Inicio del fin
Condado de Berkshire, 1691.
Quedarse callada: la manera más vergonzosa para presentarse en la última década del siglo XVII.
Pero, ¿Qué esperaban que hiciera?
Si al momento en que abrían la puerta...
— ¿Estará Lady Collingwood en casa? –Preguntó luego de varios minutos en que no salieron palabras de su boca.
No podía evitar sentirse de lo más absurda ante aquella situación; pero esos ojos grandes y verdosos que la miraban de forma inquisidora habían logrado intimidarla y, por consiguiente, que sus palabras se quedaran atoradas en su garganta. Algo sorprendente para tratarse de la mirada de una niña de no más de 7 años.
—Yo soy Lady Collingwood. —La mirada de la niña se hizo, si es que aún se podía, más penetrante. La analizaba de pies a cabeza sin ningún tapujo—. ¿Quién es usted?, ¿Y por qué usa ese gorro feo cuando hace tanto calor?
La recién llegada se apresuraba a contestar, temiendo muy profundamente que el tono de voz de la pequeña se endureciese al igual que su mirada, cuando una nueva voz se hizo escuchar desde lo profundo de la casa.
—Olive, ¿Cuántas veces te he dicho que no debes abrir la puerta? —Reprendió una joven no más grande que la que permanecía fuera de la casa con una valija en sus manos—. Quiero que termines de leer los salmos está tarde o te irás a la cama sin cenar.
La niña no demostró sentirse mal ante el regaño, mucho menos tuvo indicios de llorar; no atinó a más que alzar la barbilla orgullosamente y darles la espalda a las dos mujeres más grandes.
La joven que permaneció en la puerta se sentía avergonzada; era evidente en sus mejillas sonrojadas y mirada cabizbaja.
La del gorro quiso aminorar su pena; por lo que repitió su primera pregunta, ya con más confianza al sentirse menos inspeccionada.
— ¿Señorita Collingwood?
La aludida tomó ambos lados de su falda e hizo una ligera reverencia; ella imitó el gesto. Los buenos modales.
—Debo pensar que es usted Lady Jenkins —dijo la mujer como afirmación en lugar de pregunta; dejando la cohibición a un lado—. Es un placer conocerla al fin.
—El gusto es mío, Señorita Collingwood.
Una vez dentro de la casa, la más grande de los Collingwood habló con sinceridad total aunque con la intención de controlar las emociones del momento. Algo que no pasó desapercibido por la señorita Jenkins.
—Saber de usted a través de los Hamilton ha sido una bendición de Dios. Nos ha devuelto la esperanza a sobremanera. Sus cartas fueron muy alentadoras. Agradezco su disposición de realizar un viaje tan largo y a pie; y haber aceptado quedarse como nuestro huésped.... Pero no quiero agobiarla más. —Limpió las escurridizas lágrimas que no desearon quedarse dentro de sus ojos—. Le mostraré su habitación para que se instale y hablaremos con más tranquilidad durante la cena. ¿Está de acuerdo, Señorita Jenkins?
Una sonrisa adornó el rostro de la aludida. —Agradezco su hospitalidad.
2
Miraba su reflejo en el espejo de mano que Lady Collingwood había dejado en un mueble (de la que sería su habitación por esa temporada) cuando escuchó tres toques en la puerta.
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Yuanfen: Las mismas almas
RomanceAnn Jenkins arriba a Berkshire para sanar a un herrero que ha quedado ciego. Cuando Dante Collingwood ha recuperado la visión, la caza de brujas se lleva a su amada pelirroja. Doscientos años después, el Teniente J. Blake despierta milagrosamente y...