Capítulo 31

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Seattle Noviembre de 1997


Adrienne retiró su brazo hacia atrás e hizo volar el libro como un frisbee. Se suponía que volaría


por el cuarto y chocaría con un golpe rotundo contra la pared. En cambio, se dejó caer


fláccidamente y aterrizó en el suelo al pie de su cama.


Echó un vistazo al volumen con aversión y notó que había caído abierto en una página. Ella


entornó los ojos para leerla desde su asiento al pie de la barra.


Sueños que podían simbolizar muchas cosas: el soñador se reprime emocionalmente. El


purgamiento emocional y/o físico se recomienda. Un sueño repetitivo de esta naturaleza significa


que el soñador ha soportado una experiencia traumática de la que él/ella debe encontrar algún


tipo de descargo o podría ocurrir un daño psicológico serio.


Una señal del cielo.


Adrienne tragó una risa ahogada que se convirtió en un sollozo. ¿Quién escribía ese material?


Hizo balancear en el aire el pie desnudo encima de la cama y cerró el libro con los dedos de los


pies. 1001 Sueños Pequeños. Qué raro. Ni siquiera había sabido que tenía ese libro en su biblioteca.


Más raro aún, que ella había estado soñando con toilettes durante diez noches seguidas. Ninguna


cosa más. Sólo descansar sobre cómodas desbordantes de toallas.


Encantador.


Pero no tenía que pegarse en la cabeza con una guía de los sueños. Ella sabía lo que estaba mal


con ella. Hacía quince días, se había materializado yaciendo en la casa victoriana del 93 de Coattail


Lane, Seattle, Estados Unidos de América.


Y no había hablado desde entonces con una sola alma. Cada trozo de energía que tenía la


utilizaba para mantener su calma, su piel firme. Los ojos secos. Con la muerte por dentro. Sabía con


certeza que si revelara una lágrima diminuta incluso de la esquina seca de su ojo, no podría hacerse


responsable por las inundaciones que podrían causar evacuaciones en masa a lo largo del estado.


Ella rascó el cuero cabelludo firme con una mano pequeña firme cuando ella acarició


firmemente la sedosa espalda de Moonie. Tocó la nariz rosa de Moonie en un movimiento firme,


económico. Ningún soñar con las cómodas en el mundo de un gato, Adrienne meditó cuando


Moonie rizó sus patas en su pelo y empezó el retumbar de un ronroneo pequeño.


Fueron los maullidos hambrientos de Moonie lo que la despertaron en la cama. Adrienne levantó


su cuerpo dolorido de debajo de las mantas y fue despacio a la cocina.
Dios, se sentía de quinientos años, con un dolor desde la cabeza a los dedos de los pies, con un


dolor de corazón que sabía nunca sanaría.


Lentamente Adrienne abrió una lata de atún. Albacore blanco. Sólo lo mejor para Moonie. Se


dejó caer en el suelo y empujó irritada la mano que empujó un libro delante de ella.


-Vete, Marie, necesito estar sola.

Las Nieblas De HighlanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora