Realidades

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Realidades

Lady Leah no salió de su habitación hasta asegurarse de que el Teniente Blake había salido a su recién adquirido hábito. Un paseo por las colinas.

Caminó en silencio hasta la cocina y gracias a Dios no se encontró a nadie en el camino o hubiesen salido corriendo. Su aspecto era cadavérico; unas bolsas oscuras se marcaban debajo de sus ojos; sus labios estaban secos. No se había esforzado en rehacer su peinado esa mañana.

El brillo de sus ojos se había esfumado.

—Madame... —susurró, llamando la atención de la mujer.

El ama de llaves casi corrió a su encuentro pues parecía que la señorita se desmayaría en cualquier momento.

Ella la conocía desde que era, prácticamente, una niña. Le destrozaba el corazón verla de aquel modo y ese instinto de protección la incitó a darle un abrazo, pero Leah retrocedió ante el acto.

— ¿A qué hora viene el mensajero? —Se escudó la más joven mirando hacia el suelo.

Madame carraspeó discretamente la garganta antes de responder. —Faltan un par de horas para que venga, Señorita. ¿Por qué?, ¿Está usted bien?

Leah sólo asintió.

—Por favor, Madame. Dígale que es urgente que lleve, hoy mismo, esta carta al Coronel Lawer. Dele un par de libras extras si es necesario.

—Está bien, Señorita —respondió Madame, mirando con desconfianza el sobre entre sus manos y luego devolvió la mirada a la morena—. ¿Está segura de que se siente bien?

Leah afirmó estarlo... pero nada estaba bien.

Volvió a su alcoba y salió hasta el día siguiente, cuando fue alguien del pueblo, a media madrugada, a pedirle que viera a su hermano enfermo. Leah sólo tomó su capa, el maletín del Doctor y salió a caballo. Esta vez se aseguró de llevar sus lentes.

2

J. Blake apenas pudo dormir una hora en toda la noche. Sus pensamientos no lo dejaron tranquilo.

Trataba de encontrar alguna palabra que describiera su sentir pero simplemente parecía no existir. No había manera de describir lo que Lady Leah provocó en él, incluso mucho antes de aquella reprimenda.

La noche anterior pensó en hablar con la señorita pero, el Ama de llaves y Lady Victoria, le advirtieron que debía dejarla sola. Hizo bien al seguir su consejo pues tuvo tiempo para pensar... y también para suponer.

Sabía que había sido demasiado soberbio y que le debía una disculpa. Pero también tenía el presentimiento de que algo más atormentaba a Lady Leah. Algo en lo que él no tenía qué ver y que ansiaba saber.

Se puso de pie de un salto. No había notado que ya era tarde.

Sus cicatrices ya eran casi imperceptibles; tenía dolor muscular pero eso no era nuevo. Hasta ese momento se tocó el mentón y notó que ya tenía la barba de varios días. Se ordenó un poco las prendas y se animó a salir de la habitación.

Exhaló y reverenció al encuentro de Madame.

—Teniente, justo iba rumbo a su habitación. —Le tendió un pequeño sobre blanco—. El mensajero trajo esto para usted.

El Teniente recibió el sobre y frunció el ceño al ver que era una carta del Doctor.

—Mil gracias, Señora. —Hizo una pequeña pausa—. ¿Sabe dónde se encuentra la Señorita Leah?

Yuanfen: Las mismas almasWhere stories live. Discover now