Capítulo VII

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La sangre es roja para quienes son puros, y brilla como el sol de una mañana despejada

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La sangre es roja para quienes son puros, y brilla como el sol de una mañana despejada.

Un torrente incesante de gritos y maldiciones recorren la plaza, los demonios se regocijan mientras nosotros nos lamentamos ante la tortura que estamos presenciando.

No fue suficiente amarrarlos a las vigas, ni mutilar su cuerpo, ni siquiera arrancarle las alas a los que aun las tenían. Todo era poco para todos esos verdugos que golpeaban sus cuerpos, y reían. Isabelle se había desmayado como hace media hora atrás, presa del pánico y el dolor que le causo que rompieran cada uno de sus dedos.

—Parad— digo en un susurro, esperando que nadie me oiga, pero suplicando por que lo hagan.

La jornada va cayendo de a poco, como las gotas de sangre circulan como un torrente por las vigas de castigo, todos los Íones han caído, ninguno se mueve, sus mandíbulas reposan contra sus clavículas y sus cuerpos destilando rojo. Los ángeles son más fuertes, dos de ellos, incluida la mujer que sacaron cerca de mi celda, aún pueden moverse y proferir gritos. Los otros yacen igual de inmóviles que los Íones, pero menos desprolijos. Aún en la agonía puede sentirse su orgullo y grandeza, su porte sobrenatural y juicio.

—Querida dama— escucho en el fondo de mi cabeza, con una voz oscura y turbia, como el murmullo de un río contaminado, siento ira, codicia, lujuria, y quien sabe que cosas más concentradas en un solo decibel—. Ya has sufrido demasiado, es hora de que nos digas, el misterio de los tres poderes.

—Suéltenme— grita la señora que aún estaba despierta, con energías renovadas. Ahora comprendo que la voz era para ella, pero de alguna forma puedo escucharla, es más creo que todos pueden hacerlo.

—No quiero hacerte daño— continua la voz—, eres mi hermana, naciste del mismo seno, pero escogiste el camino del sirviente no del dominante, no tocaré más tu cuerpo, ni el de tus amigos, pero solo dime que sabes sobre las Omnis.

—De que estará hablando— murmura Krain a mi lado confirmado mi teoría de que todos pueden escucharlo.

—No tengo idea— digo más para mí que para él.

—Sabes que no sé nada— contesta ella, tratando de mantener la calma y con voz suave, sin siquiera despegar los labios—, mi conocimiento es tan ambiguo como el tuyo, la eternidad no ha cambiado, mi querido Luzbel, somos tan ignorantes de las cualidades de Dios como lo éramos antes, con la diferencia que después de que te fuiste, la desconfianza es lo único que nos mantiene de esa manera.

Luzbel, la voz en mi cabeza pertenece a nuestro amo.

—No me creas tan ingenuo Leonor, él comparte todos sus secretos a sus sirvientes, es demasiado inocente como para no confiar, de no ser por su egoísmo al querer monopolizar los poderes sagrados, hubiéramos reinado juntos, y ustedes también, compartiendo dones en vez de lanzarse a una guerra en donde él ni siquiera está presente.

Inferno: RadianceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora