Capítulo 3.

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—Adelice, ya es tarde, debemos volver. —Avisa Elliot mirando hacia la copa del árbol donde la chica se encuentra sentada, específicamente sobre una rama que luce algo frágil.

—No es tan tarde. Además, las reglas se hicieron para romperse. —Le guiña un ojo y continúa subiendo el árbol, saltando de una rama a otra cuando tiene la oportunidad.

—Las de este pueblo no pueden romperse. —Responde con cierta brusquedad Elliot, está comenzando a ponerse nervioso. —Si no algún niño, como nosotros, muere. —Murmura tan bajo que la rubia no logra escucharlo.

El chico observa por el rabillo del ojo a una silueta correr entre los árboles, se gira de inmediato, comenzando a sudar frío ante el temor de enfrentarse con la bruja, y palidece al percibir un destello rojo cuando la silueta vuelve a correr. Se aterroriza al percatarse que dicha silueta está cada vez más cerca de donde se encuentran.

Cierra sus manos temblorosas en puños, vuelve a mirar hacia la copa del árbol y echa a correr al escuchar un correteo muy cerca de él. Pronto regresa a la seguridad que el pueblo y sus cabañas le ofrece, sintiendo un ligero remordimiento por haber dejado atrás a la rubia. Pero lo hecho, hecho está.

Adelice detiene su ascenso y se sienta sobre una de las ramas del árbol, dando pequeños saltos sobre ella para asegurarse de que puede soportar su peso. Se sostiene de una rama sobre su cabeza y busca a Elliot abajo, frunce el ceño al no encontrarlo y un mal presentimiento comienza a invadirla.

— ¿Elliot?—Lo llama en un pequeño grito y espera a que salga de donde sea que se haya escondido. — ¡Será mejor que dejes de jugar, Elliot, que no tiene gracia!

Nada.

"Mierda".

Baja del árbol con cuidado pero con rapidez, no le agrada el presentimiento que la está invadiendo. Una vez que está de regreso en el césped trata de calmarse, sin embargo, comienza a sentirse observada y, más pronto que tarde, siente una respiración jadeante en su nuca.

Gira con rapidez y chilla.

Hay un animal muerto y de pie frente a ella. A dicho animal le habían arrancado los ojos, la lengua está de fuera y del estómago salen sus órganos internos, mientras que sus patas se encuentran torcidas en ángulos extraños que apenas y logran sostener a lo que queda de lo que fue un ciervo.

Adelice no puede apartar la mirada del ciervo, se encuentra en una especie de shock. Sus uñas se encuentran clavadas firmemente al tronco a su espalda, arañándolo cada que sus manos se desplazan hacia abajo con lentitud, por lo que ya ha perdido un par de uñas y sus dedos dejan un rastro ensangrentado en la madera.

Un movimiento atrae la atención de sus globos oculares, por lo que miran con rapidez en esa dirección y se encuentra con un par de ojos escarlata que la observan fijamente, esperando por otra reacción. La cual no tarda en llegar.

Adelice sale de su shock con un grito y echa correr hacia el Norte del bosque.

Adelice...

Aprieta el paso. Se siente observada, perseguida. Atrapada.

Corre... corre. Adoro las cacerías.

Mira a su alrededor con frenesí, está aterrada. Tiene que salir del bosque cuanto antes.

Gracias a su frenética inspección logra captar el momento en que los árboles que la rodean cobran vida propia y cargan contra ella, azotando sus ramas en diversas partes de su cuerpo y dejando que sus raíces salgan disparadas de la tierra y césped que las cubren, dispuestas a atrapar las piernas de la rubia que corre por su vida.

La bruja de CrewelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora