EL COMPLOT

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La Sefela, el «país bajo», era rico en recuerdos para todo judío que tuviera en sumemoria las lecturas del Libro. Situada entre el mar de Sal y la costa, flanqueada al norte por el valle de Ayalón, y al sur, por valles paralelos semejantes a los zarpazos de un león gigantesco, había sido escenario de las hazañas de Sansón contra los filisteos. Y era allí también donde Dios había detenido el curso del sol para permitir a Josué obtener una victoria total contratos cinco reyes que se oponían a su ejército.Era también la guarida de los zelotes de Judea. De Gezer a Eglón pasando por Nahash, todos estaban en su casa. Hacía más de un cuarto de siglo,exactamente desde el censo ordenado por Roma en el vigésimo año del reinado de Tiberio, ∗ que organizaban la resistencia judía contra Roma. Esa era la razón por la que a veces les llamaban los hassinin armados.De modo que la gente de la Sevela soñaba con llegar a rivalizar algún día con Josué y Sansón a la vez.Las legiones de las águilas no se aventuraban de noche por los caminos dela Sevela; alertados de su presencia y conociendo sus inevitables pasos, los zelotes les tendían emboscadas prácticamente de forma regular, y muy a menudo terminaban mal para los romanos, pues sus enemigos conocían el terreno mucho mejor que ellos. Aparecían de pronto saliendo de los bosques y de la maleza, y cada vez conseguían derribar a cinco o seis paganos en el polvo de los caminos. No era cuestión de conceder a aquellos incircuncisos el derecho a gobernar un país judío. Ni la Procura, ni la escasa guarnición de Beth-Shemesh podían hacer nada: era imposible reconocer a aquellos bandidos, pues no llevaban signo distintivo alguno. Agricultores, pastores, artesanos o negociantes durante el día, resultaba imposible distinguirlos del resto de la población. Y los romanos, a fin de cuentas, no iban a exterminar a los habitantes de toda una región.

El año 6 de nuestra era. 

Al igual que los hassinin atrincherados a orillas del mar de Sal, los Zelotes de Judea no sentían mucho respeto por el clero del Templo; francamente, lo execraban. En Jerusalén, los funcionarios encargados de recoger el tributo del Templo tampoco llevaban a la Sevela en sus corazones: era la región que enviaba el tributo más magro de Judea, hasta de Israel, incluyendo Galilea. Los rabinos de las pequeñas ciudades alegaban su pobreza, pero era bien sabido que aunque la mayoría de ellos siguiera fiel a la autoridad de Jerusalén, carecían de impulso. Y, sobre todo, la presencia de zelotes en las filas de sus ovejas no estimulaba su deferencia respecto al clero central, por decirlo suavemente. Todo el mundo podía comprobarlo cada año con ocasión de la peregrinación: los saduceos que componían la aristocracia clerical de Jerusalén consideraban a los patanes de la Sevela humanos de segunda clase, y estos se indignaban terriblemente al ver la fortaleza de los romanos, la torre Antonia, dominando el atrio del Templo y a los legionarios cruzando la Ciudad Santa como si estuvieran en su casa. ¡Y pensar que en la ciudad fundada por David se levantaban edificios paganos como un gimnasio y unos baños públicos, donde los hombres ofendían el pudor exhibiéndose desnudos! En un cuarto de siglo de existencia los zelotes de la Sefela, al igual que los de las demás regiones, habían tenido tiempo de organizarse militarmente. Perlas armas de sus soldados, los iskarioths, es decir, los sicarios, eran simples: la espada corta que podían llevar bajo la túnica y, de vez en cuando, el hacha. Cada ciudad tenía su milicia, colocada bajo la autoridad de un comandante local, y todas las milicias estaban sometidas a un jefe único, misterioso, que solo conocían los jefes. Unos mensajeros, por lo general los propios hijos de estos últimos, aseguraban la relación con los zelotes de Perea y de Galilea, organizados del mismo modo. Además, en las ciudades de la Decápolis se creaban embriones de la milicia. Algún día derribarían aquella abominación que era el aparato romano, junto con sus cómplices, los sacerdotes del Templo. Algún día restaurarían el poder de Israel. Correría la sangre: sería agradable al Señor. Los justos deben derramar la sangre impura.

MARIA MAGDALENA : El Complot de la Muerte de JesusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora