Llegó el tiempo de la vendimia, y luego el de la cosecha. Los campos y los viñedos de Idumea, de Judea, de Samaria, de la baja y la alta Galilea, de Perea yde las nuevas provincias de Gaulanitida, Batanea, Traconitida, Auranitida, así como los de la Decápolis, que era ahora una provincia siria, se llenaron de hombres, mujeres y niños que trabajaban a destajo, segando y atando. El aire de las colinas y de las llanuras se llenó con el olor sustancioso de las gavillas y elaroma embriagador de los racimos que se aplastaban en los cestos.
En Jerusalén, los espías de Caifás le informaron de que Jesús y sus discípulos, además de algunas mujeres y una pandilla de gente indistinta, habían abandonado Cafarnaum y descendían a lo largo del mar de Galilea. Habían llegado a Seforis Filoteria. De modo que todo apuntaba a que bordearían el Jordán. Caifás habló primero con Anás, su suegro y predecesor en el trono, un hombre rico en experiencias.—Decididamente, ese Jesús tiene prisa — observó Anás—. Esperaba que preparase su ofensiva para la Pésaj. Pero veo que piensa hacerla coincidir con el Sukot.—¿Te parece algo simbólico?—Me temo que sí. Piensa ofrecer a sus enemigos los frutos de lo que han sembrado. Un silencio taciturno siguió a aquellas palabras.—¿Qué mujeres le acompañan? —preguntó Anás.—Sin duda, Marta y María ben Ezra, de Magdala.— Su padre nos había garantizado un generoso tributo anual, a título póstumo. Por lo tanto, se trata de gente rica. Propongo que confisquemos sus bienes con una sentencia que los acuse de complicidad con uncriminal condenado a muerte.—¿No es demasiado arriesgado? — preguntó Caifás, inquieto.
—¿Y acaso la situación no lo requiere, hijo mío? Sin duda, gracias a su fortuna esas dos mujeres y su hermano pudieron llevar a cabo su complot. Sin dinero, serán incapaces de seguir con sus sediciosos manejos. Caifás pensó en la sugerencia. Sí, la sentencia del Sanedrín no sería difícil de obtener.—Propongo, además, que aprovechando la situación hagamos lo mismo con José de Ramathaim y Nicodemo —prosiguió Anás.—Pero siguen formando parte de los setenta y tres.—Muy bien, les excluiremos. Hay que dar pruebas de autoridad en estos casos. Al día siguiente, en una sesión ordinaria, las tres proposiciones de Anás fueron votadas por una aplastante mayoría. Caifás recuperó cierta serenidad e informó de ello a Saulo, que era como las moscas y se presentaba en cuanto había cierto calor. A fin de cuentas, el clero de Jerusalén no estaba a merced de un agitador de Galilea, ¡ni mucho menos! Dos funcionarios de la administración del Templo, escoltados por un destacamento de policía de diez hombres, partieron de inmediato hacia Magdala. Sólo un camino llevaba de Jerusalén a Magdala: el que seguía por el Jordán. Al salir de Seforis Filoteria, al sur del mar de Galilea, el grupo que bajaba con Jesús y el pequeño pelotón del Templo, que subía, se cruzaron. El grupo de Jesús estaba constituido por más de cuarenta personas; el otro sólo estaba compuesto por los doce emisarios de Jerusalén. Mateo el Publicano reconoció a uno de los dos funcionarios del Templo y avisó a Joaquín, que había querido seguir a Jesús hasta su destino con una docena de zelotes de Galilea. Joaquín recordaba su conversación con Simón de Josías.—Maestro, Maestro mío, Mesías mío, sólo dormiré tranquilo si sé que te encuentras bajo mi protección —le había dicho a Jesús. —El Señor nos protege —había objetado Jesús.—El Altísimo te protege a ti, Mesías mío, pero no estoy seguro de que proteja a quienes te acompañan. Jesús había acabado dando su consentimiento, a causa de las mujeres.—¿Adónde vais? —preguntó Joaquín dirigiéndose al grupo del Templo.—A Magdala —gritó uno de los funcionarios.—¿Y qué vais a hacer?—A requisar, en nombre del Templo, las propiedades de una familia de infieles —clamó el funcionario.
Todo el mundo oyó la respuesta. Joaquín, que dirigía el grupo de Jesús,hizo una señal para que se detuvieran. Tres caballos, tres asnos y un mulo, así como los humanos, se detuvieron. Jesús, que iba a pie, presintió el resto.— ¿Qué familia? —preguntó Joaquín.—Los Ben Ezra, discípulos del zelote Jesús. Jesús se mantuvo impasible. María y Marta se quedaron petrificadas en sus asnos, y Lázaro, muy pálido, permaneció inmóvil. Los demás discípulos se percataron enseguida de la situación. María Maltace, madre de Herodes Antipas, que formaba parte del cortejo, Juana de Cusa y su gente también se dieron cuenta. El Templo se vengaba.—¡Eh, muchachos! —gritó Joaquín a sus hombres—. ¡A esa gente de Jerusalén la vida le parece demasiado larga! El funcionario que había respondido a Joaquín cambió de expresión. Los policías echaron mano a sus dagas. No habían creído que hubiera peligro. Cuando advirtieron su inminencia, era demasiado tarde; los galileos les estaban zurrando la badana. Tirando con violencia de sus piernas, una estratagema y autilizada, habían derribado a los jinetes de la policía, y cada uno de ellos, enfrentados al doble de enemigos, debió optar por pedir gracia, renunciar a la vida o largarse si aún le era posible. Los dos funcionarios, unos letrados no muy habituados al combate, fueron tundidos y despojados de sus pertenencias, y las sentencias del Sanedrín que uno de ellos llevaba en su manto fueron desgarradas a golpes de daga y arrojadas a los cuatro vientos. El letrado suplicó que respetaran su vida. Tres policías yacían en el suelo, agonizantes o heridos.—¡Dejadle vivir! —gritó Lázaro—. Que regrese a Jerusalén para dar cuenta a sus dueños. El furor de los zelotes fue difícil de frenar. Aguardaban aquella peleades de hacía mucho tiempo. Jesús contemplaba la escena con aire sombrío. Joaquín tomó del cuello a uno de los funcionarios.—¿Lo has oído, patán? Te dejo con vida para que regreses a Jerusalén y recuerdes a tus dueños que no mandan en Galilea. Le propinó un puntapié en las nalgas. El otro partió corriendo. El segundo funcionario, jadeando, pedía gracia de rodillas. Joaquín lo arrastró con ferocidad ante Jesús.— Este es el zelote Jesús a quien tus dueños hicieron crucificar, basura. Jesús miró al hombre. Éste, lleno de espanto, empezó a temblar y se puso en evidencia ante todos.—Ve a decir a tus dueños que su sol se pone —dijo Jesús tranquilamente.
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MARIA MAGDALENA : El Complot de la Muerte de Jesus
Historical FictionAdaptación sobre la obra original del escrito francés G. Massadie. Cesar Imbellone, autor de Templarios Hijos del Sol y el Hijo de la Promesa, nos trae esta obra adaptada con información actualizada por un miembro de la Orden del los Caballeros Temp...