El Oued, abril de 1986
En el nombre de Dios.
Amado hijo:
Este mes estoy triste, noto que una pena muy fuerte me embarga. Tu madre sabe de mi pesar y lo comparte, pero no entiende por qué no puedo deshacerme de él. Ella toma las cosas de otra manera. Ella se enfada y grita en voz alta al viento lo que le pasa. Ella habla, llora fuerte y consigue que el aire se lleve los lamentos.
Mi amargura, si no es bastante, es mayor porque tus palabras no me pueden acompañar. Confío tanto en ti... No obstante, en estos momentos pesimistas todo lo veo negro y creo que a pesar de haber dado siempre buenos consejos, tal vez en esta ocasión no sabrías qué decir... Nos hemos callado tantas cosas... Ya no sé ni si te educamos como correspondía. Posiblemente, además, te privamos del derecho de ser niño con nuestro inconsiderado deseo de convertirte en un hombre de provecho... ¿Lo hemos hecho mal o es la mirada negativa que me nubla?
Ya sabes que hemos optado por vivir alejados de las zonas rurales, a veces núcleos incultos y nidos de intolerancia. Y doy gracias a Alá porque así sea, y además le pido cada día que continúe. En estos meses el contacto con nuestros parientes ha sido escaso, pero el suficiente como para darnos cuenta de los sentimientos en contra que tienen hacia nosotros, a pesar de compartir raíces y sangre. Desde hace diez años todavía no nos han perdonado que nos fuéramos a España, y ahora no admiten que consintiéramos que te quedaras. Nos dicen que cometimos traición a la religión y que somos los responsables de alejarte de Alá. ¡Qué sabrán ellos! Afortunadamente, no toda la familia piensa de la misma manera. Lo sabemos. Algunos nos apoyan, pero callan. Entiendo el silencio porque tienen que convivir día a día en el pueblo y no es agradable estar entre enemigos.
Cuando sucedió la desgracia del incendio, la abuela Sara se quedó sin marido y sin suegro; yo, sin padre y sin abuelo. Volviendo a Argelia pensaba ser su consuelo, quería ayudarla en su pena por las muertes a finales del año pasado, aspiraba a ser su consuelo, pretendía ser su acompañante en la vejez. Necesitaba hacerle llegar mi amor, estima y respeto, al tiempo que debía cumplir con el deber de todo hijo. Indisolubles, son deseos y pretensiones aún no cumplidos y me entristece pensar en ello.
Por su comportamiento, mi madre en estos momentos es una extraña. Me duele el alma decirlo. Desgraciadamente no me quiere acompañar a Argel. Rehusó vivir con nosotros en la capital. Estoy seguro de que en el pueblo la han contaminado con ideas falsas. La familia es rencorosa y no perdona, y ella me está demostrando que tampoco ha perdonado. Me enoja no tener casi oportunidad de hablar con ella. Pensaba que querría venir con nosotros sin reticencias, pero no ha sido así. No entiendo nada, y en estos momentos me doy cuenta de que no solo en estos momentos no la conozco, pienso que nunca he sabido qué pensaba porque nunca opinaba. Nunca decía nada. Siempre era mi padre quien hablaba por todos. Mi madre no tiene ninguna culpa, no se lo echo en cara.
Desde que se quedó viuda ha estado bajo la protección del hermano Abdallah, que la esconde bajo sus alas. Él es quien no la deja venirse a Argel, lo sé. Mi tío habló muy claro cuando me despedí hace diez años. Advirtió que los aires nuevos no me llevarían nada bueno. Entonces escogió las palabras justas para decir que algún día me arrepentiría de la decisión de irme y que traería consecuencias. Las consecuencias ya han llegado poniendo a mi madre en contra.
Siento, hijo, que te enteres de las pugnas familiares que nunca hubiera ni esperado ni querido, pero escribir esta carta me ayuda. Te escribo y te hablo. Te hablo, creo oír tu respuesta y me consuela. También tu madre me da su hombro para apoyarme. Su buen criterio, la buena voluntad y deseo de reconciliación me ayudan. Es bueno saber que la tengo junto a mí.
El trabajo también me hace olvidar los momentos tristes. Cuando viajo, me escapo de las preocupaciones. Los viajes me alejan de la realidad personal y me transportan a otra diferente. Aunque no siempre cambia tanto. En las paradas que hago a lo largo del camino hablo con gente, algunos conocidos, otros anónimos, y al escuchar las historias que tienen a bien contarme me doy cuenta de que hay casos parecidos al mío. Me ayudan a levantar el alma.
Este mes la ruta de trabajo me ha llevado al desierto; ese desierto de donde vienen los antepasados. A menudo imagino cómo debería ser su existencia. Tal vez la arena influye en la mentalidad, o quizás es el bochorno y la sequía continuada la que marca normas. Siempre me ha seducido observar las dunas, y ahora más que nunca. Necesitaba zambullirme en la arena y enterrar las lágrimas. Al levantar la vista, el paisaje es un horizonte infinito. Arena clara, arena de varios colores, según el lugar, según el momento. Montañas y montañas de arena de mil formas, de infinitas formas, porque con un poco de viento le basta para cambiar. Me gusta cuando camino y en un abrir y cerrar de ojos las huellas se borran. Yo no quiero borrar las huellas del camino recorrido. Después de todo ha sido un camino lleno de felicidad. Lo que quiero borrar es la incomprensión y la intransigencia. Es un deleite permanecer horas mirando la arena, se respira una tranquilidad y da una agradable sensación de reposo. Es un placer poder contemplar estas inconstantes montañas a lo largo de muchos kilómetros seguidos. La carretera corta las dunas, pero en el desierto ellas mandan y a veces, juguetonas, invaden la vía e impiden el paso de quien quiere avanzar. Este itinerario es más largo que otros y me impide volver a casa en la misma jornada. Justo ahora que necesito tanto a tu madre y sus consejos. No sé si es bueno detenerme tanto en mi dolor, tal vez no. Quizá sea mejor que deposite la tristeza junto a los millones de granos de arena que tengo al alcance. Esta noche no voy a dormir en la litera del camión, necesito a alguien con quien hablar y ya he encontrado confidente. Las estrellas serán mis interlocutoras y las dunas, mi refugio. Hablaré con ellas y ellas me traerán tus palabras y las de tu madre. Me acercarán las deseadas voces que ahora tengo tan lejanas. Estoy seguro de que será así.
Buenas noches y buen mes. La próxima vez que hable contigo espero tener mejor ánimo. Mi abrazo está mojado por las lágrimas de tristeza por la incomprensión, por la impotencia de no saber qué hacer, por querer hablar largo y tendido con mi madre y explicarle cómo la quiero y no poder, por no entender el por qué prefiere estar con su hermano que conmigo, por las dudas de no saber si hice bien cogiendo la maleta tiempo atrás para ir a España y también por no saber si hicimos lo correcto volviendo a Argelia.
Esta carta no la leerá tu madre y tus hermanos no sabrán de ella; solo tú, el desierto y yo conoceremos su contenido. Un fuerte abrazo.
Hassan
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ENTRE DOS MUNDOS
RomanceEntre dos mundos muestra Argelia, sus paisajes y su gente. Partiendo de escenarios reales y de experiencias vivías, no solamente en Argelia sino en otros países árabes, cuenta la historia de amor de Mariona, una catalana que vive en Valencia y que l...