¿Recuerdas las veces que algo te dolía?
Entonces corrías tan rápido
que tus lágrimas se camuflaban con el viento,
y tu creías que corriendo
el dolor de tu pecho iba a desaparecer,
pero no era así,
porque en algún momento tenías que parar.
Habían noches en las que me rompía,
así como todo lo que había a mi alrededor,
y mis nudillos sangraban
pero yo no sentía nada,
aunque te sentía a ti;
rota al otro lado de la ciudad,
en tu cuarto,
a las 2 a.m,
quizá llorando,
o pensando en mí.
Pero quiero decirte que,
aún a las 2 a.m,
con tus ojos hinchados,
y tus mejillas rojas,
con tu cabello desordenado,
y con poca ropa...
Te seguías viendo preciosa,
Dios,
siempre estabas preciosa.