nueve

1.6K 137 5
                                    

Abriendo la boca, te metiste una cucharada de sopa de pollo. La Sra. H te la había hecho, tal y como se la había pedido Sherlock. Insistió en dártela de comer el mismo a lo cual te negaste, asegurándole que podías usar tus manos perfectamente. Después de terminar dos platos de sopa caliente fuiste obligada a darte una ducha caliente. No es como si no te la fueras a dar, solo que pensabas hacerlo más tarde, pero Sherlock aseguraba que era esencial para la temperatura de tu cuerpo. Saliste de la ducha y después de secarte te enrollaste en la sabana que tu cuidador té había dado, por qué "no podías salir húmeda con el frío que hacía afuera del baño". Te vestiste en una ropa que también el se había encargado de escoger por ti y volviste a la cama inmediatamente, justo como te lo había indicado.

El cuerpo te dolía cada vez que te movías y cuando no lo hacías sentías como si todas tus extremidades se durmieran, acompañadas de dolores y temblores. Habían partes de tu cama que no tocabas en un buen rato, así que cuando lo hacías el frío de estas hacían que una sensación contraria a placentera te recorriera de pies a cabeza. Dormías media hora y despertabas, pasaban una o dos horas en las que leías o en las que tenías una conversación breve con Sherlock, hablando acerca de tu estado, hasta que tu cuerpo te exigía volver a cerrar los ojos y dormir. Este era uno de esos días que sentías que nunca iba a terminar, uno de esos en los que sientes que las horas no avanzan y que las personas no caminan. Excepto Sherlock, el entraba y salía de tu habitación de cuando en cuando.

Tus ojos se habían dado por vencidos de nuevo hace unos veinte minutos cuando un objeto húmedo y frío fue colocado —nada delicadamente— en tu frente. La temperatura de este hizo que abrieras los ojos de golpe y que te alzaras rápidamente de la cama, asustada ante el dolor en la piel que te había producido. No habías reaccionado bien cuando una mano se posicionó en tu pecho y unos "shh, shh" salieron de la boca de alguien. Miraste hacia el dueño de dicha mano y viste a Sherlock nuevamente, que empezó a empujarte lentamente hacia abajo.

–¿Sherlock? –Preguntaste frunciendo el ceño y acostándote de nuevo en la cama.

–No veo por qué sería alguien más, yo te he estado cuidando todo el día –Dijo, sonando algo irritado por tu pregunta. Suspiraste profundamente y cerraste los ojos, apretándolos junto con tu quijada.

–¿Qué sucede? –Preguntó analizando tu expresión y tus movimientos–. ¿La toalla húmeda causa algún tipo de inconformidad o dolor?

–Dolor del usual –Respondiste sin abrir los ojos.

–¿Cuerpo cortado, entonces? –Asentiste a su pregunta–. Ya veo.

Y así se la había pasado todo el día, preguntado la causa de cada reacción anormal de tu cuerpo. ¿Por qué te movías tanto en la cama?, ¿Por qué temblaba tu quijada?, ¿Por qué te acariciabas los brazos? y ¿Por qué te abrazabas tan fuertemente?.
En algún momento le debió haber dado fiebre, de eso estabas segura, pero Sherlock siendo Sherlock todo lo tenía que analizar a más profundidad. Seguramente te estaba usando como experimento para aprender más sobre los resfriados y las reacciones que causaba en el humano.

Después de unos diez minutos removió la toalla de tu frente y la remojó en una vasija que había traído consigo; exprimiendo la tela con sus manos y haciendo que las venas en ellas resaltaran por la fuerza. Era hipnotizante. Salían y se escondían dentro de la piel y entre a los huesos.
Colocó la toalla en tu frente por quinta vez y en la tercera se había sentado a tu lado en la orilla de la cama. La sensación era horrible y tu cuerpo no podía evitar dar un fuerte temblor cada vez que está se manifestaba.

–Debes de tomar tus pastillas de nuevo –Habló otra vez, haciendo que alzaras tus cejas ante su voz–. Cada dos horas, como lo recetó John –Te recordó.

Abriste tus ojos con dificultad y observaste la pastilla en la mano del detective. Después de hesitar un poco, te incorporaste débilmente hasta quedar sentada. Sherlock te dio un vaso de agua y la pastilla. Tomaste ambos y tragaste la medicina, haciendo una mueca al final.

–¿A qué se debe tu expresión? –Preguntó, de nuevo analizando la causa de todas y cada una de tus reacciones.

–Sabe mal... –Murmuraste volviendo a acostarte–. Agria.

Sherlock suspiro desmotivado, estaba esperando algo fuera de lo común. Se paró de la cama y sin decir nada se fue de tu habitación, dejándote desplomada en la cama y sola.

Más tarde, la luz que entraba a tu habitación se tornó de un color naranja, y pudiste calcular que serían como las seis de la tarde. Habías hecho esto por puro entretenimiento, ya que tenías un reloj a un lado de la cama, y cuando lo viste te diste cuenta de que habías acertado a la hora.

La puerta sonó y de inmediato supiste que no era Sherlock, pues este nunca se molestaba en tocar. Después de decir un pequeño "pase" la puerta de abrió y la Sra. Hudson emergió por esta, cargando una taza de té.

–¿Té? –Preguntó suavemente y le regalaste una sonrisa agradecida en respuesta.

La Señora H se sentó en la orilla de la cama a tu lado y te dio la taza junto con el plato, murmuraste un pequeño "gracias".
Diste un primer sorbo y no pudiste evitar sacar un pequeño "mmm..." al saborear el delicioso líquido en tu boca. La mujer a tu lado río, haciendo que alzaras la vista hacia ella y que recordaras que se encontraba ahí.

–¿Cómo te vas sintiendo? –Preguntó colocando su mano en tu rodilla, que se encontraba cubierta por la sabana.

–Poco a poco me voy sintiendo mejor –Respondiste, luchando con tus ojos para que permanecieran completamente abiertos.

Te dio unas palmaditas en la rodilla y una sonrisa juguetona apareció en sus labios. Alzaste las cejas confundida por su expresión y estabas por preguntar su causa cuando habló:
–Sherlock te está cuidando muy...adecuadamente, puedo ver.

La miraste totalmente confundía y esto la hizo reír, volviendo a continuar:

–Nunca había cuidado así a nadie –Comentó, bajando la el rostro y alzando los ojos hacia ti, subiendo sus cejas y sonriendo pícaramente–. No se había preocupado por un enfermo nunca.

No pudiste evitar sacar una pequeña carcajada–. Señora Hudson, usted no sabe, pero lo está haciendo por un caso.

Río incrédulamente y volvió a darte una palmada en la rodilla.

–Cariño, eso lo sé, me lo dijo cuando me pidió la sopa –Explicó y después de sacar un "Oh." asentiste–. Pero déjame decirte que llevo varios años viviendo con ese muchacho, y puedo notar cuando está genuinamente consternado por alguien.

La miraste por un momento antes de sonreír de manera afligida.

–Yo creo que por lo que está "genuinamente consternado" es por empezar su caso lo más rápido posible –Explicaste tu punto de vista.

La Sra. H suspiro sin remover la sonrisa de su rostro y te volvió a dar un par de palmaditas con su mano, que continuaba en tu rodilla.

–Puede ser, quién sabe. Después de todo es Sherlock, nunca se puede estar seguro con el –Guiñó su ojo y al ver esto reíste nerviosamente, tragando un pequeño nudo que se te había hecho en la garganta.

Se paró de la cama y se despidió, diciendo que te vendría a visitar de nuevo mañana cuando te sintieras mejor. Asentiste y después de despedirte tú misma se fue.

Después de eso, la noche llegó con más rapidez. Te habías quedado pensando de lo que habían hablado durante un rato, pero luego de darte cuenta de que lo que decía la Sra. Hudson era una tontería lo borraste de tu cabeza. De nuevo, por diversión, calculaste la hora y podías decir que eran las once de la noche.

Human Error | Sherlock y Tú . Donde viven las historias. Descúbrelo ahora