Prólogo.

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Crewel es, era, un pequeño pueblo en medio de la nada. Olvidado por el mundo, habitado por menos de mil personas. Nadie, por ningún motivo, sale de su territorio por miedo a que ella los atrape.

Los niños tienen un toque de queda: todos y cada uno deben de estar arropados y dormidos a las 7:00 pm en punto, ni un minuto después.

Las familias con niños menores de 18 años deben cerrar puertas y ventanas, impidiendo que nada pueda ver dentro de las casas. Hay padres que cubren sus ventanas con cortinas, hay otros que llegan a utilizar clavos y tablas.

Todos aman a sus hijos y nadie quiere que alguno de ellos tenga un final desafortunado.

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Son las 12:30 pm, todos duermen. A excepción del pequeño niño castaño de ojos azules que se ha levantado para ir al baño y ahora se encuentra jugando con sus manos a hacer sombras de camino a su habitación.

No tendría que estar despierto, él debe irse a dormir, si es que desea sobrevivir a la noche, claro.

A lo lejos, fuera de su acogedor morada, se escucha una canción con melodías extrañas y dialectos incomprensibles. Es demasiado tarde para el pequeño. Intrigado, se acerca a la ventana de donde proviene la canción, quita la gruesa cortina de terciopelo rojo que obstruía su vista y observa hacia el exterior.

Al principio no ve nada, pero, en medio de dos arbustos, hay dos grandes ojos azules, idénticos a los de él, que lo observan con atención, a él y sus costados, asegurándose de que el infante se encuentra solo.

— ¿Mami?—Pregunta con inocencia el niño, acercándose aún más a la ventana. Su aliento la empaña ligeramente.

La música se detiene y los ojos desaparecen.

El niño está confundido, quita el pestillo y abre la ventana. Gran, gran, error.

Los ojos reaparecen, pero ya no son azules, son rojos escarlata, de la tonalidad de la sangre recién salida del cuerpo humano.

El niño se queda petrificado en su lugar, sin poder apartar la mirada de aquellos rubíes sangrientos.

La portadora de dichos ojos se abalanza sobre él e introduce dos dedos largos de cada mano en los ojos del niño, sacándoselos. El infante no llora, ni grita, no se mueve para soltarse del agarre de ella.

El niño mantiene los párpados abiertos, exponiendo sus cuencas vacías de las cuales sale sangre y una masa negra y viscosa que parece quemar su tierna piel allá donde la toque. Su pequeña boca se mantiene abierta, desfigurando así su rostro en una mueca de completo horror.

La portadora de los ojos escarlatas suelta una risa siniestra, deja al niño sobre su cama, lo arropa y sale por donde vino.

A la mañana siguiente se escucha un grito de terror y dolor proveniente de la madre del pequeño. Todo el pueblo cae en tristeza y confusión.

Hace años que no pasaba un ataque.

¿Qué ha cambiado?

Dos semanas después una familia de cuatro personas, un padre, una madre, una hija de 16 años y un niño de 4, llegan al pueblo.

Todos están asombrados y aterrados.

Algunos los miran con miedo, otros con desconfianza y el resto con odio, creen que fueron los causantes de la muerte del niño. ¿Podría ser así?




 ¿Podría ser así?

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La bruja de CrewelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora