Día 7

8 4 0
                                    

Me asomo a la ventana, la chica no aparece.
Es extraño, podría asegurar que la hecho de menos.
Ignoro esa sensación y reviso la alacena. Está casi vacía. Supongo qué tendré qué comprar unas cosas. Me dirijo al centro comercial, busco todo lo que necesito y escucho algo mejor qué mi canción favorita, escucho su voz.
–¡Que si, ya voy! – Responde. Me giro lentamente y me oculto. La escucho cantar. – I don't care! – Da un pequeño salto. – Don't let me die here! Stay You know I wanna! Stay! You know I gonna!– Mueve su cabello con euforía. Es aún más bonita cuando es rara.
–¡Lilith! ¿Por qué tardas tanto? – ¿Lilith? ¿Su nombre es Lilith? Me gusta. Es bonito. – ¿Que buscas? Pregunta un hombre mayor, que ella, tiene semblante frío. Da miedo. Lilith se quita los audifónos.
–Pues obviamente, estoy buscando algo dulce. Tal vez chocolates. – Contesta tranquilamente. Al parecer, no solo a mi me vuelve loco.
–Lilith, no puedes comer chocolates.
–No me importa si me salen barros. Lo sabes. – Dice encogiendóse de hombros.
–Vaya, a tu edad, tu madre enloquecía si un grano le salía. – Ella se tensa.
–Realmente, no me importa mucho mi aspecto. – Tomó una caja de chocolates y se fue. De pronto, siento un empujón.
–Lo siento, hiba distraída... – Levanta la mirada y sonríe. ¡Maldición! ¿Cómo no enamorarme de ella cuando sonríe? Su sola presencia me eriza la piel y, que decir de su sonrisa. Su sonrisa es el mejor espectáculo natural, genuino y delicado.
–No, yo lo siento. – Dije torpemente.
–Okay, no quiero seguir en el suelo, así que, me voy. – Dijo para después levantarse.
–Claro. – Dije apenas.
–Oye extraño, no creo que quieras quedarte en el suelo. – Se burló y finalmente, me tendió la mano. La tome nervioso. Su mano era cálida, pequeña y reconfortante. En un torpe movimiento me levanté, quedando a pocos centímetros de esos labios, mi corazón se disparó, ella olía delicioso. Mis piernas temblaban. Quería besarla, pero sabía qué ella reaccionaría mal. Así que di un paso atrás. Ella sonrió.
–Debe estár buscandóte. – Susurré.
–Es mi papá. – Aclaró.
–Mi nombre es... – Entonces, ocurrió. Sus labios estaban sobre los míos, sin duda la mejor sensación del mundo.
–No me lo digas. – Susurró en mis labios.
–Hubieras pedido que me callara.
–Te lo pedí, sólo que sin tu permiso.
–No necesitas pedir permiso para besarme.
–Lo sé. – Dijo arrogante. Y siguió caminando.

DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora