Capitulo 3

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Adrienne no tenía ni idea de cómo había terminado en el regazo del hombre. Ninguna.


En un momento era absolutamente sensata -quizás un poco neurótica, pero firmemente


convencida no obstante de su cordura- y al siguiente momento la tierra desaparecía bajo sus pies y


ella caía como en uno de los agujeros del conejo de Alicia En el País de las Maravillas.


Su primer pensamiento fue que debía estar soñando: una vívida, horrorosa correría


subconsciente en una pesadilla bárbara.


Pero eso no tenía ningún sentido; sólo momentos antes ella había estado acariciando a


Moonshadow o había hecho... algo... ¿que? ¡Simplemente no podía dormirse incluso sin darse


cuenta!


Quizá había tropezado y se había golpeado la cabeza, y esa alucinación era el resultado de una


conmoción.


O quizá no, se preocupó cuando echó una mirada alrededor del cuarto humeante y cavernoso


lleno de personas extrañamente vestidas que hablaban en una versión mutilada de la lengua inglesa.


Ahora la has hecho, Adrienne, meditó sobriamente. Te has resbalado finalmente por encima del


borde, aunque todavía dando puntapiés. Adrienne se esforzó en enfocar los ojos, que se sentían


extrañamente pesados. El hombre que la asió estaba levantándose. Era una bestia eructante con


brazos gruesos y una barriga gorda, y hedía.


Sólo hacía unos momentos ella había estado en su biblioteca, ¿no era cierto?


Una mano grasienta apretó su pecho y ella exclamó sorprendida. El desconcierto fue vencido


por el ultraje avergonzado cuando su mano rozó la cima de su pezón deliberadamente a través de su


suéter. Aún cuando ése era un sueño, no podía permitir que esa clase de actividad pasara sin


reparación. Abrió la boca para lanzar un acerbo latigazo de su lengua, pero él la pegó a su pecho. Su


boca rosa en esa masa enredada de pelo extendida en una ancha O. Santos Cielos, pero el hombre


no había terminado incluso de masticar, y no la sorprendía, pues los pocos dientes que le restaban


estaban llenos de tocones y castaños.


Con revulsión Adrienne limpió pedazos de pollo y saliva de su cara cuando él rugió, pero se


alarmó genuinamente cuando comprendió sus palabras, a través de su acento espeso.


Ella era una merced divina, él proclamó al cuarto grande. Era un regalo de los ángeles.


Ella se casaría al día siguiente.


Adrienne se desmayó. Su cuerpo inconsciente sufrió un espasmo una vez, entonces se hizo


flácido. La reina negra se resbaló de su mano, cayó al suelo y rebotó bajo una mesa al ser arrastrada


por una bota de cuero.


Cuando Adrienne despertó, todavía estaba tendida, los ojos apretados y firmemente cerrados.


Bajo su espalda sentía gruesos bultos amontonados. Podría ser su propia cama. Había comprado un

Las Nieblas De HighlanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora