PARTE PRIMERA - QUINTA CARTA

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Argel, mayo de 1986

En el nombre de Dios.

Estimado hijo:

No pases pena, estas palabras que hoy te envío ya no llevan la tristeza del mes pasado. Las estrellas me ayudaron a ver las cosas de manera diferente. Estoy seguro de que me enviaron su mensaje, el tuyo y el de tu madre, los dos seres que sois mi familia. También lo son tus hermanos, que con la inocencia infantil llenan tantas horas de alegría. Pero todavía son pequeños. Algún día, cuando crezcan, me gustaría llegar a tener con ellos la confianza que en estas cartas estoy consiguiendo contigo. No quiero cometer el error de dejar pasar el tiempo sin conocerlos, sin saber qué dicen y qué piensan. No quiero que los años pasen y perderme cómo se hacen mayores. Ese error lo cometí contigo, durante los años que precedieron la estancia en España y también en los de después. Tú y yo no hablamos todo lo que debiéramos. Me di cuenta de que necesitaba saber de ti ya tarde, cuando creciste y reclamabas mi atención. Fue entonces cuando me arrepentí del tiempo perdido porque me había pasado desapercibida tu infancia. Cierto es que las circunstancias en España invitaban a descubrir otras cosas. Todo lo que nos rodeaba era novedad. Los tres, tu madre, tú y yo, éramos como niños pequeños con juguetes a estrenar. Todo era nuevo y cada día descubríamos cosas diferentes. En casa hablábamos de España, pero no recuerdo qué decías de los españoles. Quizás sí me hablabas y era yo quien no escuchaba. No sé si notaste en algún momento miradas de rechazo por ser foráneo, ni si alguna vez tuviste que soportar palabras de intolerancia por tener el color de la piel diferente. Y ahora pienso, y estoy convencido, que de la misma manera que las sufrimos tu madre y yo en algunas ocasiones, seguramente tú también las soportarías simplemente por no ser como la mayoría que te rodea. Ahora me arrepiento del tiempo perdido porque quiero y necesito saber más de ti. Creía que lo estaba haciendo bien y no es así. No te escuchaba cuando contabas sobre la escuela o los compañeros, no sabía si estabas contento de haber cambiado a un país nuevo. Sé que me comporté de manera egocéntrica y no pensé en ningún momento que de la misma manera que yo quería contar experiencias nuevas que estábamos viviendo también tú querrías hablarme. Han tenido que pasar años para darme cuenta del error cometido, y no quiero que me vuelva a pasar con Karim y Moussa.

Hemos concluido el Ramadán y hemos cumplido con el ritual que marca el Corán de los treinta días ayunando. En España lo habíamos abandonado. Ahora hemos vuelto a cumplirlo. Para celebrar el final fuimos al pueblo con la familia de tu madre. Allí las costumbres son intocables. Con este gesto tan simple, algunos parientes vuelven a confiar en nosotros, han cambiado de parecer y ya no piensan que nos hemos alejado de la religión. Estos familiares se han quedado tranquilos al ver que compartíamos mesa con ellos y más aún cuando se han enterado de que la fiesta final del Ramadán no la hemos dejado de celebrar ninguno de los diez años pasados mientras vivíamos en España. Desgraciadamente, mis parientes, los que están viviendo en el pueblo, rehusaron la invitación de compartir el día festivo y no han podido comprobar que no somos tan malos como creen.

El viaje al desierto me hizo pensar mucho, también en el futuro de tus hermanos pequeños. Nos preocupa. A menudo hablamos tu madre y yo. Ahora que ya no te guardamos secretos sobre la realidad argelina, queremos hacerte partícipe de nuestras dudas y que nos ayudes en las decisiones. Todavía estamos a tiempo de darles una correcta educación como la que tú recibiste. Si lo que quieren es seguir el camino de los estudios, en Argelia hay buenos colegios, institutos y universidades. Procuraremos inculcarles el aprecio por la cultura, haciéndoles ver los beneficios del saber. Pero nos asusta el fanatismo que emerge de vez en cuando, que a veces crea inseguridad. Es una situación que tal vez aún no trasciende fuera de la frontera pero que va calando el ambiente.

El desierto me hizo reflexionar y también me ayudó. Estaba en la comarca de Souf, donde las casas tienen el techo en forma de cúpula para hacer más llevadero el bochorno. Las palmeras enterradas son una constante en todo el camino. Da esperanza ver tanta vida en medio de la nada. Da coraje ver la intrepidez de las palmeras sepultadas buscando la manera de sobrevivir; es su manera de avituallarse: se hunden en la arena para encontrar el agua escondida debajo. Esta imagen de supervivencia hace pensar que todo es posible, tal vez también la sensatez frente a la incomprensión. Y así como las palmeras crecen y dan un buen fruto valorado, a pesar de las condiciones de sequía a las que están sometidas, tal vez la tolerancia gane la partida en todas partes. Inshallah.

Mi deambular me llevó a la ciudad del Oued, con las calles de arena, que es la que se impone en aquel lugar. El desierto se encarga de invadir las calles pequeñas y estrechas que rodean el minarete. Y la gente pisa de día y de noche la arena para ir al animado mercado o a la afrancesada plaza, donde la gente no se da cuenta de que los cristales de las farolas que de noche iluminan tienen tanto polvo que casi no dejan pasar la luz. Dicen que el Oued es la ciudad de las mil cúpulas. No las conté, ni creo que nadie tenga ánimo de hacerlo. Pero lo cierto es que son muchas. Una vez, cuando era pequeño, visité esta ciudad. Subimos al minarete porque mi padre quería que viera la cantidad de cúpulas que había, y empezamos a hacer el recuento... Pero tuvimos que parar porque después de muchas nos cansamos de contar.

El trato con los habitantes del sur es fácil. Todo el mundo tiene ganas de conversación. En general en todos los lugares la gente disfruta hablando con los curiosos desconocidos que, como yo, preguntan sobre todo. Me gusta hablar con la gente que encuentro por el camino. Estoy seguro de que tú también lo harías, te pareces tanto a mí... El trabajo que hago a veces se limita a llevar el fardo a un lugar en concreto y ni siquiera tengo que descargar el camión. Aunque nunca dejaré de criticar a los franceses, reconozco que soy un privilegiado de la empresa porque me deja mucho tiempo libre que me permite hacer lo que me gusta, que es observar y conocer el entorno. Porque el país evoluciona y cambia, tanto su gente como la fisonomía de las ciudades, y es bueno ir descubriendo esos cambios. Después del Oued he hecho otras rutas a lugares más cercanos de casa. Sin embargo, he de seguir hablando en otras cartas de la verdadera riqueza y belleza del país, que es el fascinante y inconstante desierto.

Los cuatro te deseamos felicidad y guardamos intacta la esperanza de verte pronto. Recibe con fuerza el abrazo de parte de tus raíces. Saludos a Alí.

Hassan

ENTRE DOS MUNDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora