Capitulo 12

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No era muy divertido curiosear alrededor del castillo con una docena de guardias con cara de
piedra arrastrándose detrás de ella, pero Adrienne lo consiguió. Después de un rato, pretendió que
no estaban allí. Así como pretendió que Hawk no era nada más que un mosquito molesto a ser
espantado lejos repetidamente.
Dalkeith-Upon-the-Sea era un encantador castillo como el que ella alguna vez imaginara cuando
de niña se acurrucaba bajo una tienda de mantas con una linterna eléctrica hurtada, leyendo cuentos
de hadas, dejando las luces de la realidad afuera.
Los cuartos eran espaciosos y elegantes, con tapices brillantemente tejidos en las gruesas
paredes de piedra para apagar cualquier corriente de frío que pudiera filtrarse a través de las grietas,
aunque Adrienne no había podido encontrar ni una sola grieta en las paredes; había espiado detrás
de unos tapices, sólo para comprobarlo.
Curiosidad histórica, se había dicho. No era que estuviera buscando imperfecciones en el
castillo o el Laird del castillo.
Había cientos de hermosas y espigadas ventanas. Obviamente las personas que habitaban
Dalkeith no soportarían sentirse enjaulados dentro cuando había tanto paisaje exuberante para ser
disfrutado en los campos, en las montañas de Escocia, sus valles y costas.
Adrienne suspiró anhelosamente cuando hizo una pausa frente a una ventana abovedada para
saborear la vista de las olas color pizarra que, incesantes, chocaban contra los precipicios del
extremo oriental.
Una mujer podría enamorarse de un lugar como ese. Caer de sedosas trenzas encima de
delicadas zapatillas de raso para aterrizar en una masa de encajes y directo al romance, a los pies
perfectos del Laird perfecto.
En ese mismo momento, como si hubiese sido convocado por sus pensamientos voluntariosos, Hawk caminó en su línea de visión en la muralla de abajo, llevando uno de los corceles negros más
grandes que ella alguna vez viera. Adrienne empezó a retroceder, pero sus pies no anduvieron más
allá de la ventana de la que sus ojos no se apartarían, y a pesar de sus mejores intenciones de
ignorarlo, lo miró con fascinación desvalida.
Con un salto fluido, el Laird vestido con su atuendo escocés completo se lanzó hacia el lomo del
semental que resoplaba fieramente.
Y cuando él montó, ese encantador kilt se levantó, dándole un vislumbre pecador de los
poderosamente musculosos muslos a Adrienne, bellamente salpicado con un poco de sedoso vello
negro. Ella pestañeó un momento y se negó a ponderar el resto de lo que había visto.
Ciertamente ellos llevarían algo bajo esas faldas escocesas. Ciertamente era sólo su imaginación
hiperactiva que desplazaba la masculinidad obvia del semental absurdamente en el cuerpo de Hawk.
Sí. Eso era, decididamente. Ella había notado los atributos prominentemente desplegados del
semental en la periferia de su visión mientras había estado mirando las piernas de Hawk, y había
conseguido mezclar los dos juntos de algún modo. Ella no había visto ciertamente que Hawk era, él
mismo, tan grande como el semental.
Sus mejillas se ruborizaron con ese pensamiento. Se volvió firmemente sobre sus talones para
suprimirlo y buscó el siguiente cuarto. Había decidido explorar el castillo esa mañana
principalmente para mantener su mente alejada de ese maldito hombre. Ni siquiera había imaginado
que él tendría que caminar bajo una ventana mientras ella estaba mirando hacia afuera. Y agitar su
kilt para agregar combustible al fuego proverbial.
Forzó a su mente a regresar a la arquitectura encantadora de Dalkeith. Estaba en el segundo piso
del castillo, y ya había pasado a través de docenas de cuartos de huéspedes, incluso la cámara en la
que había pasado la primera noche. Dalkeith era enorme. Debía haber cien o más cuartos, y muchos
de ellos parecían no haber sido usados durante décadas. El ala que exploraba en ese momento era la
recientemente renovada y más frecuentemente utilizada. Se había terminado con maderas ligeras,
pulidas hasta lograr un fino brillo, y ni una mancha de polvo podía verse allí. Las gruesas esteras
tejidas cubrían los suelos, nada de juncos o desnudas piedras frías. Los manojos de hierbas
fragantes y las flores secas colgaban en casi cada dintel de las ventanas y perfumaban los
corredores.
Un rayo de luz del sol atrajo la atención de Adrienne hacia una puerta cerrada a mitad del
corredor. Grabada en la madera pálida, se hallaba exquisitamente detallado un caballo encabritado,
elegante, con la crin echada al viento. Un solo cuerno salía en espiral delicadamente de su frente.
¿Un unicornio?
Con la mano en la puerta, ella hizo una pausa y sufrió una rara premonición de repente, de que
ese cuarto estaría mejor cerrado. La curiosidad mató al gato…
Cuando la puerta se abrió silenciosamente hacia el interior, ella se tensó, una mano temblorosa
en la jamba.
Increíble. Absolutamente incomprensible. Su mirada sorprendida se deslizó por el cuarto desde
el suelo hasta las vigas, una y otra vez.
¿Quién había hecho eso?
El cuarto atrajo cada onza de mujer en su cuerpo. Enfréntalo, Adrienne, se dijo severamente,
este castillo entero atrae a cada onza de mujer en tu cuerpo. Para no mencionar al sexy, masculino
Laird del torreón en persona.
Ese cuarto se había construido para bebés. Hecho con manos tan amorosas que casi era
agobiante. Una cacofonía de emociones discordantes la atravesó antes de que pudiera deshacerse de ellas.
Había cunas de roble color de miel, encorvadas y lijadas para que ni una astilla quedara suelta y
dañara la suave piel de un bebé. La pared oriental desplegaba ventanas altas, demasiado altas para
que un niño pequeño se arriesgara a hacerse daño, abierta a la luz dorada del sol de la mañana. Los
suelos de madera estaban cubiertos con alfombras espesas para mantener los pies de un bebé
calientes.
Los soldados de madera brillantemente pintados resplandecían en los estantes, y las muñecas
hechas a mano amorosamente reclinadas en camas diminutas. Un castillo en miniatura, repleto de
torreones, con un foso seco y puente levadizo, estaba lleno de diminutas personas talladas; ¡una
maravillosa y real casa de muñecas medieval!
Las esponjosas mantas cubrían las cunas y camas. Era un cuarto grande esa guardería. Un cuarto
en el que un niño (o una docena) podría crecer desde bebé hasta ser un adolescente antes de buscar
un cuarto más adulto en otra parte. Era un cuarto que llenaría el mundo de un niño de amor,
seguridad y placer durante horas sin fin.
Como si alguien hubiera creado ese cuarto pensando en el niño que él o ella había sido, y lo
diseñara con todos los tesoros que había deseado o para el placer de un muchacho pequeño.
Pero la cosa sobre el cuarto que la golpeó más despiadadamente era que parecía estar esperando.
Abierto, caluroso e invitante, decía, lléname de bebés risueños y de amor.
Todo estaba listo, la guardería estaba esperando solamente su momento, hasta que la mujer
correcta viniera y respirara en él la vida chispeante de las canciones de niños, sueños y esperanzas.
Una punzada de anhelo la atravesó de tal manera que Adrienne no estuvo segura de lo que era.
Pero tenía todo que ver con la huérfana que había sido y el lugar frío que había en ella, un lugar en
nada parecido a ese cuarto encantador, parte de una casa encantadora, en una tierra encantadora, con
personas que derrocharían su amor en sus niños.
Oh, criar bebés en un lugar así...
Bebés que conocerían quiénes eran su madre y su padre, no como Adrienne. Bebés que nunca
tendrían que preguntarse por qué ellos no habían sido cuidados y amados.
Adrienne se frotó los ojos furiosamente y retrocedió. Era demasiado para ella.
Y se volvió para encontrarse de lleno con Lydia.
–¡Lydia! –jadeó. Pero por supuesto. ¿Por qué debía sorprenderla encontrarse con la maravillosa
madre del hombre maravilloso que probablemente construyera esa guardería maravillosa?
Lydia la sostuvo por los codos.
–Vine a ver si estabas sintiéndote bien, Adrienne. Pensé que podría ser demasiado pronto para ti
andar de arriba a abajo.
–¿Quién construyó este cuarto? –susurró Adrienne.
Lydia inclinó la cabeza, y por un momento breve Adrienne tuvo la impresión absurda de que
Lydia estaba intentando no reírse.
–Hawk lo diseñó y construyó –dijo Lydia, intensamente interesada en aplanar las arrugas
diminutas de su vestido.
Adrienne rodó los ojos e intentó convencer a su barómetro emocional para dejar de registrar
vulnerabilidad y subir a algo seguro, como el enojo.
–¿Por qué, querida Adrienne? ¿No te gusta? –preguntó Lydia dulcemente.
Adrienne retrocedió y recorrió el cuarto con una mirada irritada. La guardería era luminosa,
alegre y viva con la emoción del propio creador disfrutando de su creación. Miró de nuevo a Lydia.
–¿Cuándo? ¿Antes o después del servicio del rey? –era muy importante que ella supiera si lo
había construido a los diecisiete o dieciocho, para agradar a su madre quizás, o recientemente, con
la esperanza de que sus propios niños lo llenaran algún día.
–Durante. El rey le dio una licencia breve cuando tenía veintinueve años. Hubo algunos
problemas con los Highlanders en estos lugares, y a Hawk le fue permitido volver para fortificar
Dalkeith. Cuando el conflicto estuvo resuelto, pasó el poco tiempo que estuvo trabajando aquí.
Trabajó como un hombre poseído, y en verdad, no tenía ni idea de lo que él estaba haciendo. Hawk
siempre ha trabajado con madera y ha construido y diseñado cosas. No permitió que ninguno de
nosotros lo viera, y no habló mucho sobre eso. Después de que regresó con James, subí para ver lo
que había estado haciendo. –Los ojos de Lydia se nublaron brevemente–. Te diré la verdad,
Adrienne, me hizo llorar. Porque me dijo que mi hijo estaba pensando en niños y cuán preciosos
eran para él. Me llenó de maravilla, también, cuando lo vi completarlo. Pienso que le gustaría a
cualquier mujer. Los hombres normalmente no ven a los niños de esa manera. Pero Hawk, él es un
hombre especial. Como su padre.
No tienes que vendérmelo, pensó Adrienne malhumoradamente.
–Lo siento, Lydia. Estoy muy cansada. Necesito ir a recostarme –dijo ella tensamente, y se
volvió hacia la puerta.
Cuando entró al corredor, podría jurar que había oído a Lydia reír suavemente.
Hawk encontró a Grimm esperándolo en el estudio y mirando fijamente los precipicios
orientales a través de las puertas abiertas. No le extrañó a Grimm la blancura diminuta de los
nudillos en la mano que se asía al marco de la puerta, o la línea rígida de su espalda.
–¿Entonces? –preguntó Hawk con impaciencia.
Habría ido él mismo a Comyn Keep a investigar el pasado de su esposa, pero eso habría
significado dejar a Adrienne sola con el condenado herrero, y no daría ninguna oportunidad para
eso. Ni para que la sedujera, por lo que había enviado a Grimm a descubrir lo que le había pasado a
Janet Comyn.
Grimm se volvió despacio, sacó una silla y se sentó pesadamente ante el fuego.
Hawk también se sentó, descansando sus pies en el escritorio, y sirviendo coñac para ambos.
Grimm lo aceptó agradecido.
–¿Bien? ¿Qué dijo ella?
Los dedos de Hawk se apretaron contra su vaso mientras esperaba oír quién había hecho cosas
tan terribles a su esposa que su mente se había retirado hacia un mundo de fantasía. Hawk entendía
lo que estaba mal con ella. Él había visto a hombres con cicatrices de batalla que habían
experimentado tales horrores, que habían reaccionado en modo similar. Las demasiadas pérdidas
bárbaras y sangrientas provocaban en algunos soldados inventar un sueño para reemplazar la
realidad, y al poco tiempo muchos llegaban a creer que el sueño era verdad. Como su esposa había
hecho. Pero, desgraciadamente, con su esposa él no tenía ninguna idea de lo que había causado la
retirada dolorosa hacia una imaginación de tan misterioso aspecto, que no podía llamarla por su
nombre real siquiera. Y cualquier cosa que le hubiera pasado, la había dejado totalmente incapaz de
confiar en cualquier hombre, pero sobre todo en él, por lo que parecía.
Hawk se forzó a escuchar, para encauzar su rabia cuando llegara, para poder manejarla como un
arma eficaz. Él mataría sus dragones, y entonces empezaría su curación. Su cuerpo estaba
haciéndose más fuerte cada día, y Hawk sabía que el amor de Lydia tenía mucho que ver con eso.
Pero él sanaría con su amor las heridas más profundas. Y la única manera en que podría hacerlo era
saber y entender lo que ella había sufrido.
Grimm tragó; inquieto en su silla, la inclinó a los lados como un muchacho, entonces se levantó
y se acercó al hogar para cambiar inquietamente su peso de uno a otro pie.
–¡Fuera con ello, hombre!
La semana que Grimm había estado ausente casi había vuelto loco a Hawk imaginando lo que
ese hombre Ever-hard debía de haberle hecho. O aún peor, quizás el Laird Comyn era el culpable
del dolor de Adrienne. Hawk temía la posibilidad, porque entonces declararía la guerra al clan. Una
cosa terrible para estar seguro, pero para vengar a su esposa... él haría cualquier cosa.
–¿Quién es ese Ever-hard?. –La pregunta lo había estado royendo internamente desde la noche
en que él oyera por primera vez el nombre surgir de sus labios afiebrados.
Grimm suspiró.
–Nadie supo decirme. Nadie ha oído hablar nunca de él.
Hawk maldijo suavemente. Entonces, los Comyn estaban guardando secretos, ¿verdad?
–Habla –ordenó.
Grimm suspiró.
–Ella piensa que es del futuro.
–Ya sé que Adrienne piensa eso –dijo Hawk con impaciencia–. Te envié a que descubrieras qué
tenía para decir Lady Comyn.
–Eso es que lo que quise decir –dijo Grimm rotundamente–. Lady Comyn piensa que Adrienne
es del futuro.
–¿Qué? –las cejas oscuras de Hawk se alzaron incrédulamente–. ¿Qué estás diciéndome,
Grimm? ¿Estás diciéndome que lady Comyn declara que Adrienne no es su hija de sangre?
–Sí.
Las botas de Hawk cayeron al suelo con un golpe, mientras la tensión latente cobraba vida en
sus venas volviéndose un fuego viviente.
–Permíteme hablar francamente. ¿Te dijo Althea Comyn que Adrienne no es su hija?
–Sí.
Hawk se tensó. Eso no era lo que él había esperado. En todas sus especulaciones no había
considerado nunca que la fantasía de su esposa pudiera ser compartida por su madre.
–Entonces, ¿exactamente quién cree lady Comyn que es la chica? ¿Con quién demonios me he
casado? –gritó Hawk.
–Ella no lo sabe.
–¿Tiene alguna idea? –el sarcasmo llenaba la pregunta de Hawk–. ¡Habla conmigo, hombre!
–No hay mucho que pueda decirte, Hawk. Y lo que sé… bien, es condenadamente disparatado,
apenas una parte de ello. Seguro como el infierno que no era lo que esperaba. Ah, oí tales cuentos,
Hawk, como para probar la fe de un hombre en el mundo natural. Si lo que ellos declaran es verdad,
infiernos, no sé en lo que un hombre puede creer ya.
–Lady Comyn comparte las ilusiones de su hija –dijo Hawk atónito.
–No, Hawk, a menos que Althea Comyn y aproximadamente otras cien otras personas lo hagan.
Porque esos fueron los que la vieron aparecer de ninguna parte. Hablé con docenas, y todos dijeron
algo bastante parecido, demasiado, al contar el mismo cuento. El clan estaba sentado al banquete
cuando de súbito una chica –Adrienne– apareció en el regazo del Laird, literalmente saliendo del
aire transparente. Algunas de las criadas la llamaron bruja, pero fueron calladas rápidamente. Parece
que el Laird la consideró un regalo de los ángeles. Lady Comyn dijo que vio algo caer de la mano
de la mujer extrañamente vestida, y luchó a través del alboroto para conseguirlo. Es la reina negra
que me había dado en la boda y que yo te di a ti cuando volvimos.
–Me pregunté por qué ella me había enviado eso. –Hawk frotó su mandíbula pensativamente.
–Lady Comyn dijo que pensaba que podría ser importante después. Dijo que piensa que la pieza
de ajedrez está embrujada de algún modo.
–Si así fuera, eso explicaría cómo ella viajó a través de…–Él se interrumpió, incapaz de
completar el pensamiento. Había visto muchas maravillas en su vida, y no era un hombre que
descreyera la posibilidad de la magia completamente; ¿qué buen escocés no había sido criado para
creer en las hadas? Pero aún así…
–Cómo ella viajó a través del tiempo –terminó Grimm por él.
Los dos hombres se miraron fijamente.
Hawk agitó su cabeza.
–¿Crees…?
–¿Y tú?
Se miraron. Y entonces miraron el fuego.
–No –se mofaron al mismo tiempo y estudiaron intensamente las llamas.
–Ella no parece sin embargo muy común, ¿verdad? –dijo Grimm finalmente–. Quiero decir, es
sobrenaturalmente luminosa. Hermosa. E ingeniosa: ah, las historias que ella me contó en el camino
desde Comyn Keep... Es fuerte para ser una chica. Y tiene refranes singulares. A veces, no sé si lo
has notado, su acento parece ir y venir.
Hawk resopló. Lo había notado. Su acento había virtualmente desaparecido cuando había estado
enferma con el veneno, y había hablado en un acento extraño que él nunca oyera antes.
Grimm continuó, casi para sí mismo
–Una chica como esa podría retener a un hombre. –Él se interrumpió y miró a Hawk
gravemente. Aclaró su garganta–. Lady Comyn sabe quién era su hija, Hawk. Era: esa es la palabra
importante. Algunas de las criadas confirmaron la historia de Lydia de que la Janet real está muerta,
y los rumores dicen que por mano de su padre. Él tenía que casar a alguien contigo. Lady Comyn
dijo que su clan nunca dirá una palabra de la verdad.
–Supongo que no –resopló Hawk–; si algo de esto es verdad, y no estoy diciendo que lo sea,
Comyn sabe que James nos destruiría a ambos por ello.
Hawk ponderó ese pensamiento amargo un largo momento, entonces lo desechó como una
preocupación innecesaria. Los Comyn jurarían ciertamente que Adrienne era Janet, como haría
hasta el último hombre de los Douglas, si alguna palabra de eso llegara alguna vez al rey en
Edimburgo, pues la existencia de ambos clanes dependía de eso. Hawk podría contar por lo menos
con la lealtad del mismísimo Comyn en cuanto a ese asunto.
–¿Qué tenía el Laird para decir, Grimm?
–Ni una palabra. No confirma que ella era su hija, ni lo niega. Pero yo hablé con el sacerdote de
Comyn, que me contó la misma historia que lady Comyn. A propósito, él estaba encendiendo velas
blancas para orar por el alma de Janet –agregó severamente–. Así que si hay engaños en Comyn
Keep, son muchos e idénticamente detallados, mi amigo.
Hawk cruzó rápidamente hasta su escritorio. Abrió una caja de madera tallada y extrajo la pieza
de ajedrez. La rodó en sus dedos, estudiándola cuidadosamente.
Cuando levantó los ojos de nuevo, eran más negros que la medianoche, más profundos que un
lago e igual de insondables.
–¿Lady Comyn cree que esto la trajo aquí?
Grimm asintió.
–¿Entonces podría llevársela?
Grimm se encogió de hombros.
–Lady Comyn dijo que Adrienne no parecía recordarlo. ¿Te lo ha mencionado alguna vez a ti?
Hawk agitó su cabeza y observó pensativamente, primero la reina negra, entonces su brillante
fuego arder.
Grimm encontró la mirada de Hawk, y Hawk supo que nunca habría palabras de reproche o
incluso un rumor sobre el asunto, si se lo pidiera.
–¿Lo crees? –preguntó Grimm suavemente.
Hawk permaneció sentado durante mucho tiempo ante el fuego después de que Grimm saliera,
alternando entre la fe y el escepticismo. Aunque era un hombre creativo, también era un hombre
lógico. Los viajes a través del tiempo simplemente no encajaban en su comprensión del mundo
natural.
Él podía creer en las banshees que advertían de muertes pendientes y destrucción. E incluso
podría creer en los Druidas como alquimistas y practicantes de artes extrañas. Había crecido con las
advertencias de su niñez sobre kelpies que vivían en lochs profundos y niños confiados y
desobedientes atraídos a sus tumbas acuáticas.
¿Pero viajar a través del tiempo?
Además, se dijo cuando guardó la pieza de ajedrez en su sporran para considerarla más tarde,
había otros problemas más urgentes que resolver. Como el herrero. Y su esposa voluntariosa, en
cuyos labios el nombre del herrero aparecía demasiado a menudo.
El futuro permitiría el tiempo suficiente para desenredar todos los secretos de Adrienne, y
encontrar sentido a las ilusiones masivas de Comyn Keep. Pero primero, tenía que hacerla de
verdad su esposa. Una vez eso estuviera cumplido, podría empezar a preocuparse por otros detalles.
Resuelto entonces, desterró las noticias desquiciadas que Grimm le había traído, igual como había
guardado la pieza de ajedrez.
Planes de cómo seduciría a su encantadora esposa reemplazaron todas las preocupaciones. Con
una sonrisa peligrosa y el propósito en mente, Hawk fue en busca de Adrienne.

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