ADIOS A BABILONIA

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EL ADIÓS A BABILONIA

Por fin, los nervios de Saulo habían remitido. A fuerza de andar aquí y allá en el templo aguzando el oído, había acabado recogiendo del jefe de la policía el informe de uno de los centinelas de la torre Antonia, que prácticamente era como no decir nada: habían descubierto en Getsemaní a un grupo de gente que se había retirado al bosque sin razón aparente. No eran lo suficientemente numerosos para constituir una amenaza y era dudoso que tuvieran alguna relación con el grupo armado cuyo asalto temían algunos. Por otro lado, los guardias apostados en la puerta de las Ovejas no habían visto pasar ningún grupo sospechoso. Para Saulo, quedaba otro hecho significativo: el cortejo indicado por sus espías no había entrado en Jerusalén; parecía haberse desvanecido en la naturaleza. Getsemaní estaba en su camino, de modo que el grupo que acampaba allí no podía ser otro que ese. Aquella gente aguardaba la noche, probablemente, para lanzar un asalto contra Jerusalén. En su delirio, Saulo intentó imaginar la forma que adoptaría aquel asalto. Tal vez intentaran incendiar un edificio u otro. ¡El templo! Sí, eso era, intentarían incendiar el templo por la noche. ¡Ah, los muy canallas! Sin embargo, pensándolo bien, aquel proyecto le pareció delirante. Pero entonces, ¿qué hacía allí toda esa gente? Evidentemente estaban vinculados a Jesús. Se hallarían escuchándole, pues era un hombre que hablaba mucho. Era la ocasión perfecta para ir a ver de cerca a aquel individuo. Llamó a dos de sus esbirros y emprendió con ellos el camino de Getsemaní. Lo decidió todo en el acto, con la fiebre del cazador que acecha una presa. Por el camino, advirtió que su escolta no serviría de gran cosa si tenía que enfrentarse con una milicia de zelotes. Tal vez debiera dar media vuelta para buscar refuerzos. Cambió otra vez de opinión: ¿dónde iba a encontrar semejantes refuerzos, si Pilatos no quería oír hablar de ello y la policía del Templo probablemente no estaría dispuesta a verse privada de sus efectivos? Además, corría el riesgo de hacer el ridículo si aquella gente, instalada en Getsemaní, eran sólo peregrinos fatigados; por lo tanto, siguió avanzando. Ya veríamos.

Llegó jadeando al pie de Getsemaní y levantó los ojos; sí, había gente allí, pero no parecía muy agresiva. No supo qué pensar; vio a muchos hombres, pero también a muchas mujeres. Trepó con sus piernas demasiado cortas. La primera mujer a la que reconoció iba vestida de blanco: Prócula.¡Prócula, allí! Se sintió jubiloso. ¡Ah, ya tenía a su hurón! Otra mujer le reconoció: era Maltace. Se levantó para acercarse a él. Le miró de arriba abajo, sarcástica:— ¡Saulo de Antípater! ¡El nieto de la segunda mujer de Herodes el Grande! ¿Qué mal viento te trae? Desconcertado, Saulo se quedó petrificado. Pedro le miró con ojos sombríos y Santiago, el hermano de Jesús, se acercó a él.—¿Tú eres Saulo? ¿Fuiste tú quien hizo lapidar a Esteban? ¿Qué estás haciendo aquí? Los zelotes apretaron sus filas alrededor del pequeño grupo. La inquietud transformó las caras de los dos esbirros de Saulo.

Comprendieron que muchos de los hombres presentes no eran discípulos sino zelotes. Saulo miró a su alrededor con ojos feroces e inquietos. Las miradas convergían en él.—¿Dónde está? —preguntó con una autoridad que no tenía.—¿Quién? —replicó Simón de Josías.—¡Jesús! Se oyeron unas risitas sarcásticas. María ben Ezra se acercó a él.—No lo vas a ver. Vete.—¿Quién eres tú, mujer? Sin embargo, ya había adivinado que era la instigadora de la conspiración.—No importa. Vete.—En nombre del sumo sacerdote Caifás... Ante aquella advertencia, Simón ben Josías se acercó tanto a Saulo que ambos hombres pudieron oler sus respectivos alientos.

—¿Sabes qué hago yo con Caifás, hombrecito? —dijo, sacando la daga y levantándola en el aire. Saulo quiso echar mano a su propia daga, pero el puño de Simón le agarró del brazo.—Ni lo intentes, hombrecito, o haré contigo lo que haría con Caifás. Saulo miró a su alrededor: una vez más, era impotente; todos permitirían que le asesinaran sin ni siquiera darle tiempo de parpadear. ¡Impotente! Soltó su brazo y dio un paso atrás.—No queréis decirme dónde está, pero le encontraré —espetó.

MARIA MAGDALENA : El Complot de la Muerte de JesusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora