Cuarta parte.

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Viernes, 17 de enero de 2016.

Loren me llamo desde ahí en adelante.

Me contó todo lo que me había perdido en los últimos dos años. Sobre como miles de hombres la habían perseguido para obtener una cita, pero ella había rechazado a todos. Menos a uno.

―Fue tan diferente , Tan ― Rio ― Yo no pensé que alguna vez me fuera a gustar alguien así, pero lo hizo. Y estoy muy feliz.

Y yo lo estaba por ella.

Siempre había sido inteligente, pero simplemente había sido opacada por mí y mis mil y un caprichos. Tener un igual a su lado le iba a venir muy bien.

Mamá me consiguió una gran cantidad de libros ese día. No sé de donde los había sacado, pero tampoco se lo pregunte. Solo le agradecí con el corazón en la mano, porque estaba haciendo en esos días lo que le había pedido toda mi vida.

Me senté en el sofá cerca de la cocina, mientras ella preparaba el almuerzo, silbando entre dientes. Sonreí, feliz, porque mi abuela fue quien se lo enseño. Ella hacia lo mismo, nunca podía cocinar sin cantar alguna melodía.

Leí un párrafo más, pero no pude concentrarme a pesar de que era uno de mis libros preferidos. Había miles de preguntas rondando en mi cabeza, pero solo una se destacaba por encima de las demás.

Yo tenía que hacerlo.

― ¿Mamá?

― ¿Si, cariño?

― ¿Qué vas a hacer después de que muera?

Su cuerpo quedó paralizado y yo me sentí mal por sacar el tema. Pero teníamos que afrontarlo juntas. O al menos ayudar a que ella lo afrontara.

― No entiendo porque preguntas eso.

―Porque es la realidad de las cosas, mamá. No puedes esperar a que un milagro suceda y deje de tener esto solo por obra del destino.

―Los milagros suceden, Tania.

―No para mí.

No me atreví a mirarla después de esas palabras, pero pude sentir su angustia mientras los segundos corrían en el reloj.

Deje el libro a un lado y me levante para acercarme a ella. Estaba inclinada sobre el mesón de la cocina y sus lágrimas pedían salir como una cascada. Yo solo me incline y la mire.

―No quiero que mueras, ¿está bien? Me niego a aceptarlo. Siento que esto fue mi error.

―No lo es, mamá.

―Claro que lo es ― Levantó su mirada y me miro con ira ― Yo sabía que algo andaba mal con tu cuerpo, solo que no le puse la atención necesaria. Y míranos ahora. Yo... yo... no quiero vivir sin ti.

Mi mano golpeó el comedor y ella levantó la mirada, sorprendida.

―No te atrevas a ponerme como excusa, ¿me has escuchado?

―Tania...

― ¡No! ― Grite ― ¡No puedes quedarte aquí para siempre, solo por mí! Yo arruine todos tus planes de joven y yo quiero que cuando muera, tú vuelvas a ellos y los cumplas todos.

―No es ci...

―Sí, lo es. Y si no lo haces, juro que te perseguiré por toda la eternidad hasta que lo hagas, ¿me has entendido María León?

No me dijo nada, solo se desplomo de nuevo.

Fui hacia ella y empecé a acariciarle el cabello y la espalda. Recordé como ella lo había hecho miles de veces conmigo, cuando era estúpida y testaruda. Mamá cantaba una canción y me acariciaba para consolarme.

Ahora yo la consolaba a ella.

La esencia de lo pequeño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora