Capítulo XII

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Han pasado varias semanas desde la última vez que hablé con Krain y Al, ahora apenas logro verlos en las reuniones de la sala general a las cuales sí estoy invitado a pasar

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Han pasado varias semanas desde la última vez que hablé con Krain y Al, ahora apenas logro verlos en las reuniones de la sala general a las cuales estoy invitado a pasar. Los planes de guerra han ido en incremento y se llevarán a cabo en cuanto estén afianzadas todas las fuerzas aliadas. Corren rumores que un general demoníaco está al tanto de todo y que ha dado su palabra con respecto a ayudar en lo que le sea posible; en realidad no sé cómo reaccionar ante la noticia, ya que de ser cierto, no puedo imaginarme el precio que debe estar cobrando.

Seguramente la guerra llegará pronto, y con eso el fin de una etapa más de tiempo que sigue sin tener sentido para mí, de no ser por Isabelle, que tiene la gran habilidad de contagiar su entusiasmo, creo que habría abandonado el barco hace semanas. El entrenamiento que he tenido junto a ella empezó a dar sus frutos hacia poco, mi cuerpo se siente más fibroso, los músculos en mis brazos y hombros pueden verse debajo de mi pellejo. Así mismo los moretones, cortaduras y arañazos. Isabelle es bastante reacia cuando de luchar se trata. El primer día rompió mi cara en un abrir y cerrar de ojos, al segundo destrozó mis ambos brazos en un intento de enseñarme a defenderme. Poco a poco me fui adaptando a sus golpes, a sus gritos y hasta a su temperamento cambiante. Nuestra amistad también fue tomando forma, ella es la única además de Garell que no ha perdido la costumbre de hablarme. Por alguna razón creo que Krain o Andrew le han dicho a los demás sobre mis fracasos, ya que nadie se me acerca más de lo necesario ni mencionan mi nombre más que en los cotilleos que a veces suelo interceptar.

Mi arma, la Guja de Irae, según escuché decir a Holms, se ha vuelto parte irreemplazable de mi cuerpo, está junto a mí a penas despierto y permanece a mi lado hasta mi último aliento por las noches.

— Hola Phil —dice Isabelle detrás de mí. El tiempo sin maltratos le ha sentado bastante bien, su cabello ha comenzado a crecer, lleva pequeños mechones grises lacios cubriendo su cuero cabelludo, las cicatrices de la tortura han tomado un color rosáceo que muchas veces no se notan dependiendo de la luz.

— Hola —sonrió y le doy un abrazo rápido. Su piel es más caliente que la nuestra, cubierta por una trama de pequeños brillos blanquecinos que a la luz resplandecen delicadamente.

— ¿Quieres ir a practicar? —pregunta entusiasmada.

—Claro, espérame en la sala de armas, voy a ver si Garell tiene noticias nuevas.

Ella asiente y se aleja despreocupada abriéndose paso en medio de los grupos de condenados quienes la observan absortos por su innegable belleza y confianza al caminar.

Veo a Garell unos pocos metros adelante a donde me encuentro, lleva su lustrosa armadura de capitán recién impuesta por Al. Parecen ya tan lejanas las torturas de las que éramos víctimas, y aún más lejano se siente los prejuicios que tenía sobre él. Siempre intentando escapar, siempre ganándose una golpiza de los demonios; nunca se resignaba, ahora puedo ver el por qué no dudó ni un minuto al aceptar su puesto. Aunque por otro lado sigue siendo una de las personas más agradables que he conocido, fuera de su vanidad y orgullo, es un hombre humilde y sabio, preocupado por el bienestar de los suyos.

Inferno: RadianceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora