Capítulo 22

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Ese mismo día le devolví a Pedro el dinero del cine. Parecerá una tontería pero me sentí realizada; ahora es cuando mi Pepito Grillo me dice: Exagera.

Pasaron los días y sobre todo, las clases. Y por casualidades de la vida en tooooodas coincidía con Barea, algunas con Pedro, otras con Fran e incluso en algunas volví a ver a José; pero no había momento del día que no coincidiera con Arturo Barea. Con suerte dormía sin él (no mal penséis...). Maldita mi suerte, aunque a veces pensaba que era demasiada coincidencia para ser solo suerte.

Abril, ya estábamos en abril y seguíamos sin saber como hacerme volver.

Un día mientras estábamos en el comedor vino Pedro corriendo.

- He estado observando al maestro de física, y se dedica a entrar en la sala del portal, con herramientas... - hizo una pausa y tomó aire - Creo que debe de estar arreglándolo, lo que no sé es si sabe su utilidad.

Los demás nos miramos unos a otros, incrédulos. Yo no sabía quién era ese hombre, pero enseguida me entró curiosidad.

- ¿Y ese hombre cómo es? - me miraron extrañados - Quiero decir, si es algún psicópata que podría haber descubierto una forma de viajar en el tiempo...

- A mi siempre me disgustó, es un hombre raro.

- Fran está en lo cierto, siempre pensé que se traía algo extraño entre manos... Ahí está - Pedro señaló con la cabeza a la puerta del comedor y me apresuré a mirar.

Encontré a un hombre alto, delgado y moreno con la sonrisa torcida, gafas y un tic nervioso en la cara. Cejas anchas y con una sonrisa forzada en el rostro. Lo que se dice un hombre muy raro.

Pasó cerca de nuestra mesa y nos saludó de pasada.

- Hay que seguir vigilándole, ¿entendido?

Todos asintieron ante el comentario de Arturo, todos menos yo. Yo estaba absorta en mis pensamientos, pensaba en la manera de volver a casa y en que, por muy extraño que fuera, el hombre ese no parecía tan malo.

Cuando volví en mí, todos me miraban. ¿Qué esperaban? Que les escuchase veinticuatro horas al día, pues no.

La campana rompió el momento incómodo y nos levantamos Pedro y yo, claro, y Barea, nos fuimos a matemáticas. Pedro se adelantó un poco para hablar con otros chicos.

Yo llevaba el cuaderno agarrado entre los brazos, pegada al pecho; cuando Barea, de un manotazo, me tiró los libros y cuadernos que tenía en las manos.

Me quedé para, mirándole, sorprendida más que enfadada.

- ¿Se puede saber qué estas haciendo?

- Un chico no llevaría así los libros - declaró frío.

- Y esa es la forma de decírmelo... Sí - dije con desprecio mientras me agachaba a por mis cosas.

- Lo siento - se encogió de hombro. Ese imbécil...

En eso llegó José y se ofreció a ayudarme. Mientras me contó que se había corrido la voz de mi "talento artístico" y que había muchos chicos interesados en que les ayudara con sus dibujos.

- Ey, Alex, no te llevas muy bien con Barea, ¿eh?

- Pues no, me parece un gilipollas creído y prepotente.

- Puede ser, pero no se le puede culpar después de lo que ha pasado.

- ¿Qué le ha pasado? - pregunté.

 Dear time diary ( Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora