PARTE PRIMERA: SEGUNDA CARTA

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Argel, febrero de 1986

En el nombre de Dios.

Apreciado hijo:

De nuevo te reencuentras con la familia, en estos momentos las palabras escritas nos unen. Tus hermanos pequeños desean volver a verte, quieren tener de nuevo el compañero de juegos. Tu madre te añora y por las noches las lágrimas se le escapan a escondidas. Yo también lloro en silencio. Sin embargo, no debes preocuparte porque, por ahora, tu destino está donde te encuentras en estos momentos, y si Alá quiere te llevará de nuevo a nuestros brazos. Lo sé, todos sabemos que Alá lo hará, volverás, aunque nuestro corazón duda de si será con intención de quedarte para siempre o para volver a España. No importa, tú diriges la vida que nosotros encaminamos y ahora no nos podemos arrepentir de cómo te educamos. Tenemos la esperanza de que no tardaremos en vernos, es un presentimiento de los que se aciertan. El corazón nos asegura que pronto nos daremos un abrazo. Será suficiente por ahora.

La parte negativa del nuevo trabajo es que algunos viajes, que siempre son nacionales, me alejan tanto que no puedo volver el mismo día a casa. Son noches, a veces en medio de un paraje deshabitado, que paso en vela en la litera del camión, a la que todavía no me he acostumbrado. En esos momentos lejos del hogar es cuando más me acuerdo de ti y cuando perfilo la carta del mes. En la oscuridad nocturna que me rodea pienso en qué cosas te diré o qué estarás haciendo, y con todo hago un borrador de lo que se me ocurre. Después, cuando vuelvo a casa, retomo las notas escritas en soledad y finalizo el escrito. Luego se lo leo a tu madre, y algunos párrafos a tus hermanos, aunque son demasiado pequeños y no entienden todo lo que te explico.

Ya ves que mi trabajo ha variado. En España la tarea era más administrativa, sin demasiadas complicaciones porque, como sabes, las grandes empresas tienen mucho personal. Allí me mandaban a menudo que hiciera de enlace en cuestiones de idioma. Los jefes de la empresa usaban mis conocimientos de árabe y de francés y a menudo hacía de contacto y traductor cuando llegaba un extranjero. Me alegra pensar que tú estás dirigiendo tus pasos por el mismo camino; te irá bien.

No echo en falta el empleo de España. Me apetecía vivir otra vez en Argelia. A tu madre en un principio no le gustó la idea de volver, pero las raíces nos han arrastrado con fuerza y han podido más. A estas alturas estamos contentos de habernos reencontrado con nuestro país, que sabemos está lleno de cosas buenas, aunque por todas partes se hable solamente de las malas, algunas de las cuales nunca te hemos querido contar, y poco a poco te las iré desvelando. Cuando decidí volver a Argelia, lo que llevaba consigo un cambio de trabajo, sabía lo que hacía. Me gusta ir de viajero por el país. Está claro que no voy donde quiero, voy donde mandan, pero en mi camino me apetece ser espectador y observador de las diferencias consolidadas a lo largo de los diez años de ausencia. Disfruto descubriendo parajes que antes no había visto y pienso que también es bueno ser crítico cuando veo lo que no me gusta. Ahora mi opinión tiene otra perspectiva distinta, la de fuera de las fronteras argelinas. No me arrepiento de haber tenido la oportunidad de conocer otra cultura, es bueno saber mirar desde el exterior.

Ya hace tiempo que he empezado a hacer los viajes por el país para la empresa. Aun así, no quiero comenzar a mostrarte trayectos que ya he hecho ni parajes visitados sin recordarte cómo es Argel, la capital. Tal y como la reencuentro, después de tanto tiempo, te la enseño. Argel es ahora nuestro cobijo y será el tuyo cuando vengas.

La ciudad de Argel es blanca, no recordaba su color predominante. Deslumbra su luminosidad, que ya tenía olvidada. Desde el puerto, lo primero que se ve son los edificios coloniales a los que les falta una mano de pintura, al igual que hace diez años. Estas viviendas modernas conviven con las casas viejas de la Alcazaba. Gente europeizada se mezcla con la tradicional.

ENTRE DOS MUNDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora