Capítulo 30

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–¿Dónde estamos? –Adrienne preguntó calmadamente a Adam.
Él estaba llevando su montura por las riendas por un camino oscuro a través de un bosque
extraño. Las ramas retorcidas tejían un dosel nudoso sobre su cabeza. De vez en cuando, un rayo de
luz débil agujereaba la oscuridad densa y las ramas brillaban como pálidos huesos.
Ningún grillo. Ningún ruido normal, sólo el chillido de criaturas voladoras. El helecho susurraba
y revelaba vislumbres breves de gnomos empequeñecidos con caras salvajes. Ella se estremeció
violentamente y pasó los brazos alrededor de sí misma.
–Estás en mi reino.
–¿Quién eres realmente, Adam Black? –Su voz se rompió en la frase simple, cruda y llena de
angustia.
Como respuesta, ella recibió una sonrisa burlona. Nada más.
–Dime –ella exigió embotadamente. Pero el hombre oscuro a su lado montó en silencio.
–Al menos dime por qué.
–¿Por qué, qué? –Él irguió una ceja curiosa hacia ella.
–¿Por qué me hiciste esto a mí? ¿Qué hice yo? ¿Por qué me enviaste a través del tiempo y me
llevaste de nuevo? –¿Y rompes mi corazón y me dejas muriendo por dentro?
Adam detuvo sus monturas, la diversión encendiendo su rostro oscuro. Extendió la mano para
acariciar su mejilla pálida y ella se estremeció bajo su tacto.
–Oh, Bella, ¿es lo que piensas? Cuán arrogante y al mismo tiempo encantadora eres. –Su risa
rodó. Pero fueron sus siguientes palabras las que atravesaron su alma como un cuchillo–. No tenía
nada que ver contigo, mi hermosa Bella. Cualquier mujer hermosa habría bastado. Pero yo pensé
que odiabas a los hombres guapos. Te oí, allí en tu biblioteca, jurando no querer saber nada de los
hombres, de todos los hombres. Aún así, parece que estaba equivocado. O mentiste, lo que es más
probable.
–¿Qué estás diciendo? –ella respiró débilmente. ¿Que cualquier mujer habría bastado? ¿Había
desnudado su corazón y lo había roto por el juego retorcido de ese hombre, y él se atrevía a decirle tan escuetamente que no le había importado una pizca quién era? ¿Un peón? ¿De nuevo? Su
mandíbula se endureció temporalmente. No gritaré. No quiero. Cuando estuvo segura de que podría
hablar sin rabia, ella dijo fríamente:
–Conseguiste lo que querías. ¿Por qué no me dices simplemente quién eres?. –Ella tenía que
averiguar más sobre ese hombre vengativo. Para vengar a su marido.
–Verdad. Conseguí lo que quería. Parecía Hawk absolutamente destruido, ¿no es verdad?
Aplastado–. Adam dio un golpecito con su mano ligeramente sobre la suya–. Lo hiciste muy bien
esta noche, Bella. Pero dime –los ojos investigaron los suyos intensamente, y ella se tensó cuándo
pareció que podrían penetrar en ella hasta el alma–, ¿qué quisiste decir sobre sus halcones?
La respiración de Adrienne movió a tirones.
–Él me dijo una vez que todos sus halcones se habían volado –ella mintió uniformemente–. Me
dijiste que tenía que convencerlo absolutamente o lo matarías, por lo que yo escogí ese recordatorio
para convencerlo. Eso es todo.
–Eso fue lo mejor de todo.
Su cara era fría y rencorosa, tal como había estado en el broch antes de que Hawk hubiera
llegado buscándola. Antes de lo que debía de haber sido la boda de sus sueños. Fría, precisamente,
él le había explicado en detalle exacto e insoportable cómo destruiría a Hawk y a todos en Dalkeith
si ella fallara. Entonces le había mostrado las cosas que él podría hacer. Cosas que su mente
realmente no podía comprender todavía. Pero ella había entendido que él era absolutamente capaz
de llevar a cabo la destrucción con que había amenazado. Le había planteado dos opciones: mentir a
Hawk y romper su corazón, para no mencionar el suyo propio, u observar mientras Adam usaba sus
poderes antinaturales para matarlo. Después a Lydia. Seguido por cada hombre, mujer y niño de
Dalkeith.
No, no había habido ninguna opción en absoluto. La decisión infernal le había dado una
comprensión íntima de lo que un hombre llamado la prostituta del rey podría haber sufrido una vez.
Cuando había dejado el broch agitada y pálida, ella había asido un último momento de gloria.
Había hecho el amor con Hawk con toda la pasión de su alma. Diciéndole adiós, y muriendo por
dentro. Había sabido que sería horrible mentirle, pero simplemente no había anticipado cuán
profundamente la desgarraría.
Adam había sido inflexible en ese punto. Él le había aclarado que debía convencer a Hawk
totalmente de que deseaba a Adam. Después de la intimidad increíble que ella y Hawk habían
compartido, había sabido que tendría que decir cosas odiosas, hórridas para convencerlo.
Ella se estremeció violentamente cuando el dedo pulgar de Adam le acarició el labio inferior.
Ella palmoteó su mano lejos a pesar de su miedo.
–No me toques.
–Si yo pensara por un momento que habías intentado decirle algo más, regresaría y lo mataría
tan tranquilamente como estamos hablando, Bella.
–¡Te di lo que querías, bastardo! –gritó Adrienne–. Todos en Dalkeith están ahora a salvo de ti.
–No me importa –Adam se encogió de hombros indolentemente–. Él morirá, sin embargo –
Adam arrastró sus riendas y reasumió su pasaje lento bajo las ramas susurrantes.
–¿Qué? –Adrienne siseó.
Adam sonrió pícaramente.
–Pensé que podrías disfrutar de nuevo la ruta escénica. Este sendero es un horario y nosotros apenas pasamos por el año 1857. Es esa curvatura empañada entre… los árboles… a falta de una
palabra mejor. Él está muerto hace más de trescientos años.
Un grito silencioso empezó a construir dentro de ella.
–¿Quién eres?
–Nos llamaban dioses –él dijo desapasionadamente–. Harías bien en rendirme culto.
–Te veré en el infierno primero –ella respiró.
–No es posible, Bella. Nosotros no morimos.

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