Introducción.

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Introducción.

Base de HYDRA, Washington. 1987.

Aún seguía preguntándose qué demonios hacía una niña sentada en el suelo.

Todos los soldados, doctores, científicos y, en fin, cada uno de los trabajadores, parecían ignorar su presencia. Caminando por los pasillos, vio a su mayor: un hombre de unos cuarenta años, rubio y no tan alto. Se adelantó y él le dejó hacerlo. Siempre olvidaba cómo se llamaba. Lo único que sabía era que en ese momento se dirigía a la misma habitación. Es exactamente igual al acabar una misión, siempre.

Podía escuchar los pasos de los soldados atrás de él y, de pronto, vio a la misma niña corriendo hasta llegar a la par de su mayor, a lo que el hombre respondió tomándole la mano. ¿Acaso era su hija? Bueno, de todos modos no tenía que interesarle. Su trabajo ya estaba hecho, ahora solo tenía que volver a pasar por aquel proceso. El hombre se detuvo frente a la inmensa puerta negra y los soldados la deslizaron para que pudiera entrar.

Entró detrás de él y le ordenaron quitarse el chaleco antibalas y todo lo que traía en el torso. Luego de eso, los doctores lo llevaron hasta la acolchonada silla oscura, en donde se sentó y observó cuidadosamente a su alrededor. Notó a la niña en la esquina de la habitación. Estaba con la mirada perdida en el suelo, sin embargo sintió que él la veía y se encontró con sus ojos. Eran de color azul, así como los de su mayor. Rápidamente, ella se tomó el brazo y volvió a ver al suelo como si hubiera sido la cosa más interesante del mundo. El cabello rubio le cayó hacia adelante, y luego escuchó al hombre dando pasos hasta llegar a él.

—¿Informe de la misión? —preguntó con autoridad.

—Jones, Joseph. Gobernador de California. Muerto—respondió viéndolo automáticamente.

Vio como sonrió cínicamente y tomó una silla que estaba a su lado, sentándose en ella y quedando frente a su soldado.

—Haces un buen trabajo, muchacho—comentó y le palmeó la mejilla izquierda, a lo que se sintió un poco incómodo. Raramente hacía eso. —Te felicito. Poco a poco vamos cumpliendo nuestro objetivo—al momento, alejó la mano y suspiró. —Me gustaría dejarte con tan gratos recuerdos, pero me temo que no se podrá. Es por tu propio bien—le dijo y él le vio minuciosamente. Cumplía con el mismo color de ojos y cabello que la niña. —Algún día lo entenderás—se levantó y uno de los doctores apartó la silla en la que se había sentado. —Límpienlo—ordenó de espaldas.

Vio cómo caminó hasta otro hombre de bata blanca y comenzó a hablar con él de cosas que no entendía. Sintió la máquina en su cabeza y el asistente le metió una placa en la boca, a lo que no se opuso. La silla le ató las muñecas y mientras se preparaba para lo que estaba por venir, divisó a la niña. No dejaba de verlo en ese momento. Parecía asustada por lo que pasaría. La máquina lo atrajo más al asiento y uno de los doctores la encendió.

El dolor de esa cosa era insoportable. A pesar de que ya se había acostumbrado a pasar por eso, era lo único que recordaba. Sintió cómo penetraba en su mente y en todo lo que sabía que había hecho a lo largo de su mísera vida. Ahogaba los gritos con la placa, no obstante, siempre se escuchaban.

La niña se quedó perpleja con lo que estaba pasando frente a sus ojos y su respiración se hizo más y más pesada. Se abrazó a sí misma, queriendo voltear a otro lado, pero su cuerpo no respondía. Sentía las lágrimas de miedo a punto de salir de sus ojos y de pronto, comenzó a gritar como si ella estuviera en la misma situación. Llamó la atención de los doctores al momento, y su padre llegó hasta ella en pocos segundos.

—Vera, hija, cálmate—dijo de cuclillas frente a ella. No obstante, su grito aumentó más. —¡Vera, cálmate, él estará bien!

—¡NO! Papá, ¡¿qué le estás haciendo?! —preguntó en un grito, aterrorizada.

Revenge. {James "Bucky" Barnes}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora