J. B.
Casa de los Marriot, 23 de Marzo de 1892
Abrió los ojos de golpe con los oídos zumbándole fuertemente y un dolor de cabeza que casi logra hacerlo llorar... algo que, por supuesto, no hizo, ya que sería excesivamente ridículo en una persona con su cargo.
¿Dónde estaba? No tenía idea; pero la poca luz que se colaba por las cortinas le indicaba que el sol estaba escondiéndose ya.
Permaneció quieto. Su pecho vendado debía ser una mala señal.
Poco a poco los recuerdos del día anterior —o posiblemente más de uno— llegaron de manera vaga: una bala de cañón justo en su dirección.
Sus ojos se cerraron involuntariamente un par de horas más y volvieron a abrirse cuando el aroma a sopa caliente le hizo crujir las tripas. Miró a la joven sirvienta que dejaba una charola y aquello la sorprendió sin querer.
—Avisaré al Doctor Marriot que ha despertado. —Reverenció, asustada, y salió sin dejarle decir ni una palabra.
Tampoco era que tuviera mucho qué decir.
Al menos ya sabía dónde se hallaba... era de suponerse.
Intentaba alcanzar la sopa cuando atravesó la puerta un hombre de estatura mediana y complexión robusta; tez clara; ojos miel y lentes resguardándolos.
—Un día más dormido y hubiera anunciado su muerte, Teniente Blake —dijo dando pasos largos hacia él—. ¿Cómo se siente?
—Como si hubiese caído una bala a mi lado, Doctor Marriot –respondió, con humor negro, ganándose una mirada desaprobatoria por parte del hombre.
—Usted no tiene aprecio por su vida, Teniente. ¿Qué hará el día en que no esté para curar sus heridas?
—Probablemente lo mismo que los soldados que no han sido bendecidos con su presencia, Doctor: Resignarme a una inminente muerte.
—Sin duda la valentía le fue asignada en la misma cantidad que la estupidez, Joven Blake. Déjeme ver sus heridas.
Y así era como el doctor se ahorraba algunas batallas.
Retiró los vendajes puestos en el abdomen del Señor Blake e hizo una mueca al ver que las heridas tardaban en cicatrizar; eran muy profundas.
Siempre que lo atendía y le ordenaba reposo, el teniente hacía caso omiso y regresaba en estado grave. Tenía real aprecio por el ya-no-tan-muchacho Blake; así que optó por medidas drásticas.
—Se quedará en mi casa hasta que esté completamente sano; entonces podrá irse —anunció.
El teniente lo miró de manera fija; buscando algún indicio de broma por parte del doctor pero no encontró nada.
—Agradezco la oferta Doctor Marriot; pero temo que debo rechazarla. En mi morada me aguardan con ansiedad.
Marriot lo miró de reojo.
—La persona que envié por su adorado perro llegará el día de mañana puesto que es tarde para que viaje de noche. Y no era una oferta, Teniente, es una orden. —"Una orden"... al Teniente no le agradaba mucho recibir órdenes—. Envié una carta a su superior y él, en medio de todas sus ocupaciones, respondió esta misma tarde. Ha dado un par de semanas para que descanse y envió una advertencia: si lo ve con su casaca roja, lo delegará de su cargo; usted decide.
—Veo que siempre tiene todo controlado... —murmuró con enfado.
El doctor asintió.
El joven Blake al fin relajó la mandíbula y dejó salir el aire con fastidio. —Cederé por esta ocasión, pero sepa que no dejaré que me traten como a un inválido.
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Yuanfen: Las mismas almas
RomanceAnn Jenkins arriba a Berkshire para sanar a un herrero que ha quedado ciego. Cuando Dante Collingwood ha recuperado la visión, la caza de brujas se lleva a su amada pelirroja. Doscientos años después, el Teniente J. Blake despierta milagrosamente y...