04. Un sueño y un donut

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Domingo, 7:07pm

La ciudad de Nueva York es muy calurosa en verano. Steve se crió en la ciudad, así que no tiene ningún problema con ello. Sam, habiendo crecido en Maine y pasado por los relativamente frescos veranos del lugar ―pero teniendo que aguantar el penetrante frío invernal del norte― no está aún acostumbrado a ello. Se encuentra mucho más preparado para las bajas temperaturas que se asientan sobre la ciudad en invierno y que tienen a la gente corriendo de un edificio a otro, empaquetados en abrigos, gorros, bufandas y guantes.

El verano causa un comportamiento similar porque la gente sigue sin disfrutar de pasar mucho tiempo fuera. (Lo cierto es que sólo lo hacen en primavera, cuando la calidez del aire es una novedad y van en manada a los parques para gozar del hecho de que simplemente tienen que llevar camisetas y pantalones cortos, o vestidos veraniegos que se ven totalmente fuera de lugar en abril.) La gente se mueve de un edificio con aire acondicionado al siguiente, pero esta noche, el objetivo es estar fuera, y pese a los 32 grados, Steve, Sam y Natasha lo están.

Sam decidió que se encargaría de ayudarlo con su luto y, ya que Nat nunca fue buena con ese tipo de cosas, se lo está permitiendo. Él ha insistido en que no necesita la ayuda de nadie, pero su idea para tratar con ello consiste en sentarse en el sofá para hacer un dibujo tras otro de su infancia ―incluso aunque su infancia fue, sin duda, triste―, lo que Sam encuentra obsesivo e insano.

Este último llegó a la conclusión de que, lo que Steve necesita es estar fuera, tomando el fresco, aunque agobiante, aire; y él y Natasha son amigos excepcionalmente buenos, así que están fuera, tomando el aire con él.

De hecho, están disfrutando de su tarde de domingo. La ciudad se vuelve algo rara los domingos después de la cena; todo el mundo se acelera un poco. Las mañanas son muy lentas y el día va escalando en velocidad hasta la noche, cuando todos corren para terminar sus actividades en libertad antes de tener que irse a la cama para luego despertarse y empezar la semana de trabajo o clase.

Esto le gusta y se encuentra con que sus dedos pulsan por querer dibujar de alguna manera el sentimiento. Suele sentir esta necesidad a menudo: dibujar los distintos sentimientos que nota que otras personas tienen. Normalmente se queda a un lado, por mucho que su madre le hubiera animado a, sencillamente, unirse a lo que fuera que otra gente estuviera haciendo.

En el colegio no había sido el más popular; siendo delgado y estando lleno de problemas de salud ―sobre todo cuando era más joven―, era un objetivo muy obvio. Lo que le faltaba en las distintas habilidades sociales, lo compensaba con peculiaridades que al resto de estudiantes les parecían raras, como la pasión por el arte y la historia, y otras cosas «aburridas».

Nunca le importó realmente salir, pero ahora, caminando entre sus dos mejores amigos, sabe que no sería capaz de superar esto sin ellos. Los necesita y no tiene miedo de admitirlo. No teme apoyarse en ellos, si acaso, sólo un poco. Únicamente cuando se pone difícil.

Aunque, siendo honestos, siempre lo es bastante. Si por él fuera, pensaría solamente en ello y en cómo la tristeza podría durar para siempre. Y si lo hace, ¿qué? ¿Qué hará consigo mismo mañana, al día siguiente y así sucesivamente hasta que, finalmente, le toque irse?

Detiene el tren de sus pensamientos justo cuando Natasha empuja a Sam pasando a través de él y tiene que retroceder medio paso para dejarles espacio para tontear. El orden cambia, así que pasan a ser Sam, después Nat y luego Steve. Se contenta con escucharlos pelear.

(―¡Qué más da si salimos a las 8, los tráilers durarán hasta las 8:30 de todas formas!

―Pero yo no salgo de clase hasta las 8, ¿quieres sentarte junto a una bailarina que no se ha duchado durante dos horas de película? Yo creo que no.

Draw Me Like One Of Your French GirlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora