dos toques en la mano que ella tenía agarrada a su brazo—. Deberías preocuparte por disfrutar de la noche.

Asintió mientras una sonrisa se deslizaba por sus labios, después de tanto ahí estaban, había llegado finalmente el momento. Tomaría su lugar junto a su padre, al igual que los otros seis nefilims elegidos. Reinarían como iguales y velarían por el bien de ambas especies. Habían esperado varios años para ese momento, habían luchado, sangrado y perdido todo lo que tenían hasta alcanzar la tregua.

Y su prima estaba llegando tarde.

Cuando Sacha la soltó para que se dirigiera a su asiento, Noah sintió un escalofrío, como si algo no encajara. Decidió alejar esos pensamientos y cargó con las miradas de los invitados mientras tomaba su lugar. Gabriel le dirigió una mirada de soslayo, indescifrable. Desde que lo conocía, jamás había podido leer las emociones de su padre, no podía entender si en verdad se sentía orgulloso de ella o simplemente se trataba de un espejismo, los ángeles no podían mentir pero sí esquivar la verdad.

Miguel se levantó de su asiento y todo fue silencio.

—Ángeles y nefilims se necesitan los unos a los otros. —La voz del gran arcángel retumbó en el lugar—. Durante siglos luchamos contra la vergüenza de nuestros pecados y fuimos ciegos. Ciegos ante la luz que nuestros hijos e hijas emanaban. Ahora podemos hablar de paz, del amor que el Creador siempre ha promovido. Ahora podemos decir que nefilims y ángeles viviremos como iguales y velaremos por el bien del mundo que nuestro Padre nos ha encomendado proteger.

Levantó su copa de plata y todos los demás hicieron lo mismo entre vitoreos. Los ojos de Noah se llenaron de lágrimas, los demás nefilims en los tronos se levantaron a aplaudir y ella hizo lo mismo. Incluso por un momento olvidó que Emeraude se estaba perdiendo del discurso de su padre. Por un instante no hubo nada más que alivio revolviéndose en su pecho.

Hasta que un rayo hizo pedazos el techo de cristal.

Las alas de Miguel se extendieron, majestuosas y blancas como ninguna otra mientras se impulsaba hacia el aire. Gabriel y Rafael desenvainaron sus espadas pero rápidamente fueron abatidos por los intrusos. Lo que antes eran vitoreos y aplausos ahora eran gritos y terror.

Los Brazos De Morfeo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora