Adelice despierta a la mañana siguiente. El cuerpo le duele de manera descomunal, sobre todo ahí donde las ramas de los árboles la habían agarrado, y siente palpitaciones en la cabeza, haciéndola sentir ligeramente desorientada.
Es cuando trata de llevarse una mano a la cabeza para sostenerla en un intento de detener el dolor que nota a una cálida mano sosteniendo la suya con firmeza. Sigue el recorrido del brazo hasta llegar al hombro y de ahí sube la mirada hasta el rostro del portador de dicha mano, encontrando a Elliot profundamente dormido a su lado. Aparta la mano de un tirón, recordando perfectamente que el día anterior se había ido, dejándola a merced de la chica de ojos rojos. Eso y que no quiso ayudar a su familia cuando la encontraron herida.
—Despertaste. —Dice él con una sonrisa nerviosa, ella se limita a mirarlo con el ceño profundamente fruncido. Ya no le agrada tanto.
— ¿Dónde están mis padres?—Cuestiona mientras se sienta con algo de trabajo, hace una mueca al recargar la espalda contra el respaldo. — ¿Y mi hermano?
—Tus padres fueron al pueblo con mi abuela a comprar más remedios y comida. —Adelice asiente, Elliot señala la puerta de la habitación que comparten. —Y Max está jugando en la habitación, al parecer le encantaron mis autos de juguete.
—Bien.
—Adelice... lo siento. —Murmura el chico, ella tensa la mandíbula. —Tuve miedo y...
—Me abandonaste en el maldito bosque sabiendo que soy nueva aquí y que podría perderme y ser atacada por alguien. —Espeta, molesta. —Así que no me jodas con que...
El grito de un niño se escucha por toda la cabaña, interrumpiendo su reclamo. Ambos jóvenes se levantan de un salto y corren a la habitación de Elliot, encontrando al entrar al pequeño Max mirando con pasmo una pared, de la cual sangre se desliza por su superficie. De un clavo cuelga la cabeza del animal que había atacado a Adelice horas atrás en el bosque.
— ¡No veas eso, Max!—Exclama la rubia mientras corre y cojea ligeramente hacia él.
—Puedes correr, Adelice, pero jamás esconderte. No de mí.
Ella mira a su alrededor, buscando a la portadora de la voz. Su mirada cristalina se detiene en las puertas semi cerradas del armario, a través de la pequeña abertura pueden apreciarse un par de ojos escarlatas observando el espectáculo desde la profundidad del armario.
Elliot sigue la mirada de la rubia y, al percatarse de la presencia de la bruja en la habitación, toma una manta de la cama más próxima antes de abalanzarse sobre el menor, cubriendo su cuerpo entero con ella para salvarlo del hechizo de la bruja.
— ¡No la veas a los ojos!—Le advierte a la rubia mientras toma en brazos al niño y sale de la habitación, ella cierra la puerta detrás de ambos y mira sobre su hombro en dirección al armario.
— ¿Quién eres?—Inquiere con curiosidad, mirando fijamente a sus pies descalzos.
— ¿Por qué habría de decirte mi nombre?
—No lo sé, tú dime. —Se encoge de hombros, un pálido dedo sale del armario y le hace señas para que se acerque. Adelice, más curiosa que obediente, lo hace.
Cuando menos lo espera está ante las puertas del armario, las cuales comienzan a abrirse ante ella por sí solas con lentitud, revelando a la bruja dentro de él. Ambas se observan fijamente.
Su piel es blanca como la nieve mientras que su cabello es tan negro como la noche sin estrellas. Sus facciones son jóvenes, puede que sea un par de años mayor que la propia Adelice, y es muy hermosa. Lo que más destaca en su apariencia son los rubíes sangrientos que tiene por globos oculares, los cuales trasmiten cierta demencia y avaricia.
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La bruja de Crewel
TerrorEl pueblo de Crewel tiene tres reglas: 1. Nadie menor de 18 años puede estar fuera de su cabaña a las 6:45 pm, a esa hora comienza el toque de queda. 2. Los niños deben estar arropados y dormidos a las 7:00 pm en punto, ni un minuto más. 3. Mientras...