En la playa se respiraba un fuerte olor a pescado. Las escamas brillaban por todas partes, imitando los reflejos del mar. Algunas redes desgarradas se secaban al sol. Tres hombres calafateaban un barco con petróleo. La nafta, obtenida en Sodoma, mucho más al sur, se calentaba en un pote, donde mojaban los pinceles, aplicando cuidadosamente el líquido negruzco en las junturas de las tablas del casco del barco. Lanzaron una distraída mirada al cretense, luego apartaron la cabeza y volvieron a mirarle cuando se sentó en el suelo.—¿Esperas la marea? —No.—¿Buscas trabajo?—No. Reanudaron su tarea. La nafta caliente no olía peor que los restos depescado que impregnaban la playa. Crátilo adoptó su expresión másapesadumbrada y miró las pequeñas olas tornasoladas, fingiendo indiferencia hacia los tres hombres. Ellos, en cambio, estaban intrigados por el huraño extranjero.—¿Buscas limosna?—No, busco a un hombre que me dio su amistad cuando estaba en Jerusalén, y que ha desaparecido. Hablaba bien el arameo de Judea, que tenía un carácter urbano y era articulado y no abrupto como el de Galilea, y lo dominaba a la perfección.—¿Un hombre de aquí? — preguntó uno de los pescadores.—Sí. Se llama Lázaro. Lázaro ben Ezra. Los tres se miraron más atentamente.—
¿Lázaro ben Ezra te dio su amistad?—Sí. Unos instantes de reflexión.—¿Estás diciendo la verdad?—¿Por qué iba a mentir?—Ve a verle, pues.—No sé dónde vive.
—Cuando está en Magdala, se instala en la gran mansión de piedra negra con una terraza que da al lago.—¿Por qué, no siempre vive aquí?—No. Él mismo te lo dirá. Reanudaron su trabajo. Crátilo se levantó y recorrió la playa.—¡Por allí! —le gritaron. Se dirigió hacia una morada que le pareció suntuosa. Fue recibido por el mayordomo que había tundido a Saulo. El sirviente le miró de arriba abajo.—Quisiera ver a Lázaro.—¿Te espera? ¿Quién eres?—Dile que Crátilo.—Espera aquí. Miró a su alrededor. Debajo de él la llanura parecía ondear como el mar. Corderos. Lana. Magdala vivía sólo de la lana, y en las provincias de Palestina prácticamente sólo se llevaba la lana de Magdala. La ciudad se enriquecía únicamente gracias a sus ochenta hilanderías. Sus contribuciones a la Ciudad Santa eran tan importantes que las llevaban a carros llenos.
Suspiró. Él no era de aquí ni de allá. Romano, aunque cretense de origen, y por tanto, extranjero en la ciudad imperial a la que regresaría con su dueño. Y también extranjero en Palestina. En estas reflexiones estaba cuando un leve ruido le hizo volverse.
Lázaro, delgado y casi frágil. Aquel rostro demacrado, poseído por unos ojos enloquecidos que contrastaban con la piel marfileña. El pelo casi negro parecíala emanación ya calcinada de un fuego interior.—¡Crátilo! Se abrazaron. —Me alegro de verte. La misma exaltación, hasta en el modo de apretar las manos de su huésped. Crátilo, intrigado, sintió envidia de él. Le habría gustado gozar de aquel fuego. El mayordomo les observaba, meditabundo.—Haz que nos sirvan bebida en la terraza — le dijo Lázaro a su mayordomo—. Y comida también. Ven —le dijo a su visitante tirándole de la mano. Atravesaron la mansión y llegaron a la terraza que Crátilo había visto desde el exterior. El mar de Galilea llameaba bajo el sol. Las velas de las barcas de pesca se desmaterializaban en una luz de fuego. Un criado sacó una primera bandeja llena de frascos de leche de almendras, vino, agua, y luego otro sacó una bandeja con boles de granos de granada, albaricoques y naranjas confitadas. Crátilo, sediento, bebió primero leche de almendras con agua. Luego se sirvió un higo, y luego otro.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Lázaro.—Vengo a ver a María. Me envía Pilatos. El rostro de Lázaro se nubló. —¿Qué ocurre?—Ieshu... ¿está realmente vivo?—Lo está. Dime, ¿por qué se interesa Pilatos por ello?—La noticia de la resurrección de Ieshu ha llegado hasta Roma. Estallan revueltas entre los judíos de Roma. Pilatos debe mandar un informe a Roma. Prefiero que ese informe esté fundado en lo que yo le cuente que en las palabras de Saulo. Puedes estar tranquilo: Pilatos no quiere hacer mal alguno a Ieshu. Su mujer le impediría cualquier acción malévola, lo sabes muy bien. Lázaro inclinó la cabeza: gracias a Crátilo, María y las demás mujeres se habían acercado a Prócula y habían logrado que participase en el retraso de la crucifixión. El peligro no procedería de los romanos.—¿Y qué quieres de María?—Que me hable. Que me diga la verdad...Lázaro pareció pensativo.—Si ella lo hiciera, podría perjudicar a Ieshu. La policía del Templo le busca.—Sí, lo sé. Saulo ha venido ya y no ha sido muy bien recibido, según creo.—Crátilo se echó a reír —. Regresó a Jerusalén con un ojo a la funerala. — Lázaro comenzó a reír también—. No, Saulo no recibirá ni una migaja del informe que yo le haga a Pilatos. Se volvió. Los miembros de aquella familia se deslizaban por el suelo como sombras. María estaba allí, en el umbral de una puerta. Apenas se la distinguía en la sombra rayada por el cañizo que estaba tendido encima de la parte trasera de la terraza. Crátilo parpadeó y se levantó.— ¿María...?Ella se adelantó, con aire casi principesco, medio despeinada; sus mechones lustrados con alheña escapaban de la capucha de lana trigueña muy fina, que resbalaba hacia atrás. Avanzaba con paso imperioso entre el escándalo de los corderillos. La mirada inquietante, como enfebrecida, en unos ojos maquillados con antimonio, para ahuyentar las moscas. El rostro de excesiva palidez. Hermosa, pero alarmante.
—He oído voces —dijo—. He creído reconocer la tuya. Eres tú. Bienvenido. Se sentó.—¿Qué te trae por aquí? Una pregunta de cortesía, pensó Crátilo, pues sin duda había oído laconversación. De todos modos, se lo explicó. Ella permaneció silenciosa largo rato. —Dile a Prócula que está vivo. Se recupera perfectamente del castigo brutal que le infligió la gente del Sanedrín. Las heridas cicatrizan. No esconveniente que sepas dónde está. Se acabaría propagando. Algunos asesinos saldrían en su busca. El viento que soplaba en alta mar esparció el olor del piélago y el silencio. Era todo lo que podía saber. Lázaro llenó el vaso de su visitante, que lo bebió con tanta avidez como el primero.—¿Y ahora?—¿Quieres decir qué va a hacer? Lo ignoro.—No se trata de que regrese a Jerusalén — exclamó Crátilo.—Solo él puede decidirlo —replicó Lázaro.—Si regresara a Jerusalén, estallaría una guerra civil.—Sin duda —repuso Lázaro. Crátilo se sirvió agua. María miraba el mar.—Jerusalén es indigna de él — articuló lentamente—. Él llevó la palabra divina. Y Jerusalén le respondió con los infames manejos de una pandilla de sacerdotes y lo clavó en el madero. Dices que si regresara habría un baño desangre. Tal vez la sangre lavara a Jerusalén de su infamia. Tal vez sea el castigo necesario. Pero dudo que Jesús quisiera reinar sobre ruinas. Es violento, pero no es cruel. —Miró a Crátilo —. ¿Es eso lo que intentabas saber? Temo que tu dueño se sienta frustrado. Y los dueños de tu dueño, más aún.— ¿Has dicho que los judíos de Roma ya se peleaban por el tema de su resurrección? —preguntó Lázaro. Crátilo inclinó la cabeza.—Algunos afirman que triunfó sobre la muerte porque era un dios y que quienes le ejecutaron deben ser, a su vez, clavados en la cruz. Eso provoca revueltas, y el poder se preocupa.—Es exactamente como si hubiera pasado así. Triunfó sobre la muerte —prosiguió María—. La situación que se ha creado ya no depende de nadie. Ni Roma ni el Sanedrín pueden ya hacer nada. Nadie puede hacer nada. Ni siquiera el propio Jesús. El Omnipotente se ha manifestado. Antes o después, Jerusalén pagará el precio de su falta. y como el dijo, no quedara piedra sobre piedra.
Jerusalem, al mandar a Jesús al madero, se condenó a muerte. Parecían estatuas al sol. El único signo de vida que hubiera podido advertirse eran las palpitaciones de las ropas bajo la brisa.—¿Y tú? — preguntó Crátilo a María.—Mi alegría es inmensa. Soy la sombra de ese hombre. Mi corazón dejó de latir varias veces durante las tres horas que permaneció clavado en el madero. Sólo vivo porque él está vivo. Mi corazón se llena ahora de alegría al saber que respira, que come y que duerme con un sueño distinto al de la muerte.—Si está vivo es gracias a ti. Tú tuviste la idea de retrasar la hora de la crucifixión y avanzar la de su descendimiento de la cruz. —No —dijo ella sacudiendo la cabeza—. Solo ayudé a conjurar la maldad del Sanedrín. Yo y algunos más, tú entre ellos, Crátilo, que ni siquiera eres judío. ¿Lo recuerdas? Sí, no puedes haberlo olvidado. A instancias de José de Ramathaim, fuiste a pedir a Prócula que sobornara a los verdugos para queretrasaran la crucifixión. Tenía que producirse a las siete de la mañana, pero tuvo lugar a mediodía. ¿Por qué lo hiciste? Arriesgabas tu puesto. Aquel hombre no significaba nada para ti. Se había expresado con vehemencia. Marta se había reunido con ellos en laterraza; pareció alarmada por el discurso de su hermana. Luego se sentó.—María, ese hombre no significaba nada para mí —dijo Crátilo—. Pero cuando conocí a Lázaro a través de José, y luego, cuando te conocí a ti, una noche que estabas como loca, me dije que ese hombre debía de ser excepcional para que le quisierais todos tanto. Vuestro amor me turbó. Y tuve entonces la audacia de ir a proponer lo indecible a Prócula. Y comprendí que también ella...—El amor —interrumpió María—. Es la única respuesta. No busques más. Crátilo se quedó desconcertado.—¿De eso vas a hablar con el procurador Poncio Pilatos? —continuó María, en tono provocador—.
Desde aquí puedo ver el informe de un procurador romano al Senado imperial. ¡El amor salvó a Jesús! —Se le escapó una risa estridente y casi penosa.— ¿Qué quieres que haga? —murmuró él en un suspiro—. Lo que yo diga valdrá más que lo que diría alguien como Saulo. La plata del cielo se había convertido lentamente en oro, y ahora se volvía cobre.—Quédate aquí esta noche — dijo María—. Es demasiado tarde para ponerte de nuevo en camino. —Puso la mano en el hombro de Crátilo—. Te veré en la cena.
María llamó al mayordomo y le dio algunas órdenes, entre ellas la de llevar el asno de su huésped al establo. Luego siguió a su hermana hasta el interior de la casa.—Hay algo que se me escapa de todo este asunto —dijo Crátilo—. ¿Qué ocurrió tras el descendimiento de la cruz?
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MARIA MAGDALENA : El Complot de la Muerte de Jesus
Ficción históricaAdaptación sobre la obra original del escrito francés G. Massadie. Cesar Imbellone, autor de Templarios Hijos del Sol y el Hijo de la Promesa, nos trae esta obra adaptada con información actualizada por un miembro de la Orden del los Caballeros Temp...