Y pasó como esperaba, como deseaba. Al cabo de dos semanas Hamid llamó a Andreu. Por fin volvía a Barcelona. Días antes, mi amigo empezó a notar mi desazón porque a menudo le sonsacaba de manera indirecta si había sabido más del joven del hotel. Para disimular, al salir el tema, hacía como si no recordara ni el nombre. Unos días preguntaba, como si no fuera conmigo la cosa, por el argelino que conocimos el día que se me cayó el vaso en la mesa. Otro día, siempre intentando esconder la verdadera intencionalidad, sacaba a la conversación el grito de espanto que di al verme el refresco mojando mi falda. Yo solo pretendía llegar a la pregunta clave de si se sabía algo de Hamid. No me apetecía que Andreu supiera que no solo sabía su nombre perfectamente, sino que recordaba cada rasgo de la cara, sus gestos, sus movimientos y, como no, los imprevisibles hechos ocurridos aquella inolvidable tarde. No, por ahora no. Andreu era un buen amigo, el mejor amigo, y siempre un confidente, pero era demasiado pronto para hablar de una relación que ni tan solo había comenzado. Más adelante podría ser. Si mi deseo se cumplía sería el primero en enterarse. Si por el contrario quedaba todo en ilusión pasajera también posiblemente acabaría contándoselo y nos reiríamos de los hechos. Pero todavía no, me daba miedo verbalizarlo. Pensaba que al poner palabras a los sentimientos estos acabarían esfumándose. Lo tenía claro, con Andreu ya hablaría más adelante. Sin embargo, pese a los esfuerzos realizados por callar y encubrirlo, no conseguí esconder la curiosidad que el joven árabe me había despertado. La insistencia preguntando y la impaciencia por no saber nada fueron los delatores. Así que el astuto e inteligente Andreu, quien indudablemente me conocía bien, no tardó nada en darse cuenta del significado real de las reiteradas preguntas camufladas. Y así fue como mi amigo, que también era muy juguetón, me echó una mano sin decirme nada. Durante el tiempo previo de espera, en ningún momento me di cuenta de que mis sentimientos eran tan evidentes.
Astutamente, cuando llamó Hamid, Andreu quiso iniciar un juego en el que solo había dos participantes. La cita estaba prevista para la tarde del viernes siguiente. El juego tramado seria facilitar que Hamid y yo nos encontráramos solos. Generalmente los del grupo no nos reuníamos los viernes hasta la noche, por lo que no me extrañó el hecho de que Andreu me afirmara con rotundidad que todos los amigos estaban ocupados y que la única que podía acudir a la hora establecida de la cita era yo. Las improvisadas excusas justificadas de los amigos me parecieron extrañas, lo que me hizo deducir que eran cuentos inventados por Andreu. Decidí no decirle que imaginaba qué pretendía y dar a entender que me creía todo lo que decía. Así que callé porque me alegraba enormemente que los acontecimientos vinieran de la manera como llegaban. Estaba contenta porque, al fin, podría estar sola con Hamid, como era mi deseo.
Gracias al juego de Andreu, Hamid y yo pasamos juntos y solos la primera tarde. Paseamos por las callejuelas de Barcelona, y ya desde el primer momento hablamos de los fuertes sentimientos que creíamos sentir. Y pasaron días y más días. Las calles fueron testigo de palabras dulces de amor y de dudas que pretendían aclarar unas incipientes sensaciones. Nos veíamos a menudo. Sin embargo, no era suficiente y deseábamos vernos más. Cuanto más nos íbamos conociendo más queríamos conocernos. Un gusano insistente en el estómago fue determinante para avanzar en la relación. No nos conformábamos con la amistad, nuestros deseos iban más allá. Los corazones no miraron que teníamos distinta cultura, ni que habíamos recibido distinta educación. Cada segundo hablábamos y nos escuchábamos con avidez, queríamos saberlo todo el uno del otro sin perder detalle ni tiempo. Las jornadas juntos se nos hacían cortas y el tiempo pasaba rápido. Dejábamos correr los minutos, las horas y los días mientras yo le enseñaba la ciudad y le contaba mis cosas. También él me mostraba cómo era su manera de pensar y también supueblo. Curiosamente me hablaba más del lugar valenciano deadopción que del de nacimiento. Me contó que de los años de niñez en Argelia solo conservaba imágenes sueltas de algunos amigos y de la familia. En España eran tantas las cosas nuevas vividas diariamente desde la llegada que no le dio tiempo para pensar en el pasado. Me dijo que lo poco que sabía sobre el país natal era por doce cartas que conservaba. Eran cartas que su padre le había escrito hacía poco, donde le mostraba el país después de un tiempo de ausencia. Y es que los padres habían vivido en Valencia y al cabo de diez años habían retornado a Argelia para quedarse definitivamente.
De las cartas, Said y Sara ya sabéis de su existencia. Conocéis alguna parte que os hemos contado, pero el contenido real, pensamientos y descripciones aún son un enigma que vuestro padre espera despejar completamente cuando os hagáis un poco más mayores. No os impacientéis, solo quiere que podáis comprender su contenido. Seguro que no tardará en llegar el momento.
Me resultó curioso cómo Hamid llamaba las cartas. Las calificaba de tesoro manuscrito intocable e íntimo, un legado de su padre y de su familia para él y para la familia que en un futuro formara. Los escritos eran un testamento de emociones y sentimientos a través del cual Hamid había conocido la Argelia actual y había podido conocer la manera de pensar de su padre. Las cartas contenían descripciones de paisajes, pero también expresaban lo que el padre nunca había podido explicarle cara a cara. Hamid se emocionaba hablando de su tesoro manuscrito y yo también sentía lo mismo con solo escucharlo y ver semejante reacción. Para mis adentros pensaba que quería saber más de ese fideicomiso tan especial. No podía evitarlo, a medida que Hamid más hablaba de él, más lo anhelaba.
Cada minuto que pasábamos juntos nos unía más. Yo escuchaba con devoción sus palabras, él escuchaba las mías. Hamid se quedó boquiabierto por mis conocimientos sobre Argelia y el mundo árabe, hasta que tuve que confesar la intencionalidad premeditada de impresionarlo con mi sabiduría, admitiendo que todo lo que había leído había sido por él.
Entre Barcelona y Valencia, sin darnos cuenta, íbamos configurando juntos un futuro. Recuerdo días de alegría y de felicidad, pero también de incomprensiones. La gente de mi alrededor me creaba dudas. Me decían que era demasiado joven, también inmadura e inexperta para saber qué quería. No niego que fuera así. Sin embargo, continué con la tozudez inicial siguiendo el camino emprendido.
Y siguiendo el camino, hemos llegado hasta el momento actual. Como sabéis, siempre recordamos que estamos juntos gracias a Andreu, el amigo desde el principio, el tío Andreu para vosotros, hijos, el único amigo de aquel grupo de Barcelona que conservo junto a mí.
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ENTRE DOS MUNDOS
RomansaEntre dos mundos muestra Argelia, sus paisajes y su gente. Partiendo de escenarios reales y de experiencias vivías, no solamente en Argelia sino en otros países árabes, cuenta la historia de amor de Mariona, una catalana que vive en Valencia y que l...